Íñigo

El año pasado en el Paris Bar de la colonia Juárez en la Ciudad de México, a Beto (nombre ficticio) le vaciaron sus tarjetas de crédito y lo mandaron a su casa en taxi. La esposa al verlo notó un comportamiento extraño. Tenía razón, lo habían drogado, no tenía ninguna voluntad sobre sus actos. Al despertar seguía con enormes lagunas de lo sucedido durante la noche; recordaba la comida de amigos, pero no lo sucedido después de las 9 p. m. que abordó un Uber para que lo llevara a su casa, a donde llegó cinco horas después. Tuvo la valentía de denunciar, hablar de las escasas imágenes de las horas que estuvo retenido en el antro, mencionó que recordaba mujeres a su alrededor y botellas, pero no mucho más. Al día de hoy, sigue sin ser detenido el chofer que lo condujo al antro, y el establecimiento sigue abierto. Muchos de quienes visitan un antro saben que conseguir droga es tan sencillo como pedir más hielos. Ahora, además, cada día es más común que meseros y choferes pongan droga a las bebidas pues han creado