Wicked

Un musical que comienza con un asesinato político seguido de una neurótica, e hipócrita, paroxística celebración masiva de esa suerte de ejecución, y que casi dos horas y medio después termina (al menos por esta primera parte) con un sacrificio y un suicidio de características morales es, en teoría, lo más diametralmente alejado de una colorista celebración, en formato de precuela, de la ¿infantil? El Mago de Oz. Wicked rompe pues con las expectativas, incluso para los fans de la producción teatral puesto que recupera el material más complejo, y simbólico, de la novela de Gregory Maguire, el más político. Toda esta carga oscura e incómoda, que el largo largometraje (160 minutos que pasan volando) de Jon M. Chu jamás evita (mérito en el guión de Dana “Cruella” Fox), se mueve en la sombra de un musical espectacular que el cine necesitaba más que cierto león la valentía. Valentía se necesita también en estos tiempos que corren (como en el Oz de la ficción) para apostar por un género que ha pinchado en taquilla,