Sobrevivir a Trump

Por muchos años he creído fervientemente que los gobiernos de México y Estados Unidos deberían hacer todo lo posible por fomentar la cooperación entre los dos países en los muchos temas que les afectan, y que es necesario que los gobernantes de ambos lados de la frontera se sumen a la integración real que se está dando entre los dos países vecinos. Sigo pensándolo, pero con un asterisco importante que cambia un poco el sentido de la propuesta.

En tiempos de Donald Trump, es probable que lo mejor que puede hacer el gobierno en México es sobrevivir, no avanzar, y lo mismo para los muchos funcionarios en el gobierno de los Estados Unidos quienes creen que la relación entre las dos nacionales es de suma importancia. Reconozco que la idea de supervivencia no es muy inspiradora, pero quizás sea la más realista.

El martes le tocó al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, visitar la Casa Blanca para hacer seguimiento en materia de cooperación migratoria —y sobrevivió. Después de los embates de Trump contra México por los flujos migratorios en mayo y junio y un acuerdo bastante duro para México, no salieron nuevos ataques ni nuevas demandas, ni nuevos acuerdos (de los que tengamos conocimiento). Y hubo un suspiro en el gobierno mexicano y entre los más sensatos del gobierno estadounidense que así quedó como un evento sin mayores pormenores, sin mayor transcendencia excepto que todo se quedó igual.

En estos momentos, la falta de noticias en la relación bilateral —la oficial, por lo menos— son buenas noticias. Dada la impredicibilidad de Trump en temas relacionados con México y la creciente cercanía de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en que México seguramente será usado por Trump y sus opositores como símbolo político (para bien, en algunos casos, y para mal en otros), quizás sea mejor que no haya debates grandes entre los dos gobiernos, ya que cualquier discusión probablemente resulte contraproducente.

La relación no oficial entre México y Estados Unidos —económica, cultural, medioambiental, familiar— sigue adelante. El comercio mexicano avanza y México se coloca como el primer socio de Estados Unidos en comercio, Yalitza gana premios y aplausos entre cinéfilos, un nuevo embajador estadounidense llega con grandes expectativas, los alcaldes y gobernadores en la frontera se reúnen, las familias binacionales se juntan o se hablan por Skype, y la vida sigue y avanza entre los dos países, mientras la agenda política queda atrás.

En el tema migratorio, en particular, habrá que ver qué sigue. Por ahora, han bajado los flujos centroamericanos a más de la mitad de lo que eran, lo cual calma las aguas políticas en ambos lados de la frontera. Pero no queda claro si los esfuerzos mexicanos, sin construcción de mayor institucionalidad en el sistema migratorio y de asilo, son sustentables. Tampoco queda claro si no habrá, al futuro, nuevas demandas de la Casa Blanca. Y las comunidades fronterizas del norte están llenándose de migrantes centroamericanos y cubanos devueltos por el gobierno de los Estados Unidos.

Y el miércoles fue el turno de la Suprema Corte de Estados Unidos de realizar un cambio con implicaciones mayores para México. Los magistrados invalidaron un amparo contra una medida reciente de la administración que prohibía el acceso a asilo de los migrantes que cruzan por México u otro país. Esencialmente, con la anuencia del máximo tribunal, el gobierno de los Estados Unidos declaró a México un «Tercer País Seguro» sin el consentimiento del gobierno mexicano hacia esta medida. Es muy posible que esta decisión no sea permanente, ya que hay un juicio abierto en un tribunal menor, y la Suprema Corte sólo invalidó el amparo mientras proceda el juicio en ese tribunal. Pero mientras tanto, muchos de los migrantes que habrían pedido asilo en Estados Unidos probablemente lo vayan a hacer en México.

Todo eso deja a México en una situación nada fácil frente al país vecino, siempre dependiente de juicios y berrinches en Washington que son ajenos a la diplomacia normal, pero quizás sea motivo para que México, independientemente de lo que quiere Trump, decida trazar su propia política migratoria con base en sus propias prioridades.