Urge redefinir qué significa ser agricultor en el siglo XXI

Todas las semanas aparecen nuevos informes que ponen de manifiesto los impactos negativos de los sistemas alimentarios en el medio ambiente. La agricultura y el cambio en el uso de la tierra figuran entre los principales factores que contribuyen a la deforestación, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático.

En vista de que hay 1 millón de especies en peligro de extinción (de un total de 8 millones de especies en el mundo) y de que la agricultura constituye el uso principal de la tierra, es crucial repensar la actividad agropecuaria como fuente de productos comercializables y también de funciones ambientales para el planeta.

Ante esta realidad debe haber un interés en lograr una agricultura más ecológica en favor de la estabilidad ambiental del planeta, pero en lo que respecta a la implementación de cambios, actualmente es mucho lo que se espera de uno de los grupos que conforman este sistema: los agricultores.

Pero este sector ya enfrenta dificultades para ganarse la vida en un mundo donde los precios de mercado son volátiles, los patrones meteorológicos se modifican con mayor rapidez que la capacidad para adaptarse a ellos, y las plagas y las enfermedades pueden destruir toda la producción de una temporada.

Las medidas que deben tomarse son urgentes y deben considerarse las prácticas sostenibles a largo plazo que benefician al planeta, las cuales  deben ser rentables desde la perspectiva del negocio antes que los agricultores puedan comprometerse a adoptarlas.

En este sentido, es posible que si los agricultores reciben los incentivos adecuados y acceso al capital a un costo asequible, si se les ofrecen las tecnologías adecuadas y el asesoramiento pertinente, se pondrían a la altura del desafío de la sostenibilidad porque les resultaría rentable.

Eso no significa que los consumidores y los compradores mayoristas queden libres de toda responsabilidad en el asunto, pero los consumidores pueden hacer su parte comprando productos de elevada calidad que recompensen las prácticas sostenibles e inclusivas.

Los pagos por servicios ambientales podrían contribuir a atenuar las oscilaciones de los ingresos de los agricultores derivadas de la volatilidad de los precios de sus productos y ofrecer el horizonte de largo plazo que estos necesitan para invertir en prácticas sostenibles. Los agricultores que buscan la sostenibilidad (es decir, los que se esmeran por enriquecer el suelo, proteger las márgenes de los ríos, plantar árboles y preservar los hábitats naturales) podrían recibir compensación no solo por los bienes estacionales que producen y venden en el mercado, sino también por los servicios ambientales públicos que el establecimiento agrícola proporciona durante todo el año.

Sin embargo, con los actuales precios de mercado, los pagos por los servicios ecosistémicos, como el almacenamiento de carbono, la estabilización del suelo o la mejora de la calidad del agua, no reflejan plenamente el valor social de dichos servicios.

De tal manera que queda claro que los sistemas alimentarios deben someterse a una gran transformación para generar resultados más sostenibles para lograr la restauración del planeta.

En  fin en vista de las demandas que la sociedad impone a los agricultores, es hora de redefinir lo que significa ser agricultor en el siglo XXI: no es tan solo ser un productor de alimentos, sino también un proveedor de servicios ecosistémicos.