Noche de bodas. El famoso karateca se precipitó al lecho nupcial y a los brazos de su flamante mujercita al grito de ataque de “¡¡¡Yaaaaa!!!”. Unos segundos después le preguntó ella, desolada: «¿Ya?». Una joven señora estaba a punto de dar a luz. Afuera de la sala de partos aguardaba un hombre. La enfermera le pidió: «Deme el nombre de su esposa, por favor». Preguntó el tipo: «¿Es necesario involucrar en esto a mi esposa?». Don Algón, ejecutivo de empresa, se preocupó bastante cuando supo que su hija Dulcimel andaba de novia con Bragueto, un vivalavirgen sin oficio en busca de beneficio. Recuerdo en este punto la película “Narrow margin” (1990, con Gene Hackman, Anne Archer y el grande y olvidado actor M. Emmet Walsh). Uno de los personajes le pregunta a otro: “What kind of dame would marry a hood?”. Responde el otro: “All kinds”. Algo así como: “¿Qué mujer se casaría con un sinvergüenza?”. “Todas”. El tal Bragueto se presentó ante don Algón y con la mayor desfachatez le pidió la mano de su hija. Respondió el progenitor: «Mi respuesta, joven, depende de su situación económica”. “¡Qué coincidencia, señor! -exclamó alegremente el cínico Bragueto-. ¡Mi condición económica depende de su respuesta!”. Uno de los paradigmas de López Obrador es Juárez. Pero vamos a ver. El Benemérito solía decir que cada uno de los ministros que formaban su Gobierno era en todo superior a él. Eso explica en parte la grandiosidad de su obra. ¿Puede afirmar lo mismo de su Gabinete el Presidente actual? Dicho sea con el mayor respeto -así empieza AMLO cuando se dispone a asestarle un chingadazo a alguien- casi todos sus colaboradores, con una que otra excepción, son ilustres medianías. De ahí lo errático de la administración, los indicios, que aparecen cada día con claridad mayor, de que la nave del Estado no va con rumbo cierto. Los muchos males que el país ha padecido -criminalidad, desapego de la ley, impunidad, entre otros- siguen rampantes, aunque otros, principalmente el de la corrupción, ya no se ven, lo cual es en sí mismo un gran avance que se debe reconocer y aplaudir. Alguien dirá, no obstante, que la excesiva concentración de poder en el Ejecutivo, poder que paulatinamente va aumentando a costa de los otros Poderes, y la manera como el Presidente ha alterado algunas instituciones para controlarlas y preparar el camino que nos llevará quién sabe a dónde, son otra forma de corrupción, pero eso ya es cosa de opiniones. Mientras tanto los hechos muestran un manejo ineficiente de la cosa pública y una falta absoluta de coordinación entre López Obrador y sus colaboradores. Se nota que no hay acuerdo entre ellos, y que los integrantes del Gabinete se manejan como Dios les da a entender. (Quién sabe cómo se manejarán los ateos). Esperemos que con el paso de los días, las semanas y los meses el señor Presidente se serene un poco y no quiera comerse el mundo en un solo bocado. A este respecto, considerando sus madrugones, sus diarias conferencias matutinas, sus viajes casi cotidianos, le sería útil meditar la pregunta que el fabulista hizo a la ardilla: “Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero, amiga, que me diga: ¿son de alguna utilidad?”. Mediados del siglo diecinueve. Nos encontramos en una plantación algodonera en el sur de Estados Unidos. El esclavo le pregunta a su amo: “¿Por qué si yo soy negro mi mujer tuvo un hijo blanco?». Contesta el propietario, displicente: «No te extrañe; así es la naturaleza. Mi borrega es blanca, y sin embargo parió un borreguito negro”. “Muy bien -admite el esclavo-. Usted deje en paz a mi mujer y yo dejaré en paz a su borrega». (No le entendí). FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

La enredadera que sube por el tapial del huerto se acordó por fin de que ya es primavera y abrió a la luz sus flores azulinas.

Ahora la pared gris es una fiesta. Las golondrinas la ven y no la reconocen. Cuando el gato pasa por sobre el pretil lo hace pisando con mayor respeto.

Yo amo a esta empecinada enredadera que se abraza al muro como una amante al hombre amado. Cuando la miro desde mi ventana me parece estar viendo, indiscreto, el encuentro de dos enamorados. Me reprocho a mí mismo esa irrupción y miro hacia otra parte. Pero el azul y el verde me llaman otra vez, y otra vez vuelvo a contemplar el muro y el follaje.

Si yo fuera poeta -no tengo esa fortuna; no tengo esa desgracia- le escribiría un poema a la enredadera. Compararía el azul de sus flores al azul del cielo, y le diría que es como una mujer que está junto a su hombre. Sería el mío un poema de amor. Los poemas que no son de amor no tienen mucha poesía. El muro escucharía ese poema, lo oiría la enredadera, y el gris del muro sería menos gris, y el azul de las flores sería más azul.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Abaratarán el agua.”.

Leyendo la noticia ésa

opinó cierto señor:

“Sería mucho mejor

abaratar la cerveza”.