Unidad y más unidad

Ante la violencia que cobra vidas y se solaza en la tragedia, optemos por la unidad, el único camino, el único principio, que nos permitirá salir adelante de una circunstancia tan grave y compleja. Pactemos unidad.

Unidad de todas y de todos. No unidad mía con los míos o tuya con los tuyos, lo que se da por descontado, sino unidad nacional, fortaleza nacional, de todas y de todos: los afines, los diferentes, los ajenos, los divergentes, los contrarios, los distantes, los opuestos.

Todos nosotros, tan diversos y en algunos casos confrontados en ideas y convicciones, tenemos el interés común de la tranquilidad social, la seguridad pública, la paz. En esta aspiración, en este derecho, no tenemos diferencias de fondo.

Porque sustancialmente todos queremos paz: vivir sin riesgo ni sobresalto; que nuestros jóvenes no sigan padeciendo o presenciando el grotesco espectáculo de la muerte violenta o la dolorosa realidad de crimen y crueldad; que las mujeres no se sientan amenazadas ni vulnerables; que nuestros niños vivan con alegría y sin riesgos mortales.

La unidad puede lograrlo.

No nos desgastemos en rivalidades ideológicas o de grupo, ni erosionemos nuestra fuerza con acusaciones y culpas.

Empecemos por no confundir quién es el enemigo, que no es el militante de otro partido político ni los periodistas ni el gobierno. Tampoco lo son los servidores públicos ni las organizaciones de la sociedad civil ni las instituciones ni un poder extranjero. No lo son los empresarios, los campesinos, los estudiantes, los militares, los profesionistas, los desempleados, los pobres, los académicos, los sindicatos…

El enemigo de México hoy es la delincuencia, sobre todo sus exponentes más violentos, los que actúan sin ninguna referencia: no hay edad ni género que respeten, ni códigos que los limiten, ni escrúpulos que los acoten.

Hoy el crimen asesina a bebés, niñas, niños, adolescentes, mujeres y hombres adultos, personas mayores. Porque sí. Porque quizá. Porque quiero. Porque se puede.

Los asesina, nos asesina, en cualquier hora y lugar: calles, parques, carreteras, centros comerciales, casas, centrales de taxi, campo abierto…

La violencia que infortunadamente se instaló en nuestro nuevo siglo se ha multiplicado y esparcido a lo largo de los años, lo que ha hecho que hoy tengamos condiciones extremas.

No, no son lo mismo las primeras escaramuzas, los primeros disparos y las primeras víctimas, que las que se producen una década después. Y no porque las primeras víctimas cuenten menos que las más recientes, sino porque después de años de violencia, las coordenadas se van perdiendo. El grado de letalidad y de crueldad va creciendo. A las motivaciones de la violencia se suman otras de venganza, rencor, novedad, exhibición de fuerza, represalia, desafío, escarmiento, advertencia.

Agobiados desde hace años por hechos que parecerían de otro tiempo, de otro lugar, nos hemos habituado a pasar con rapidez de una tragedia a otra, como si se tratara de un desfile de pesadillas cuya única ventaja es que la más reciente hace olvidar a la anterior.

La insensibilidad puede ser un mecanismo de defensa para no paralizarnos, pero no es buena consejera porque nada resuelve y sí, en cambio, puede enviar un mensaje de permisividad social a la delincuencia.

La convocatoria a la unidad es un llamado a respaldarnos mutuamente, a mantenernos unidos en lo fundamental, aunque tengamos diferencias de diversa índole, e implica tener claro al adversario y no confundirnos ni desgastarnos con confrontaciones inútiles.

Frente al reto de la inseguridad, unidad significa: No a la descalificación en ninguna dirección, sí a la escucha de todas las propuestas. No a la acusación o al intercambio de culpas, sí al apoyo de todas y todos para todas y todos. No a la indiferencia que voltea hacia otra parte, sí a la solidaridad y a la compasión. No a la normalización y sí a la indignación. No a la dispersión y el miedo a solas, sí a la suma y multiplicación de nuestra fuerza en compañía.