Los derechos de la mujer no se negocian

A la francesa de 1789, se le conoce como la Revolución de revoluciones. No sin razón, pues vino a cambiar las maneras de comprender al poder político y la sociedad. Ya sabemos todos de su lema “Igualdad, Libertad, Fraternidad”. Entre los franceses, más que un lema, es una forma de vida, una manera de entenderla que han sabido asumir como pueblo, aunque claro, de vez en vez, también sufren mermas en sus anhelos y acuden prontos a repararlas. En ello va su ser y su destino.  Puede ser fácil invocar esas palabras que tanto significan, pero que en veces poco dicen a fuerza de desgastarlas cada día de cada año, en todas partes. Se facturó a propósito de esa Revolución afamada la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, y gracias a los trabajos profundos e inteligentes de los conocidos philosophes de la Ilustración, fue posible mirar, desde entonces, al ser humano plenario, de cara al poder y de frente a su propia sociedad.  En “El espíritu de las leyes”, Montesquieu no sólo afrancesa el principio britán