El cuento de nunca acabar

Una vez más, la semana pasada, el país fue sacudido con la noticia de una nueva masacre ocurrida ahora en la ciudad de Minatitlán: catorce personas —entre ellas, un bebé de un año— fueron acribilladas a balazos en un salón de fiestas de esa ciudad del estado de Veracruz. Apenas el pasado mes de marzo, otra ejecución masiva ocurrió en un centro nocturno de la ciudad de Salamanca del estado de Guanajuato, con un saldo de 15 personas muertas. Imposible no traer a la mente el recuerdo de hechos tan dolorosos como Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato, San Fernando y, cuántos etcéteras más. Parece, pues, el cuento de nunca acabar. Si nos ponemos a analizar todo lo que se ha venido diciendo después de los hechos de Minatitlán, tanto por autoridades como por algunos comunicadores, pareciera que lo más importante es la contabilidad de las víctimas y a qué partido político o a qué gobernante se le carga la responsabilidad. El dolor que provocan estas masacres entre los deudos y en la sociedad entera, parece pasar a segundo t