¡Vaya semana!

¡Ay qué tiempos éstos, señor don Simón!, diría yo a manera de admiración y como parafraseando a una extraordinaria película mexicana de allá por 1941.

Han sido muchos y muy noticiosos los hechos de la semana que hoy termina.

Aunque el hecho ocurrió el viernes anterior, el lunes 27 de mayo nos amanecimos con el estruendo noticioso de la intempestiva renuncia de la secretaria del Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnat), Josefa González después de haber sido “trending topic” los dos días que precedieron a esa fecha, en razón a que había pedido, como lo confesó ella misma, a un amigo suyo de Aeroméxico que detuviera un vuelo que ya iba rodando hacia la pista de despegue en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para que la funcionaria del gobierno federal pudiera abordarlo con rumbo a la ciudad de Tijuana.

Al día siguiente, el martes, aparecía en pantallas de televisión a nivel mundial, al papa Francisco, aconsejando –sin querer aconsejar- al presidente de México, Andrés Manuel López, de que debería pactar con sus oponentes que piensan diferente a él, que no debe pactar con las organizaciones criminales, “porque los políticos deben ser creativos en la política, en el diálogo y en el desarrollo”.

Al hablar de eso, el Papa no se dirigió directamente a él, pero parecía decírselo a él por el sentido de las preguntas, hechas por la corresponsal de Televisa en el Vaticano, Valentina Alazraki

Ese mismo día, muchos mexicanos se quedaron conmocionados por la forma “tan humillante” en cómo personas ligadas a grupos criminales habían agredido, horas antes, en La Huacana, Michoacán, a soldados de infantería del Ejército Mexicano.

Los particulares agredieron, retuvieron y desarmaron a soldados del Ejército mexicano con la exigencia, difundida en un video a nivel internacional, de que los castrenses les devolvieran las armas incautadas, entra las cuales iba una “Barret” cuya capacidad mortífera es descomunal a grado tal que puede derribar un helicóptero o atravesar cualquier blindaje en automóviles terrestres.

El Estado Mexicano quedó por los suelos porque mostró tal debilidad, enorme fragilidad y una vergonzosa incapacidad para enfrentar a los criminales nacionales.

Muy temprano el miércoles, a la mitad de la semana, corrían, a la velocidad de la luz, imágenes impactantes de un autobús incendiándose en Veracruz y en cuyo interior había un número indeterminado de personas carbonizándose. Los informes oficiales posteriores fueron igualmente espeluznantes. Un autobús de pasajeros se había quedado sin frenos, se había estrellado contra un tráiler y había causado la muerte de 22 peregrinos chiapanecos, 21 de ellos fallecieron en forma instantánea y uno murió a la mañana siguiente en un hospital.

En el ámbito político, policías de más de 190 países estaban buscando al ex director general de Pemex, Emilio Lozoya, quien habría participado presuntamente en una compra fraudulenta de una empresa inservible en 475 millones de dólares.

El volumen de la noticia subió tremendamente de tono porque Lozoya fue un político muy cercano al ex presidente, Enrique Peña Nieto, y porque ese mismo alto funcionario del sexenio pasado ya estaba señalado por haber presuntamente participado en una transacción de alrededor de diez millones de dólares, cuya contraparte es Odebrecht, una empresa especializada en generar actos de corrupción multimillonarios entre altos funcionarios en Latinoamérica e incluso entre algunos Jefes de Estado que ya están siendo juzgados por autoridades de sus propias naciones.

No nos habíamos repuesto de esos escándalos todavía cuando el jueves corría como reguero de pólvora la noticia de que un “libro bomba” había estallado en las manos de la senadora por Morena, Citlali Hernández Mora, dentro de sus propias oficinas en el Senado de la República. A ella no le pasó nada, según se supo horas después, pero el solo hecho tuvo mucho significado porque nada igual había sucedido antes dentro del Congreso federal cuyos filtros de seguridad siempre han sido rigurosos.

Los medios dieron cuenta de que, en un hecho sin precedentes, un libro bomba había sido recibido en el Senado por la senadora de Morena Citlalli Hernández, y al abrirlo, estalló provocando una llamarada sobre el rostro de la funcionaria. Los protocolos se activaron: un dispositivo de seguridad se puso en movimiento, la senadora fue primero atendida en el Senado y luego transportada a un hospital.

La Jornada describió, por ejemplo, que el Senado informó que el paquete explosivo, en forma de libro, destinado a la senadora de Morena, Citlalli Hernández, lo ingresó un mensajero al recinto legislativo desde el lunes pasado, después de pasar los filtros que opera la Dirección General de Resguardo Parlamentario, y lo entregó en la Oficialía de Partes. El envío se registró y se entregó en la oficina de la legisladora.

Dichos filtros consisten en que el paquete debió pasar por el arco detector de metales y la máquina de revisión de rayos X, sin que se detectara el contenido.

Según su perfil, Hernández cuenta con 29 años de edad, se afianza como una lopezobradorista y desde la adolescencia formó parte de la movilización en contra del desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Luego entonces, nadie se explica cuáles pudieron haber sido los motivos de terceros para intentar dañar a la legisladora.

Y para cerrar con broche de oro, el viernes entero fue comentada la noticia de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó con imponer aranceles graduales a todos los productos que provengan de México si las autoridades de este país no dan muestras de querer detener la ola de migrantes que a diario llegan a su territorio. Las consecuencias: nerviosismo en los mercados, nacionales e internacionales, y tremendo temor entre los empresarios mexicanos.

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