Después de publicar una veintena de libros para niños y adultos y de ganar tres premios consecutivos en 2019, 2020 y 2021, el escritor Luis Antonio Rincón (Tuxtla Gutiérrez, 1973) comprendió que la pasión por el oficio no es “un invento que los adultos” le vendieron cuando era joven.
“Soy comunicólogo de origen, hice mi maestría en planificación comunicacional y creí durante mucho tiempo que eso de la pasión por el oficio era un invento que los adultos me vendieron cuando era joven porque disfrutaba mucho, me iba bien, pero pasión, lo que se dice pasión o que me vibrara el corazón, no había”, afirmó.
En entrevista, a propósito de la presentación de El sueño del cóndor, realizada en días pasados, dijo que cada vez que empieza a escribir “me pierdo de mi realidad, me obnubila lo que estoy escribiendo, me centro en esa historia que voy tecleando. Me cuesta dejar la computadora cuando estoy escribiendo. Me voy a hacer otras actividades y sigo soñando con mis historias y descubro que la pasión por lo que haces sí existe”.
Al mismo tiempo, abundó, se prepara, pues sabe que “si no va montada en la técnica, la pasión no llega muy lejos. Me seguí preparando y sigo haciéndolo constantemente, con el sueño de que como el viejo Antún en el Sueño del cóndor y con esa ilusión de que yo cree mundos a través de las palabras que abduzcan a mis lectores y los lleven a otra realidad para después devolverlos, no sé si transformados, pero sí después de haber visitado otro mundo, uno que yo haya creado por medio de la literatura”.
La pasión que ha puesto al escribir sus obras lo ha llevado a ganar tres premios cronológicamente en 2019, 2020 y 2021 con diferentes títulos, ascendiendo las edades de los lectores.
En 2019 ganó el Premio Bellas Artes de Obra de Teatro para Niñas, Niños y Jóvenes Perla Szuchmacher, con Tras la pista de azul, obra de teatro para niños y niñas; en 2020 obtuvo el Premio Nacional de Novela Juvenil, Fenal norma con El sueño del Cóndor y en 2021 ganó el Premio Amado Nervo de novela breve con La nana Concepción.
“Afortunadamente ha habido lectores. Por ejemplo, Cayún Mapache, para niños, salió en noviembre de 2019 y ya se agotó la edición, vamos por la reedición; el Sueño del cóndor ya se agotó en librerías; la Raíces de la Ceiba, novela histórica basada en Fray Matías de Córdova, se agotó hace tres años la primera edición de seis mil ejemplares; se hizo una reedición. El salto de los duendes va por la tercera impresión. Sí tengo lectores, afortunadamente”.
Comentó que de los aproximadamente 20 libros que ha escrito, ocho o 10 son para niños “porque es algo que brota, no fue una decisión tan pensada. Son historias que vienen y que de repente yo habría querido contarle a Luis niño. Son las historias que yo habría querido leer y después poco a poco va surgiendo; tal vez el reto de cómo atrapar a los niños en una historia que los saque de su realidad momentáneamente y los lleve a una aventura a través de las palabras. No necesariamente a través del cine o de los videojuegos, sino de las palabras, de la literatura”.
Opinó que al escribir para niños “hay un cierto gusto estético y debes de tener mucho respeto por ellos, lo que a veces eso no abunda. Yo sé que el niño es inteligente, que va a preguntar, que es inquisidor y tajante a la hora de tomar o dejar un libro. Las preguntas más difíciles que me han hecho en presentaciones han sido de niños, que tienen que ver a veces con la moralidad de la editorial, del escritor y de los personajes. A veces te colocan en bretes porque no son muy políticos, van y sueltan lo que quieren decir. A veces son ellos los que me han colocado en una encrucijada que después me dejan reflexionando sobre decisiones que he tomado.
Agregó: “Hace un año decidí volver a la otra literatura para adultos como un ejercicio incluso narrativo y porque de repente había historias que requerirían de ese otro lenguaje; el libro se llama La nana Concepción y con él gané el premio de novela breve Amado Nervo que convoca la Universidad de Nayarit. Es una novela para adultos; curiosamente en este caso, yo pensaba primero en una novela juvenil en la que la protagonista fuera una anciana. Era un reto narrativo. El Viejo y el mar ya lo hizo, pero yo quería eso, que mi anciana fuera un personaje que le atrapara a los niños”.
Expresó que “uno de mis primeros lectores cuando termino una obra, la leyó y me dijo: ‘no sé si sea para jóvenes, yo creo que es para adultos y hay un concurso que está cerrando en las semanas próximas. Aprovecha y envíalo’. Y resultó ganador, lo que me sorprendió y emocionó mucho. Es importante ganar este premio para mí. Siempre está uno un poco solo en el análisis de la obra y de repente estos premios son unas pequeñas caricias al alma que te dicen no vas tan mal, sino que vas dirigiendo tu camino y que reconforta y anima a no dejar el oficio”.
Una de sus obras que más le gustan es El sueño del cóndor, “tal vez porque está llena de imágenes, emociones, sensaciones de introspección; hay momentos casi filosóficos. Es una historia que disfruté mucho escribiendo”.
“Es la historia de Ayún, un chico que no puede mover las piernas y que vive en un pueblo de la cordillera de Los Andes. Cada año de ese pueblo baja un grupo de estudiantes para continuar sus estudios en la ciudad y Ayún quiere bajar con ellos, pero por la inmovilidad de sus piernas es muy difícil porque tienen que escalar, descender por terrenos intrincados, pasar un río, así que por un año prepara físicamente para lograr ese cometido. Pero de pronto se encuentra con una trampa casi imposible de saltar que es la oposición de la gente del pueblo a que ello ocurra.
“Entonces conoceremos una parte mágica detrás de la vida de Ayún y que durante la historia ha venido mostrándose. También conoceremos al abuelo Antún, un cuentacuentos maravilloso que hipnotiza a la población cada ocho días y vamos a conocer a Duma, que también quiere ir con la legión de estudiantes, pero el pueblo le pone un pero que es mujer y normalmente no pueden realizar ese cometido. En la historia se ve cómo sí o no, logran pertenecer a la legión y bajar a la ciudad o nunca hacerlo. Este es el más reciente”.
Abundó: “Normalmente me pongo horarios, trabajo de 8 a 1, con una pausa en medio. A veces me he puesto límite mínimo de hojas. Con La nana Concepción, mi límite fue mi gusto; cuando dejaba de sentir placer por escribir lo dejaba y se reflejó porque siendo una novela breve tuvo una buena recepción del jurado que fue híper generoso para catalogarla. Ojalá los lectores refrenden esa opinión; le pusieron un dictamen que me sonrojó”.