Mujeres, política y traiciones I (Juanitas)

En un país en donde las mujeres aún se venden, se negocian y se amordazan ante la vista de quienes nos ahorcan entre las redes del debate moral-legal “de lo que es privado-público”, entre lo que es “cultura-usos y costumbres y derecho de pernada”; le ha llegado un 2024 en donde se elegirá a una probable presidenta del país. Seguramente, los intestinos del poder han de estar bastante constipados y armando nuevos mecanismos de control de lo femenino. Mujeres, política y traición es un relato ubicable y reconocible.

“Las horas recorren este siempre paisaje”

Me encanta apartarme de todo y de todos, como esta mañana, que he salido de la casa de mis padres antes de que despertaran, acompañada de la neblina densa y un frío que me enciende las mejillas.

Chaniltik es un universo helado y contrastante.

Se me consume la vida… o lo que queda de ella en este detenerme de largas horas, o lo que creo que son largas. Respiro una y otra vez, intentando que mi sangre vuelva a su pureza, para que mis pulmones tengan la fortaleza de exhalar las palabras que se me atoraron en el vientre.

La luz cambia, puedo saber con facilidad que son como las seis de la tarde, la hora de mi regreso a las entrañas de ese llamado que sabe a todo y en donde no me reconozco.

Mi problema es que fui tocada por ese sortilegio inusual de curiosidad y desafío. No usual para las de mi familia y mi comunidad. Mientras avanzo y la hojarasca se rinde ante mis pies, siento la posibilidad de un poder que no busqé, que llegó a mi vida y que me atormenta y a la vez me inspira.

Tengo 18 años… para mi desgracia y fortuna de un sistema de dioses consabidos, soy una sobreviviente de las oquedades y las manos que reptan, y ahora lo sé, y lo denuncio gracias a que mi mundo fue desempolvado cuando hace poco más de un año conocí a esa mujer citadina de cabellera extraña, como sol blanquecino, con raíces negras como sus ojos. Su nombre Alejandra, y su historia: una total provocación a la mía, siempre corriendo de un lado a otro, con prisa, con el corazón galopando a tal velocidad y fuerza que era posible escucharlo cuando se aproximaba.

Ese ser tan dueño de sí, que vivía sin pedir permiso de nada y colgándose aromas embriagantes distintos y deliciosos por las mañanas, cuando se quedaba en casa podía permanecer en esa ropa holgada, de colores pastel con dibujos infantiles o cómicos y andar por todos los rincones musitando frases con un libro en la mano, dejándolos como huellas sobre los sofás y las mesas, luciendo sus cabellos erizados, sin peinar, contenidos con un lábil moño.

Llegué a su mundo cuando mi padre me envió con mi hermana Alicia a trabajar a la Ciudad de México. Alejandra no tenía hijos, pero sí casa, carro, amigas, novios, perros y muchos libros. Los había de todos los colores, en mi primaria solo veía los cinco o seis que nos daban los maestros en ese entonces, pero en esa casa, que olía a jazmines, los libros eran más sagrados que un hijo, pues mi hermana y yo aprendimos a tocarlos con reverencia, como se limpian las imágenes de santos y vírgenes en la iglesia de mi pueblo. Algunos libros ella los tenía calificados de intocables, así viéramos una corteza de polvo encima, hasta que ella diera su autorización.

La casa era enorme con enredaderas que ensombrecían buena parte de las estancias, yo vagaba por sus habitaciones, en donde los pasos de esa mujer resonaban de un lado para otro, siempre con prisa. Fue una tarde de lluvia que reparó en mí y me volví uno de sus objetivos, me empezó a hablar de libros, autores y sus amoríos con historias y personajes que poco a poco se fueron haciendo mis conocidos. Mi hermana mayor prefería la televisión después de la jornada. En cambio, yo me quedaba prendada de sus incendiarios monólogos fascinantes; por ello, cuando me pregunto si quería perfeccionar mi capacidad de leer, escribir y tener más cultura general, acepté sin tener mucha conciencia de lo que eso significaba, quería ser como ella, de alguna manera me atraía lo que a aquella mujer sin marido ni hijos, de más de 40 años, le hacía feliz e intensa.

A la edad que ella tiene, de donde yo vengo, las mujeres están llenas de canas verdaderas —no de ese tinte que se ponen en las ciudades que simula canas—; en mi paraje, las mujeres después de los 30 años están encorvadas, sin brillo en los ojos y sin oportunidad para cosas personales. No hay un trozo de tiempo para tomarlo, hacerlo suyo y sentarse a reír o disfrutar sin límite de horario. Los ojos se les enturbian y casi siempre andan llorosos, por tanto humo de los fogones en torno de los cuales la vida se recibe y se entrega. Acepté aprender a leer porque me gustaba cómo reía, y me dije a mí misma: “Yo quiero seguir riendo cuando tenga esa edad”, además tenía cosas y tiempo de su propiedad.

Poco a poco le encontré el sabor a los libros, a esas historias que empezaba a devorar una tras otra y que me incendiaban la sangre y el alma.

—¡Gloria! ¡Gloria! —se escuchan gritos a lo lejos que sacan a Gloria de sus reflexiones—.

—Mmm, creo que mi paseo terminó, al menos por hoy. Regresaré en cuanto pueda escaparme de los ritos y mi esposo, para buscar mi espacio. Espero hacerlo. Espero también tener tiempo para mí.

Por lo pronto creo que ya es la hora anunciada, el municipio de Chaniltik me eligió —al menos esa es la versión oficial— para ser su presidenta municipal. Y para mi extraña suerte o desgracia, ya no seré Gloria.

Ahora me llamarán Juanita…

“Nada es casualidad, nunca pensé que el cuerpo podría estar vivo”.

(b)

Alejandra me contrató una maestra llamada Verónica, que, por las tardes, frente al ventanal que daba a la Plaza de la Conchita, me enseñó por largos y memorables meses a amar los libros, a leer con devoción y paciencia lo que las letras encierran; ella misma, Alejandra, se daba el tiempo para contarme sobre mujeres que, según ella, eran sus amigas de toda la vida: Madame Bovary, Ana Karenina, me hablaba de Safo, de sor Juana, Rosario Castellanos… heroínas y escritoras que adoraba con locura.

Confieso que sudaba frío y por las noches no dormía releyendo y pensando en estas vidas que eran como volcanes erupcionando, historias en donde las mujeres decidían independientemente de su suerte, eran ganadoras, dueñas de su cuerpo, su sexo, su voluntad y de sus decisiones, pese a los precios que pagar.

Mi hermana me regañó cuando se percató de que Alejandra me estaba pagando las clases de regularización con la maestra Verónica; me dijo que estaba loca y que ese dinero mejor que me lo diera para llevárnoslo a nuestra casa cuando nos fuéramos a fin de año.

Y tanto fue su coraje que no se aguantó y mordiéndose la pena se lo dijo a Alejandra, quien la escuchó con gran paciencia, mientras degustaba una taza de café a lado de su computadora.

Yo veía de reojo la reacción de Alejandra, como abría los ojos y mordía su pan tostado integral con fuerza, ante la perorata de mi hermana, que con su escaso español le decía que en nuestra comunidad indígena, las mujeres no necesitan leer tanto, lo que se puede aprender se hace en la primaria, pero, además, yo, Gloria Santis, iba pronto a tener edad como ella, para casarse y cuidar a sus hijos, marido, y mejor nos diera el dinero para llevárselo a mi padre, que ya estaba haciendo gastos para lo de su boda.

—Mira Alicia, te entiendo, agarra tu café, siéntate y seguimos platicando, falta tiempo para que pasen por mí, ¿no quisieras que la vida fuera diferente? —dijo Alejandra con voz melosa.

—Yo sí quiero una vida diferente —hice mi aparición ante la mirada feroz de mi hermana—, no quiero terminar como mi madre.

—Qué sabes tú Gloria, no estás pensando bien, en Chaniltik no se necesita ser diferente, necesitamos dinero. Además me voy a casar ahora en diciembre y vamos a hacer gastos de la fiesta…

—¿Me vas a invitar Alicia? Me encantan las fiestas, mira, deja que Gloria siga aprendiendo, no le va a hacer daño, y te prometo que te compro un celular como el mío y te doy dinero para que compres lo que te haga falta para lucir como la novia más preciosa en esa fiesta, a la que obviamente iré.

Las dos nos soltamos a reír con mi hermana, de nervio y de gusto, nos quisimos tragar la risa de pena, la verdad, nos gustaba mucho el celular de Alejandra, pero sabíamos que era caro. Sentimos que nuestras mejillas se ponían calientes y rojas. Nos imaginábamos a Alejandra en la boda, viendo nuestros bailes y familias, eso nos daba alegría y pena a la vez, pues ¿cómo nos miraría ella? Mi hermana quedó feliz, pensando en que con ese dinero podría comprarse más cosas que le faltaban para verse más hermosa en su casorio.

A partir de ese día, mi hermana estaba pendiente de que yo hiciera las tareas que me dejaba la maestra y que tomara mi clase, hasta agua de sabores le preparaba a Verónica Villalpando, que a diario venía un par de horas a invitarme a un viaje sin regreso.

Los meses pasaron y el temido octubre llegó. A finales del mes tendríamos que viajar a nuestro pueblo para que mi hermana se probara sus vestidos de fiesta, y yo también. Alejandra cumplió su promesa.

Mi hermana compró el celular de su sueño y pasaba horas hablando con ese extraño enamorado a distancia. Yo disimulaba dormir, pero era fácil hilar las conversaciones sobre los grandes planes de la boda y su futuro. En los días que eran contados con vehemencia, mi hermana pulía los mosaicos y realizaba las demás labores en la casa con los ojos vidriosos. Hasta Alejandra podía percibir su enajenamiento amoroso.

—¿De verdad iras a la boda? —le preguntábamos todos los días a Alejandra.

—¡Por supuesto!, y llegaré con tiempo para poder conocer las ciudades cercanas, y luego me iré a Chaniltik con una amiga. Aunque me encantaría ir con mis hermanas, pero están ocupadas, sin embargo, quizás Paola sí podrá, es amiga

de la familia de ustedes. Seguro que será una de las invitadas especiales.

—Hace frío, así que ve bien abrigada —le dije entre dientes y aguantando la risa, pues en el fondo no quería que llevara esas minifaldas y blusas provocativas que de repente le veíamos usar.

—Pero a cambio, también me acompañarán a un viaje especial, vamos a ir a la Feria Internacional del Libro en la ciudad de Guadalajara, mi hermana va a presentar un libro y son mis invitadas.

—¿Iremos en avión? —pregunto extasiada, mientras mi hermana le susurra que ella prefiere quedarse.