El Tren Maya es el mayor crimen ecológico y arqueológico que se ha cometido en la historia moderna de México. El arrasamiento de miles de hectáreas de selva y la destrucción de numerosos vestigios arqueológicos de la cultura maya tienen un solo responsable: Andrés Manuel López Obrador. Recojo los testimonios de expertos tanto en materias relacionadas con el medio ambiente como en cuestiones de arqueología e historia. Oigo relatos que, de ser ciertos, deberían ser dados a conocer e investigados, como el de la excavadora bajo cuyo peso cedió la corteza terrestre, y tanto la máquina como su operador cayeron a un profundo cenote del cual no se les pudo ya sacar. Quienes comparten conmigo lo que han sabido acerca del kilométrico trazo del Tren Maya se hacen una pregunta. Por causa de la depredación han desaparecido millares de árboles selváticos cuyas maderas preciosas tienen un alto precio en el mercado. ¿Dónde están esas maderas? ¿Alguien o algunos las están aprovechando para su beneficio? ¿Al ecocidio se añaden actos de corrupción igualmente ocultos? Más allá de todas esas dudas hay certidumbres absolutas: la de la destrucción de incontables hectáreas de una selva que es patrimonio de la humanidad y la del atentado contra valiosos restos de la cultura de los mayas, denunciado por especialistas que no han sido escuchados. El dicho tren, cuya viabilidad no está asegurada, es, junto con el Aeropuerto “Felipe Ángeles”, hasta ahora un fracaso evidente, y la refinería Dos Bocas, que nada ha refinado todavía, una de las tres costosísimas obras emprendidas por el régimen de AMLO sin los estudios necesarios para justificar su realización. Serán nociva herencia para quien lo suceda en el cargo que ha desempeñado en forma tan autoritaria y caprichosa. El peso de la historia caerá sobre el autócrata. No siempre estarán con él los aduladores a sueldo que ahora lo deifican. Don Poseidón, severo padre de familia, se mortificó al ver que pasaba ya la medianoche y su hija Glafira aún se hallaba con el novio en la sala de la casa. Desde la escalera del segundo piso le preguntó, molesto: “¿Está ahí tu novio?”. Respirando agitadamente contestó Glafira: “Todavía no, papá, pero ya se va acercando.”. Conocemos muy bien a don Chinguetas: es un marido tarambana. Su esposa, doña Macalota, le reclamó, airada: “Me dicen que estás durmiendo con otra mujer”. “¡Mentira! -protestó él-. ¡Te juro que no pegamos los ojos en toda la noche!”. Tabu Larrasa, vedette, estaba muy plana en la parte posterior. Recurrió a los servicios de un cirujano plástico que le agrandó considerablemente la región citada. Días después Tabu se topó con una compañera. La vio ésta y le dijo con tono admirativo: “¡Caramba! ¡Veo que has ampliado tu negocio!”. Don Frustracio se asomó por la ventana y le dijo emocionado a su mujer: “¡Qué hermosa noche! ¡Hay plenilunio, y en el cielo brillan las estrellas!”. Replicó doña Frigidia en tono seco: “Hoy no. Me duele la cabeza”. Liriolita, muchacha en flor de edad, casó con don Gerolanio, señor septuagenario. No debo ocultar la verdad: lo desposó porque él tenía una cualidad que a ella le gustaba: dinero. Desoyó la sentencia que dice: “No te cases con viejo por la moneda. La moneda se acaba y el viejo queda”. La noche de las bodas sucedió algo con lo cual Liriolita no supo si entristecerse o alegrarse: su provecto marido se mostró visiblemente apto para cumplir sus deberes conyugales. “¡Caramba, don Gero! -exclamó la sorprendida novia al ver al enhiesto señor-. ¡Pensaba yo que estaba usted en vías de extinción, y resulta que está en vías de extensión!”. (No le entendí). FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

El cine de Hollywood fue causa en el pasado siglo de más muertes que los habidos en la Segunda Guerra.

En efecto, en las películas el acto de fumar aparecía como algo glamoroso. Actores y actrices fumaban en la pantalla, escena tras escena, y eso parecía algo elegante. Muchos de ellos, por cierto, murieron víctimas del cáncer, pues fumaban también asiduamente fuera de los sets.

En todo el mundo millones de mujeres y hombres imitaron a los galanes y las bellas damas del cine, y sufrieron también las letales consecuencias del pernicioso hábito.

En un restorán vi este letrero admonitorio: “El cigarro molesta, apesta y cuesta”.

Es cierto: cuesta hasta la vida.

Quienes todavía pertenezcan a la cada vez más reducida especie de los fumadores, y tienen hijos pequeños o adolescentes, por lo menos absténganse de fumar en su presencia.

También los malos ejemplos matan.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Bill Clinton escribirá sus memorias.”.

Si las narra en forma real,

ocultamientos aparte,

el libro, en muy buena parte,

será un relato oral.