Orgullo, consumo y propiedad intelectual

Cada junio, muchas marcas se visten de arcoíris. Lo hacen en escaparates, redes sociales, empaques e incluso en sus registros de propiedad intelectual. Se habla del “pink money”, se lanzan ediciones especiales y se protege lo que se considera vendible. Pero este año, algo cambió: la presencia corporativa fue mucho menor que en años anteriores, no sólo en la Marcha del Orgullo en Ciudad de México, sino a lo largo de todo el mes. Sin escándalo, sin reclamos, simplemente menos. Más que un vacío, podría ser una señal. Una pausa que invita a repensar la relación entre la comunidad LGBTQ+ y las marcas, y a explorar cómo la propiedad intelectual (PI) puede ser una herramienta más poderosa cuando nace desde dentro de la comunidad, y no como un accesorio de temporada. La PI no debería ser sólo una forma de capitalizar símbolos, sino una vía para protegerlos con dignidad. Porque no es un secreto que el mercado rosa tiene peso: en México, se estima en más de 51 mil millones de pesos (mdp) anuales. Y si a eso se le suma