Vivo con una mujer áspera, gruñona, que me impone su voluntad y no me deja dormir si la desoigo. ¿Caeré en lo melodramático si digo que esa mujer es mi conciencia? Pasado está de moda hablar de ella. Es cosa caída ya en desuso, como la bacinica, la garrocha para quitar las telarañas de los techos y los pregones de los vendedores callejeros. Y sin embargo no se aparta de mí la tal conciencia. Me dicta sus dictados, terminante, y me obliga a decir y hacer lo que no quiero. Fue ella la que me puso en la necesidad de declarar públicamente, a mi pesar, que en mi opinión Claudia Sheinbaum fue la ganadora en el debate presidencial de antier, y Xóchitl Gálvez la ocupante del tercer lugar. Confieso ahora, también pese a mí mismo, que ese debate me hizo ver que la candidata de Morena, la abanderada de la 4T, es la que más y mejores cualidades tiene para ser la próxima Presidenta de México. Aun así no votaré por ella. También es mi conciencia la que me ordena negarle mi voto desde ahora. Estoy en el mismo trance en que me vi cuando en la elección del 2018 debí optar entre José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador. A este último lo descarté primero. Antes habría votado por Barrabás o Gestas que por él. Los acontecimientos de estos últimos seis años me han dado la razón: muchas y muchos que, obnubilados por las promesas del Peje, le dieron su voto se han arrepentido amargamente de ello, y en forma pública han cantado la palinodia por su equivocación. El mejor candidato, y quien hubiera sido un excelente mandatario, era el priista Meade. Pero no voté por él porque era priista, y en este tiempo el partido tricolor cargaba con el pesado lastre de la tremenda corrupción habida en el sexenio de Enrique Peña Nieto. No podía yo sufragar por quien traía las siglas que llevaban un desprestigio tal. Voté entonces por Anaya aunque, repito, sabía que el más apto para ser presidente de México era Meade. Igual me sucede ahora. He dicho que el debate lo ganó Sheinbaum, y que en mi opinión es la candidata con mayores cualidades para gobernar bien este país, pero con todo, y en acatamiento de lo que me dicta mi conciencia, no le daré mi voto. ¿La razón de la que parece sinrazón? No es que la señora sea la corcholata de AMLO. Pienso que de llegar a la presidencia la tal corcholata dejaría de serlo; cobraría propia personalidad —la tiene de sobra—, enviaría al tabasqueño a su rancho y tomaría ella sola las riendas del gobierno. Son sus orígenes ideológicos los que me preocupan. A diferencia de López Obrador ella sí es de izquierda, y lo es de extrema radical. Seguro estoy de que teniendo en sus manos el poder pondría en práctica sus ideas de juventud, pues en esto de la política juventud es destino. Un gobierno así, izquierdista de verdad, antidemocrático, estatista, totalitario, contrario a la libertad individual, no le conviene a México, como tampoco le conviene un gobierno de derecha, conservador, enemigo de los derechos de la mujer y de las personas con preferencias sexuales diferentes, cercano a los ricos y ciego ante los marginados, mocho. Mi voto, pues, será para Xóchitl Gálvez, aunque me inquietan sus limitaciones y me alarman los partidos que la postulan y de los cuales no se puede deslindar. Sé que mi voto conlleva un riesgo grande, pero lo asumo con tal de no ver a mi país conducido a un extremo inspirado por ideologías fracasadas ya. Entre la espada y la pared me veo, entonces. Espero no equivocarme el 2 de junio, porque me aguarda el juicio de esa mujer sañuda e incapaz de perdonar que mencioné al principio: mi conciencia, cabrona y chingativa. FIN.

Mirador

Por Armando Fuentes Aguirre

La gente de antes pensaba que los eclipses, lo mismo que los cometas, son anunciadores de grandes acontecimientos, generalmente catastróficos.

Mucha gente de ahora piensa lo mismo.

Yo, la verdad, no sé qué pensar.

En relación con el eclipse de ayer suspendo todo juicio, pero me parece poco natural tener dos noches en 24 horas, aunque, bien vistas las cosas, un eclipse y un cometa son la cosa más natural del mundo. De otra manera no sucederían.

Comoquiera, eso de que al mediodía los coches anduvieran por las calles con las luces encendidas era algo desusado, lo mismo que, según me dijeron luego las gentes del Potrero, las aves se fueran a sus nidos y las gallinas a su gallinero.

No sé. He ahí las dos palabras que mejor cuadran en labios de alguien como yo. No sé.

Pero vengan eclipses y cometas. Lo que soy no lo determinan fenómenos naturales ni sobrenaturales. Soy lo que soy; lo que mi vida me ha llevado a ser. Cuando la vida se me acabe dejaré de ser. Y eso será tan natural como un eclipse. Las cosas seguirán como antes, como siempre. También esa noche las aves se irán a sus nidos y las gallinas a su gallinero.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“… Eclipse…”.

Esa palabra —me late

que la puse sin querer—

¿hace alusión al de ayer

o a Xóchitl en el debate?