La justicia en juego: la moneda está en el aire

En nuestra legislación penal y en nuestra política de seguridad (o lo que así llamamos) figuran algunas aberraciones. Son fruto del engaño y la incompetencia. Se iniciaron en 1996, con la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada, que se encaramó a la Constitución a través de la reforma de 2008. Cuando parimos aquella ley, la denominé el “bebé de Rosemary”. La película de este nombre relata el intento de dominar la Tierra con un engendro sembrado por el demonio en el vientre de una doncella. Y cuando se fraguaba la reforma constitucional de 2008 califiqué al proyecto como un vaso de agua potable en el que una mano artera depositó gotas de veneno. Lo que quise decir es que aquella Ley infectaría nuestro sistema jurídico. Así ha ocurrido. La reforma de 2008 —plausible por muchos motivos, que reconozco— depositó en la Constitución errores que hoy regresan al escenario. Esto sucede en la víspera de decisiones judiciales de las que depende la corrección del rumbo o la persistencia de los desaciertos impropios