El viento huracanado que azotó a Acapulco llegó hasta el Palacio Nacional y despojó a López de todo disfraz y todo maquillaje. Ante la tragedia AMLO se ha visto peor que Miguel de la Madrid luego del terremoto del 85. Su desastrado viaje por tierra al asolado puerto evidenció que AMLO es un barro con pies de ídolo. Ahora no son los fifís, ni los neoliberales o conservadores quienes están denunciando su demagogia y sus ineptitudes: es el pueblo bueno y sabio, los pobres, que han sido los primeros en sufrir los terribles efectos del meteoro, y luego los males derivados de un gobierno que no es tal, sino desatinado ejercicio de poder por parte de un autócrata megalómano que no gobierna con la razón sino con el capricho, que ha declarado su desdén por la ley y las instituciones y que considera a México su propiedad particular. Por desgracia una ola populista parece estar atentando en numerosos países contra el sentido común y la capacidad de pensar en forma inteligente. Cerca tenemos el deplorable ejemplo de Estados Unidos, antes bastión de la democracia y de la libertad, ahora en riesgo por el obtuso nacionalismo de muchos, su xenofobia y ceguera política rayana con la estupidez. ¿Cómo es posible, se preguntan millones de hombres y mujeres en los seis continentes del mundo -Europa, América, Asia, África, Oceanía y Saltillo-, que un hombre cínico y grosero como Donald Trump, que además es un delincuente político, figure de nueva cuenta en la carrera por la Presidencia, valido de la grisácea personalidad del actual ocupante de la Casa Blanca, Biden, quien ha demostrado que los Estados Unidos pueden sobrevivir sin Presidente, así como Trump comprobó que pueden vivir a pesar del Presidente. Huracanes, terremotos, hambrunas, inundaciones, guerras, drama de refugiados y migrantes, y ahora el peligro de un maximato en México y de una nueva elección de ese dineroso orate, Donald Trump. Ganas dan de decir lo que el título de aquella canción que tan bien cantaba Sammy Davis Jr.: “Stop the world, I want to get off”, y aun de repetir la frase que alguna vez dijo Cuco Sánchez: “Yo sí he sabido ni nazco”. El cardiólogo de cierto hospital pasó a mejor vida. En el velatorio su ataúd fue rodeado por ofrendas florales que tenían la forma de un corazón. Uno de los asistentes, seguramente poseído por las libaciones que a veces acompañan a esos trances, le dijo al oído a su vecino de asiento: “Por ningún motivo me perderé el funeral del ginecólogo”. “De la tapia todo, pero de la huerta nada”. Ese consejo le había dado su abuelita a Susiflor, linda chica en edad de merecer. Con eso quiso decirle que le permitiera a su prometido abrazos, besos, y aun ciertas eróticas caricias de cintura arriba, pero hasta ahí. Para lo demás debían esperar a que el sagrado vínculo del matrimonio los autorizara a llegar al anhelado culmen de su amor. (Esta última frase sonó bastante cursi. La cambio). Para lo demás debían esperar a que el sagrado vínculo del matrimonio los autorizara a llegar al culmen anhelado de su amor. Sucedió que una noche Susiflor y su novio se hallaban ante la casa de la chica. Ahí se dio lo de los abrazos, los besos y demás. Él quiso pasar más adelante, pero la muchacha se lo impidió. Una y otra vez trató el encendido enamorado de convencerla: ya se iban a casar; podían por tanto consumar su unión. Para eso serviría de propicio lecho el mullido césped del jardín, y de cómplice cortina los arbustos. Ella se volvió a negar con energía. Le dijo el frustrado galán: “Entonces me retiro. No vamos a estar aquí parados los tres toda la noche”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Salim ben Ezra, califa de Bagdad, se enamoró perdidamente de una muchachilla que se ganaba la vida, y la de su padre y sus hermanos, bailando danzas voluptuosas en la calle.

La llevó a vivir con él en su palacio, y dio a sus familiares una fortuna para que se fueran lejos y no perturbaran su felicidad al lado de la amada.

Ella, sin embargo, no lo amaba. Lo trataba con desprecio, le imponía sus caprichos, y aun llegó a engañarlo con el apuesto y joven jefe de la guardia.

Cuando Salim supo de su deslealtad hizo llamar al verdugo de la corte.

-Trae tu espada -le ordenó.

Todos pensaron que iba a hacer ejecutar a la infiel y a su amante. No fue así. El califa le dijo al sayón:

-Mátame. Sin ella no puedo vivir.

El verdugo se echó de rodillas ante su señor y puso a sus pies su espada.

-Mátame tú a mí -le dijo-. No voy a obedecerte.

El pueblo, entonces, tomó a la mujer y al guardia, les dio muerte a pedradas y arrojó sus cuerpos a los buitres y chacales.

Poco tiempo después al califa se le acabó la vida por la tristeza. Cuando los cronistas narran esta historia lloran junto con quienes la escuchan.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Unos jovenzuelos dan martillazos a la Venus de Velázquez.”.

Aunque a ellos no les cuadre

lo duro de la expresión

yo les mando, por su acción,

una mentada de madre.