“Adal, ¡ya va a comenzar tu monólogo!; Adal, ¡te ves más gordo en la televisión!”, grita uno de los tres hombres que, en una vieja bodega, con las paredes descarapeladas, piso polvoso y viendo una pequeña televisión, tienen secuestrado al famoso conductor del programa nocturno Otro rollo. La escena es una recreación de lo ocurrido hace 27 años, durante marzo de 1998, cuando el regiomontano fue secuestrado cerca de su departamento en la Ciudad de México y privado de su libertad durante una semana; permaneció amarrado y fue alimentado únicamente con un sándwich y un refresco, hasta que se pagó el rescate de un millón de dólares. Detrás de un pequeño monitor, a unos cuantos pasos, Paola Ramones, hija de Adal, grita “¡corte!”. Ella es el cerebro detrás del cortometraje llamado Quieren monólogo, protagonizado por Daniel Tovar (Mirreyes vs Godínez), y que se filmó durante tres días en locaciones capitalinas. Mientras se efectúa la secuencia, la joven cineasta se ríe un poco al escuchar lo absurdo del diálogo, pero
Paola Ramones “libera” a Adal
“Adal, ¡ya va a comenzar tu monólogo!; Adal, ¡te ves más gordo en la televisión!”, grita uno de los tres hombres que, en una vieja bodega, con las paredes descarapeladas, piso polvoso y viendo una pequeña televisión, tienen secuestrado al famoso conductor del programa nocturno Otro rollo. La escena es una recreación de lo ocurrido hace 27 años, durante marzo de 1998, cuando el regiomontano fue secuestrado cerca de su departamento en la Ciudad de México y privado de su libertad durante una semana; permaneció amarrado y fue alimentado únicamente con un sándwich y un refresco, hasta que se pagó el rescate de un millón de dólares. Detrás de un pequeño monitor, a unos cuantos pasos, Paola Ramones, hija de Adal, grita “¡corte!”. Ella es el cerebro detrás del cortometraje llamado Quieren monólogo, protagonizado por Daniel Tovar (Mirreyes vs Godínez), y que se filmó durante tres días en locaciones capitalinas. Mientras se efectúa la secuencia, la joven cineasta se ríe un poco al escuchar lo absurdo del diálogo, pero