Un grafiti en un museo es como un león en una jaula

Están los viejos aerosoles tiritando bajo el polvo. Unas 150 obras de Banksy, el enigmático dibujante callejero, aquel cuyo rostro y verdadera identidad siguen siendo un misterio, yacen expuestas en un museo del centro de Roma, entre los palacios del poder y de la moda, protegidas por un arco de seguridad a prueba de grafiteros descontentos con la deriva mercantilista de un arte nacido para protestar desde los muros desconchados de fábricas abandonadas. La exposición, titulada "Guerra, capitalismo y libertad", es la mayor organizada hasta el momento del artista surgido en Bristol en los años 80, y reúne algunas de sus piezas más conocidas —la niña con el globo en forma de corazón o la del manifestante encapuchado arrojando un ramo de flores—, procedentes de colecciones privadas, ninguna arrancada de las paredes. El mundo del arte está lleno de fantasmas, pero ninguno con el pedigrí de Banksy. A la calidad de sus obras y al compromiso de sus argumentos, se une el gran misterio que envuelve su identidad y que