Mitología histórica

Hemos conmemorado los 200 años de lo que se denominó “la consumación de nuestra independencia”.

Sin embargo, nuestra historia adquiere nuevos significados cuando se le da un contexto político y tiene repercusiones dentro y fuera de México.

Vivimos hoy un revisionismo maniqueo que nos exhibe globalmente como un país dolido y atrapado en sus traumas del pasado, lo cual lejos de enaltecernos, nos ridiculiza, pues nos hace blanco de ironías, como las del expresidente Aznar, de España.

Esta actitud reivindicatoria poco abona políticamente al gobierno del presidente López Obrador, en un país donde el presente es un reto a la sobrevivencia para un gran porcentaje de los mexicanos, que cada día deben resolver apremiantes carencias económicas y una creciente inseguridad. Cuando el presente lastima y duele, es ocioso pretender revivir rencillas del pasado.

Todo se origina en la narración de nuestra historia con base en héroes y villanos, patriotas y traidores, lo cual permite la manipulación de las emociones para fines políticos, a través de una visión patriotera.

La verdadera historia la construyen, como protagonistas, personas reales, con virtudes y defectos, con ambiciones personales, atrapadas en la seducción del poder, pero también, capaces de actos heroicos.

Nuestra guerra de independencia tiene aspectos inmorales, ignorados intencionalmente desde hace muchos años por la corriente oficialista de la historia. Un pasaje negro de la biografía del “padre de la patria”, Don Miguel Hidalgo y Costilla, nos la recordó el lunes pasado el articulista José Antonio Crespo.

Este pasaje histórico es su vinculación con Ignacio Marroquín, un sanguinario torero que bajo las órdenes del padre Hidalgo degolló personalmente un número aproximado de 200 españoles, además de dirigir el fusilamiento de hombres, mujeres, ancianos y niños durante quince días.

“El proceso de independencia de México fue algo insólito y plagado de contradicciones”, reconoce el historiador Lorenzo Meyer, profesor emérito de El Colegio de México, en una entrevista publicada por el periódico El País el 27 de septiembre pasado, pues el levantamiento encabezado por el padre Hidalgo no fue para liberar a nuestro territorio de la corona española, ni del rey Fernando VII, sino a favor de este y en repudio a la invasión francesa que en ese momento tenía dominada a España.

Sin embargo, los protagonistas que decidieron consolidar la independencia de México, Agustín de Iturbide y Juan de O’Donojú, fueron los grandes ausentes de esta conmemoración de los últimos días, ignorados totalmente.

Por otra parte, la figura de Benito Juárez —el “benemérito de las Américas”—, desde la perspectiva de la historia estudiada sistemáticamente por historiadores profesionales, tiene claroscuros que son ignorados por la historia oficialista, con el fin de dejar su imagen inmaculada.

Otro villano de nuestra historia lo es el presidente Porfirio Díaz. Este fue el gran constructor de los cimientos del México moderno, además de un muy importante héroe que combatió la invasión francesa y haber sido un genio militar, reconocido incluso por sus antiguos enemigos, la élite del ejército francés. Fue precisamente este largo mandato que va de 1884 a 1910 lo que motivó que pasara a la historia con la etiqueta de dictador.

Los grandes protagonistas de la historia han sido individuos con virtudes y defectos. Sin embargo, es su legado a nuestro país lo que debemos reconocer y valorar.

El reto para el México de hoy es entender la historia sin juzgarla, evitando el manoseo político que hoy nos divide y nos impide sumar esfuerzos para construir un país cada vez mejor.