El piano

Nueva Zelanda, 1851. Una playa amplia, de arena suave y agua cristalina. Y en medio, un piano abandonado. Pero no es solo un instrumento: es una parte del alma de una mujer que, habiendo perdido ya su libertad por su condición de “sexo débil”, perdió también la voz. Solamente sus manos pueden transmitir ahora lo que siente y padece, ya sea a través del lenguaje de signos que solo su hija pequeña conoce o a través de las melancólicas notas de su preciado piano. Y es esta imagen, gráfica y espiritual, la más icónica de El piano, la cinta más aclamada de Jane Campion y una de las muestras más brillantes de cine femenino y feminista. De cine, y punto. Ya han pasado 30 años desde que se estrenó en los cines de todo el mundo, y desde que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1993, donde, además, recibió una espectacular ovación de 20 minutos. Lo cierto es que el filme nació para romper récords: no solo fue —y sigue siendo hasta la fecha— la única película dirigida por una mujer en ganar el premio princip