Entre mis pecados de juventud -muchos, y los más de ellos muy gozosos- está el de haber participado en concursos de oratoria. A la sazón estaban muy de moda. De ellos salían los llamados “jilgueros” para el PRI, que en las campañas hacían el elogio de sus candidatos. (“Muy pocas veces ha sido acusado de robar”, encomió uno de esos jilgueros a un candidato). Puedo decir entonces lo que es un buen discurso. Tres he oído extraordinarios. El primero lo dijo don Felipe Sánchez de la Fuente, saltillense, rector insigne que fue de la Universidad de Coahuila. En San Luis Potosí, en el Teatro de la Paz, pronunció un discurso en el cual dijo una frase que hizo que el público se pusiera en pie para aplaudirlo: “Para salvar a un México crucificado es necesario crucificarse en él”. El segundo discurso, brillantísimo, se lo escuché al entonces Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, en la ceremonia conmemorativa del centenario de la fundación del Ateneo Fuente, de Saltillo. No estaba previsto que el mandatario tomara la palabra, pero algo hizo que él mismo solicitara hablar. “Por respeto a mi investidura -empezó su discurso- no debo exponerme a los riesgos de la improvisación”. Siento tristeza al comparar esa actitud con la cotidiana y desatentada verborrea de ya saben quién. El discurso de Díaz Ordaz, ejemplo de buena oratoria, es uno de los más bellos homenajes que se han rendido a aquella gloriosa institución. El tercer discurso memorable lo dijo igualmente en Saltillo, mi ciudad, Beatriz Paredes, que entonces era gobernadora de Tlaxcala. Se inauguró una plaza con un monumento en homenaje a nuestros antepasados tlaxcaltecas, y las palabras que bellamente la señora dijo le merecieron al final una ovación que parecía que nunca iba a terminar. Desde entonces siento admiración, respeto y aun afecto por Beatriz Paredes. Pienso que sería una gran Presidenta de México. Nada importan sus problemas de movilidad. Reducido a una silla de ruedas Franklin D. Roosevelt fue un notable mandatario de los Estados Unidos en los años cruciales de la Segunda Guerra. Pero Beatriz Paredes lleva en sí una onerosa carga que la perjudica: las tres letras que forman las siglas del PRI. Quizá Coahuila es ya el único estado del país en que ese partido no es objeto de repudio. Los electores verían en esa candidata, a pesar de su brillantísimo talento, de su sabida experiencia política y su probada honestidad, una especie de resurrección del priismo, una vuelta al pasado que ningún mexicano quiere ver. Lo mismo sucede con Santiago Creel y su etiquetación panista. Xóchitl Gálvez, en cambio, está libre de esos lastres. Su imagen es la de una persona libre de compromisos partidistas, independiente y dueña absoluta de su persona y de sus actos. Desde luego no tiene la altura intelectual ni la trayectoria de Paredes o de Creel, pero posee el carisma y la frescura de que ellos carecen, y la capacidad -que ha demostrado- de hacer frente con ventaja a los ataques de AMLO, que le teme y por lo tanto la ha agredido en la forma burda en que acostumbra tratar a quienes llama sus adversarios. No cabe duda de que la mejor candidata de la oposición sería Xóchitl Gálvez. Ella representa la esperanza de evitar el ominoso riesgo de que se perpetúe el mal gobierno que ahora padecemos. Atención: viene ahora un relato picaresco. Dora Cata, gran sommelier, o sea experta en vinos, contrajo matrimonio. La noche de las bodas su marido le pidió la realización de un acto erótico al cual ella no estaba acostumbrada. Le dijo al ardiente galán: “Perdóname que no acceda a hacer lo que me solicitas. Es que no sé qué vino va con eso”. (No le entendí). FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Me apesaró la inesperada muerte de Graciela Garza Arocha, cuyo nombre está indisolublemente unido al de “La Canasta”, emblemático restorán de Saltillo, mi ciudad.

Modesto fue el origen de esa que fue segunda casa para muchos saltillenses. Con su hermana Rebeca fundó Gache un pequeño negocio en el garaje de una antigua casona en la calle de Aldama. Ahí vendían piezas de pollo rostizado, entonces grande novedad, que servían, sobre papel encerado, en canastitas de plástico. De ahí el nombre del lugar.

Tuvieron éxito, y al paso de los años el restorán creció en otros locales hasta convertirse en el más grande y mejor de la ciudad. Los platillos que Graciela creó le dieron fama. Primero el arroz huérfano, llamado así porque no tenía madre. El nombre se lo puso Roberto Orozco Melo, excelente persona, inolvidable amigo. Luego el filete tapado, las enchiladas ATM y Abuelita, las cáscaras de papa, los champiñones al limón. Una extensa y sabrosa variedad de galas de gula que quedaron grabadas en nuestra memoria.

Gran empresaria, impulsora de buenas causas de beneficio a la comunidad, Graciela Garza Arocha descansa ya, ella que siempre fue incansable. No habrá para ella olvido. La recordaremos con afecto y gratitud.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA,

“. Ebrard mantiene su protesta.”.

Y no la suspenderá,

ni cesará su reclamo,

porque el dedito del amo

en él no se posó ya.