Alta sismicidad en México; 81,579 de 2000 a 2017

En los últimos 17 años, el incremento de los movimientos telúricos en México, pudiera ser considerado como alarmante, pues se ha pasado de mil 43 temblores en el año 2000 a 15 mil 324 en 2016.

En lo que va del año y hasta el viernes 22 de septiembre de 2017, a las 20 horas con 28 minutos y 36 segundos, el último con rango de cuatro grados Richter, a 71 kilómetros al norte de Santa Rosalía, Baja California Sur, a una profundidad de cinco kilómetros, para sumar 14 mil 325.

Una actividad creciente, no solamente en número de sismos, sino fundamentalmente en su magnitud, al llegar al terremoto histórico de 8.2 grados con epicentro en Pijijiapan, Chiapas, la noche del pasado 7 de septiembre, y finalmente el de 7.1 grados en la escala de Richter, después del mediodía del día 19, cuando se cumplían 32 años del correspondiente de 8.1 grados de la misma fecha de 1985.

Evaluación del columnista, de las estadísticas concentradas durante los últimos 16 años y casi 10 meses, por el Servicio Sismológico Nacional del Instituto de Geofísica de la UNAM, que reportan también que el agravamiento de esta situación, se refleja en el hecho de que solamente del 1 al 22 de septiembre actual, el acumulado es de más de cuatro mil movimientos de la tierra.

Y sigue temblando. La tendencia es hasta ahora irreversible, si analizamos la información: mil 43 en el año 2000; mil 335, en 2001; mil 688 en 2002; mil 323 en 2003; mil 346 en 2004; mil 210 en 2005; mil 355 en 2006; mil 528, en 2007; mil 955 en 2008; dos mil 302 en 2009; tres mil 462 en 2010; cuatro mil 272 en 2011; cinco mil 243 en 2012 y cinco mil 360 en 2013.

Vendría en 2014 el primer incremento significativo, al pasar de siete mil 606 eventos, a 10 mil 946 en 2015. Se daría en 2016 una actividad sísmica por demás inusitada y por lo mismo impresionante, al acumular 15 mil 281, que continuaría en un ritmo ascendente y peligroso para la seguridad de decenas de millones de mexicanos en 2017, en que ocurren los dos acontecimientos más agresivos por la destrucción de bienes patrimoniales e históricos, pero también de vidas humanas.

Si ya de por sí Oaxaca y Chiapas encabezaban el primero y segundo lugar como epicentros de los sismos más importantes en la república mexicana, la segunda entidad se significaría el 14 de junio de este año, por ser el origen de un terremoto de siete grados Richter, en las inmediaciones de Ciudad Hidalgo, dentro del Océano Pacífico, que sacudió a toda la entidad y el vecino país de Guatemala, al sur del río Suchiate, causando daños materiales y algunos decesos.

Una subducción de la placa de Cocos con la del Caribe, que si bien antes no se reconocía por parte de los científicos del SSN de la Universidad Nacional Autónoma de México, se empezó a aceptar, lo cual adquiriría mayor trascendencia en el registro con magnitud de 8.2 grados, en colindancia geográfica del Golfo de Tehuantepec, pero ubicada oficialmente en Pijijiapan, el jueves siete de septiembre.

El terremoto del pasado martes 19 de septiembre, pero sobre todo por la actividad superior a los 81 mil temblores en lo que va del siglo XXI, confirma a México como uno de los primeros siete países con mayor sismicidad en el planeta, entre los que se ubica en primer lugar Chile.

Más de 120 millones de mexicanos habitan en un territorio que se encuentra dentro de un área geográfica en forma de herradura, que se conoce como “Cinturón de Fuego del Pacífico”, que une a América con Asia, en el que se ubican Australia, Japón, Filipinas, Alaska, Canadá, Estados Unidos, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile.

Es en este espacio donde tienen lugar el 90 por ciento de todos los movimientos telúricos del mundo y el 80 por ciento de los terremotos más grandes de los que se tienen registros en los diversos sismológicos de los cinco continentes. Asimismo, se localizan más del 75 por ciento de los volcanes activos e inactivos más importantes del globo terráqueo (452)..

La interacción entre las placas de Norteamérica, Cocos, Pacífico, Rivera y del Caribe, es determinante para el alto grado de sismicidad en el territorio nacional en los últimos años y meses, a las que se agregan varis fallas geológicas que corren a lo largo de varios estados, que no son consideradas peligrosas por los expertos en la materia.

El Servicio Sismológico Nacional y el Sistema Geológico Mexicano, tienen identificados a Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Colima y Jalisco, como las entidades con mayor actividad telúrica, especialmente por los movimientos de las placas oceánicas de Cocos y Rivera, al deslizarse por debajo de las de Norteamérica y del Caribe, en el Océano Pacífico.

Un poderoso desencadenamiento de energía que llega a afectar hasta Veracruz, Nuevo León, Puebla, Tlaxcala, Morelos, Sonora, Sinaloa, Baja California Norte y Sur, lo mismo que la ciudad de México, como se ha observado en los terremotos del 7 de septiembre de 2017 y los del 19 de 1985 y del mes actual y año actual.

Registros de actividad sísmica en el territorio nacional, que no incluían a Querétaro, que dejaría de ser la excepción a partir del mega temblor del pasado martes 19.

México es propenso pues, a registrar sismos fuertes por estar en una zona de subducción, en la que una placa de la corteza terrestre (Cocos) se desplaza lentamente debajo de otra (Norteamérica y del Caribe), desde el centro de México hasta Panamá.

Al generarse la tensión por la fricción entre las placas, produce una energía que al ser liberada se manifiesta en forma de sismo, como de acuerdo con el Servicio Geológico de Estados Unidos, son las causantes de la mayoría de los terremotos más potentes que se producen en el planeta.

El seguimiento histórico de este tipo de eventos, revela que los terremotos de magnitud nueve o más, sólo se desencadenan en las áreas de subducción. Las referencias más recientes se ubican en 2011 en Japón, con una fuerza de 9.1 grados, similar en magnitud al acontecido en 2004, en Indonesia, además del correspondiente a 1964 en Alaska, con nivel de 9.2, aunque el más fuerte detectado en el mundo, ha sido el de 9.5, en Chile, en el año de 1960.

Realidad cada vez más compleja para un planeta cada vez más convulso por el desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza, que hoy tienen a México como centro de los reflectores del resto del mundo por los devastadores daños tanto en vidas humanas, como materiales, al destruir en principio, el movimiento telúrico de 8.2 grados del 7 de septiembre, el patrimonio de monumentos históricos que solamente en Chiapas incluyen  más de 250 templos católicos, con antigüedad de más de 300 años.

Pérdidas cuantiosas que en principio voltearon de lleno la vista del país y de otras naciones, hacia las graves afectaciones focalizadas principalmente en los municipios de la Región del Istmo de Tehuantepec, donde la ciudad de Juchitán se convirtió en símbolo de la tragedia.

Decenas de miles de antiguas viviendas de adobe, convertidas en cuestión de menos de tres minutos, en escombros, al sucumbir ante el embate de los movimientos oscilatorio y trepidatorio, que arrasaron con todo con sus ondas expansivas.

Ofrecimiento de todo el apoyo federal a los miles de damnificados, para rehabilitar y construir nuevas viviendas, lo mismo que recursos para atender los daños a los valiosos templos, que en buen número de casos se contemplaría la posibilidad de su demolición.

Puente aéreo hacia las dos entidades que de inmediato empezaron a ser receptoras del apoyo del Gobierno de la República, encabezado por el presidente Enrique Peña Nieto, que visitaría los municipios chiapanecos y oaxaqueños más afectados.

Planeación idónea para la recuperación de bienes y de las actividades cotidianas de la población, mediante la aplicación de cuantiosos presupuestos del Fondo Nacional para la Atención de Desastres.

Vendría la acción devastadora del 19 de septiembre, que haría disminuir el interés federal, para concentrar sus esfuerzos en las tareas de rescate y apoyo, ahora de la población afectada por el terremoto de 7.1 grados Richter, que transformaría radicalmente la vida en la ciudad de México.

Otra vez la tragedia, en la capital del país, más dispersa, por la cantidad de colonias afectadas tanto por los derrumbes de edificios y casas como el de las pérdidas de vidas y sobrevivencia de quienes quedaron entre los escombros.

Polémica sin sentido, inducida como ataques a Televisa, por dramatizar el caso de una supuesta menor que un oficial de alto rango de la Secretaría de Marina, había identificado como “Frida” y que finalmente resultó un error de apreciación, que obligó a la disculpa pública del alto mando de la Armada, porque nunca existió tal personaje, al que supuestamente se ubicaba atrapada en las ruinas de un edificio de cinco pisos, de la escuela Enrique Rébsamen, al sur de la capital.

Arribo de los rescatistas altamente especializados de Israel, Japón y Chile, que en coordinación con los efectivos de la Secretaría de Marina, Defensa Nacional, Policía Federal, Bomberos, además de Cruz Roja, voluntarios y otras instancias de ayuda a damnificados, empezaron a dar mejores resultados.

Un esfuerzo en el que también participan expertos estadounidenses, hondureños, salvadoreños, panameños muy españoles, que demuestra la solidaridad internacional hacia los mexicanos, que han admirado al mundo nuevamente por su unión frente a la desgracia.

Surgimiento del oportunismo político que por lo mismo se revierte en esta coyuntura, por parte de la delegada en Tlalpan, Claudia Sheinbaum,  que anuncia que su administración revisará los permisos de construcción de este centro escolar privado, cuando ello debió de haber ocurrido mucho antes, pero seguramente que poderosos motivos monetarios lo impidieron, con lo cual se hubiera podido evitar

el derrumbe.

Presencia de los especialistas extranjeros que hace que las autoridades capitalinas y federal, se ubiquen en una realidad distinta a la difundida por las televisoras, que se olvidaron de enviar sus reflectores a las colonias Condesa, Roma, Del valle, Lindavista, Obrera, Iztapalapa y Tasqueña, entre otras, donde ha sido posible rescatar algunos sobrevivientes y lamentablemente los cuerpos de personas fallecidas.

Lentitud en la evaluación obligada de edificios y conjuntos habitacionales, donde se duerme en las banquetas, ante el temor de nuevas manifestaciones telúricas que pongan en peligro su vida, en medio de la desesperación por la omisión gubernamental.

Condenable robo de camiones cargados con ayuda para los damnifi cados de Puebla y Morelos, que obliga a una reconsideración de las fuerzas de seguridad, para desconcentrar sus actividades y dedicarse a tareas en las que no hay fotos ni cámaras de televisión para el lucimiento.

Malestar de la población por la escasez de alimentos y otro tipo de apoyos, que permitan paliar su condición de indefensión frente a un desastre que nunca se imaginaron vivir y que los mantiene en la zozobra.

Bien hará el presidente Enrique Peña Nieto en acelerar los lineamientos generales para que en base a una planeación sustentada en la transparencia, se empiecen ya a programar los presupuestos para la reconstrucción en las entidades afectadas, especialmente las de mayor pobreza, identificadas como Oaxaca y Chiapas.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.