Hace algunos años contemplé horrorizado las consecuencias de una catástrofe en la selva chiapaneca. Unos dicen que fue provocado intencionalmente, otros que probablemente fue un accidente, pero lo cierto es que un voraz incendio consumió hectáreas de vegetación, miles de árboles y plantas exóticas. La ceniza, el pesado silencio, el olor a muerte y desolación era lo único que reinaba en toda la comarca. Investigaciones convenencieras, culpas a diestra y siniestra, pero nada claro. Sólo una enorme mancha reclama su vida arrebatada. Me dolió contemplar la escena y pensé que nunca más sería igual. Han pasado ya muchos años y regresé a aquella región. Para mi sorpresa y contra todos los pronósticos, tiernos arbolitos, vegetación exuberante y nuevas plantas han brotado venciendo la obstinada ceguera de su peor enemigo, el hombre. Como mudo testigo se contempla uno que otro tronco de pie completamente quemado. La selva, por esta vez, parece vencer la adversidad. De su fecundo interior ha brotado nueva vida. Como en la misma vida, debajo de los más oscuros dolores y de la más cruel herida, se esconde un hilito de esperanza. Como el Adviento que es brote de esperanza del añoso árbol de la historia. No todo está muerto, no todo está acabado, hay brotes de esperanza y vida que sólo esperan el soplo de Espíritu para avivarse.

Me sorprende mucho y me gusta la actitud del papa Francisco lanzándonos a la aventura a pesar de las dificultades. Es la esencia del Evangelio: vencer la oscuridad. Cuando todo parece perdido, cuando los más graves acontecimientos y nuevas guerras se ciernen sobre nuestras cabezas, nos llega de improviso el Adviento. Es tiempo de esperanza, tiempo de ilusión, tiempo de retomar la vida en nuestras manos. Cuando el mundo entero se sumerge en un gran caos y se escuchan los  peores augurios para tiempos futuros, resuena la voz del Señor que nos llama y nos invita a levantar la cabeza y a esperar el tiempo de la liberación. Sí, queridos amigos, el Señor nos llama, está a la puerta gritando salvación. ¡Nos llama, el Señor, en medio de nuestros desiertos! Nos llama a recuperar la alegría de la fe. Viene a nuestro encuentro para llenarnos de valor y de entereza, de audacia y de esperanza. ¿Seremos capaces de escuchar sus llamados para dejarnos guiar y llevar por Él? Vino, viene y vendrá el Señor, para infundirnos ánimo y sacarnos de tantas fosas en las que nos hemos metido. Ahora, más que nunca, necesitamos salvación. Necesitamos al Salvador. Bienvenido sea el Adviento que nos conduce por los caminos de Dios.

Jeremías, ese profeta conocido por sus quejas y lamentos, por sus condenas y reproches, este día tiene frases brillantes y restauradoras. Se ha cansado de mirar dónde pone la confianza el pueblo de Israel, lo ha visto caer y sufrir derrotas porque confía en los imperios vecinos más que en la fuerza del Señor. A pesar de haber sufrido su desprecio, la cárcel y los insultos cada vez que ha propuesto nuevos caminos, Jeremías se atreve a gritar la promesa del Señor: “En aquellos días, yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra”. Sus palabras aseguran que el Señor está nuevamente buscando a su pueblo. No se ha cansado el Señor. El Señor nunca se cansa, siempre hará brotar nuevos retoños de esperanza. Sí, de lo que parecía muerto, de lo que estaba vencido, de donde ya no había esperanza, el Señor hace renacer un pequeño brote que pronto traerá justicia y derecho. Los hombres contemporáneos parecen no tener ningún deseo de Dios, pero Dios sigue teniendo la oferta de su amor para todos nosotros y cada Adviento vuelve a soplar su Espíritu para limpiar, descubrir y encender la llama del amor.  Dios nuevamente ofrece a este mundo, sumido en la corrupción y en la injusticia, la posibilidad de su amor.

El Adviento nos hace mirar al futuro, hacia el final. No esperamos ciertamente la venida de Jesús a Belén, que ya sucedió, sino la venida de Jesús a cada uno de nosotros, a cada hogar y con Él, miramos hacia el final de la historia. Ante Él nos presentamos así, semidestruidos, sin ilusiones, sin esperanza, como si se hicieran realidad las catástrofes que anuncia San Lucas, pero Jesús tiene palabras de esperanza. Jesús siempre genera esperanza aún en las situaciones más difíciles. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que Él mismo vivía en lo más profundo de su ser. Y así hoy que nos sentimos derrotados, que nuevas tragedias se anuncian, hoy que parece que todo se derrumba, escuchamos sus palabras: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”. Cristo nos previene para esos momentos difíciles. Pero no nos los presenta con fatalismo. Hay que estar atentos, hay que levantar la cabeza y hay que buscar el momento de la liberación, la liberación integral, la liberación plena. ¡Cómo me ilusiono y sueño en que a mi patria le podamos aplicar estas palabras! ¡Cómo mirar que se atienda con justicia a nuestro pueblo y que sea escuchado su dolor! Es posible y tengo esperanza porque el mismo Jesús nos lo anuncia. Pero no llegará sin nuestro compromiso, nuestro trabajo y nuestra participación. Jesús mismo propone los medios: “Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos”. Sí, la esperanza que Jesús propone, no cae del cielo, ciertamente es un don, pero la esperanza se construye, se vive y se alcanza.

Adviento es tiempo de sueños y de ilusiones en medio de las dificultades. Pero ya sé que no basta soñar, hay que sembrar los sueños con trabajo, con dedicación, con honradez y ¡con oración!, nos dice Jesús: “Velen y hagan oración”. Y es que en la construcción del Reino no estamos solos, Jesús se compromete en la misma tarea. Si en el texto de este día nos habla de desastres escatológicos, no es para asustarnos o describir acontecimientos que van a suceder en el futuro, sino para darnos la fuerza y el coraje para superarlos y vivirlos a su estilo. Este primer domingo de Adviento, es una invitación a la esperanza, a pesar de las adversidades: ¡Ánimo, levanten la cabeza, permanezcan despiertos! ¡El Señor ya está cerca!

Señor Jesús, retoño y esperanza de la humanidad, ayúdanos a levantar la cabeza y descubrir la luz que nos mantenga firmes en el camino de justicia y de paz. ¡Ven, Señor Jesús!