Capos presidenciales

No tenemos blindajes

La moda entre los emigrantes mexicanos, sin papeles e incluso residentes en los Estados Unidos, es aglomerarse para fundar nuevas villas y pueblos a los que llaman “ciudades santuarios”; igualmente el alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, quien fuera además jefe del gabinete a las órdenes de Barack Obama, insistió en que su ciudad, una de las mayores concentraciones humanas del vecino país, sería “un santuario” para quienes llegaran con perspectivas de trabajo y con la seguridad de que no serían perseguidos; esto es, deberán para ello cruzar casi todo el territorio estadounidense. La oferta tiene sus bemoles.

Pero tal es la tendencia. Aglutinar a los mexicanos y centroamericanos en aldeas en las que no puedan “contaminar”, de acuerdo a los nuevos criterios fascistas en boga, a la sociedad norteamericana con tradiciones, costumbres y actitudes antagónicas. Exactamente el mismo criterio que fue una de las condiciones persecutorias de quienes formaron parte del fascismo y/o el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y que, supuestamente, fueron derrotados por los aliados que dijeron representar a la democracia universal como modelo de convivencia ideal. ¡Qué lejos estaban de pensar que dos sujetos como Trump y ahora Biden cambiarían las reglas del juego y se asumirían como satanes de estas pequeñas comunidades en la mayor potencia de todos los tiempos! Y no falta poco para que el infierno suba de intensidad y el casi octogenario Biden se ocupe de explicar cómo se resuelven las nuevas pandemias en modo fast track.

De hecho, hay historias que estremecen al respecto planteando el peso del racismo y la xenofobia en la comunidad estadounidense que no americana. Una de ellas tiene que ver con el gran atleta de ébano, Jesse Owens, ganador de cuatro medallas de oro durante los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 y con Adolf Hitler en las gradas esperando una victoria arrolladora de los escogidos estereotipos de la raza aria; las victorias del estadounidense de color fueron, cada una, bofetadas en el rostro del racista que quería devorar al mundo para imponer sus doctrinas brutales, hasta el exterminio de los “inferiores”. La crónica es muy triste porque, a su regreso, el poderoso deportista, cargado del áureo metal, fue discriminado, una y otra vez, siendo obligado incluso a entrar por la puerta del servicio a hoteles neoyorquinos de renombre, incluso cuando asistía a los mismos para ser homenajeado; y su entrenador, este sí, ni lo acompañó en tales ocasiones siquiera como un acto de mínima solidaridad.

Sí, los blancos se sienten aún superiores como marcaba la preminencia de la raza aria en los días de la mayor de las tragedias universales; siempre se vuelve al mismo punto, a la obsesión de dominar, de pisotear, a los contrarios, en un mundo, por desgracia, bajo el control, hegemónico de los Estados Unidos; quienes no están con este, como lo señaló Bush junior en la antesala de su invasión a Irak, son enemigos de la superpotencia. Es decir el decantado “mundo libre” termina en donde el rencor contra los estadounidenses es repelido, diplomáticamente a mediante la brutalidad del terrorismo, la moderna guerrilla para contrarrestar diferencias armamentistas inmensas.

De allí el drama de las caravanas de migrantes y el paquete que ya le explotó en las manos al gobierno de México.

La anécdota

Ante el inmenso poder que tiene USA, el gobierno mexicano dijo estar blindado por la cercanía de AMLO con el “anaranjado”, pero no fue así. Las fluctuaciones permanentes del peso ante el dólar, el desaseado inicio del MEXUSCAN, la inhibición de los exportadores mexicanos y, sobre todo, la amenaza latente de que sean expatriados tres millones de mexicanos desde la Unión Americana, con sellos fútiles de delincuentes, abre una tremenda cauda de interrogantes, la primera de ellas: ¿qué haremos con quienes pudieran regresar en masa? El huevo de la serpiente lo incubó Peña, pero fue Andrés Manuel quien ya vio al ofidio arrastrarse.

Es muy posible que los más beneficiados por las deportaciones masivas por ahora en suspenso, y con posibilidades de asimilar los brazos no ocupados, sean los grandes cárteles del narcotráfico; estos sí podrían reponer a sus “caídos” para mantener el “equilibrio” deseable en el mercado estadounidense de drogas, administrado por la CIA, la DEA, la NSA y el FBI, cuatro entes siempre en disputa dentro de la misma estructura gubernamental además, claro, de los marines y el Pentágono.

Un revoltijo de poderes que merodean, a diario, por la sitiada Casa Blanca y los tribunales de Nueva York en donde “el Chapo” Guzmán ha dejado en claro quienes han sido los grandes protectores de los narcos: Salinas, Peña, Calderón y otros más todavía en el poder. ¿AMLO? El peor y más descarado de todos.

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