En Ocuilapa de Juárez, situada en el municipio de Ocozocoautla de Espinosa, las invenciones antiguas pero con tenues toques modernos se moldean esmeradamente en barro y arena. Se cocinan en los hornos de ladrillo alimentados simplemente con leña, así lo manda la creencia milenaria surgida en tierras prehispánicas, en montañas con fragmentos de roca sedimentaria y lugares sagrados de Chiapas.
En zoque, Ocuilapa significa maguey en extensa llanura, y se caracteriza por el quehacer diario de mujeres y hombres quienes se dedican a la alfarería como principal sustento para proveer y apoyar a sus familias, además de inculcarlos e instruirlos en este importante oficio para preservar la memoria viva de su pueblo.
Al andar del reportero gráfico al interior de la localidad para compilar antecedentes, algunas personas lo incitan a conocer su actividad inveterada y el taller en donde la nigromancia, creatividad y perspicacia suceden.
Las Pavitas
El primer sitio se localiza en la calle principal, en el transitado barrio de nombre Emiliano Zapata. !Bienvenido a Las Pavitas¡, expresa la familia Vázquez ante la presencia de la lente de Cuarto Poder, quien da testimonio de un significativo encuentro entre el barro y el alfarero.
En este taller lidera y trabaja doña Guadalupe Vázquez Gómez, de 65 años, una de las primeras alfareras en el poblado, quien desde los 10 años de edad comenzó a descubrir el gusto por la arcilla, la textura y un mundo inagotable de composiciones a fabricar.
“Ha sido a través del tiempo, caminando de sol a sol, una importante esencia para descifrar y comprender nuestras raíces y cultura; trabajamos con aguante y querencia porque es la ofrenda más preciada que mis padres y abuelos me heredaron, por eso comparto a mi familia todo lo que sé”, narra la mujer apacible y levemente apocada mientras sus manos moldean y dan forma a una pieza de muestra.
Doña Lupita prepara el material, un procedimiento aparentemente fácil, sin embargo requiere de mansedumbre y sobre todo, técnica; los pies sirven como instrumento para moldear -depende de cada artesano-, la arena se limpia hasta quedar muy fina y libre de rocas para luego mezclarse con el barro, una vez obteniendo la textura adecuada inician la elaboración del producto.
Con el paso de los años, la gracia se vuelve más inventiva. Las yemas de sus dedos encuentran en la dúctil arcilla una ruta que le otorga un significado más claro de sus obras, de forma gradual somete la flaccidez de la pasta a su emporio y comienza la fusión. El barro cobra vida y se encarna entre sus manos.
La menestral cuidadosamente vigila y supervisa que cada representación tenga una acabado definitivo y mayestático, pero también instruye a su hijo Emmanuel y a su nuera Lisseth, quienes actualmente se integraron y pertenecen a la nueva generación de alfareros de Ocuilapa.
De fondo la marimba, una interpretación que ameniza el espacio y nos recuerda que las tradiciones forjan el carácter identitario de nuestro pueblo; la maestra descansa en su banco, mientras traduce sus emociones por medio de obras señeras, piezas únicas en la que destacan vasijas, sahumerios, tazas, ollas, vasos, pichanas y muchas más.
“El barro es natural; pagamos aproximadamente 600 pesos al mes a una persona que nos apoya en la extracción y traslado de la roca sedimentaria”, por discreción omite el nombre del lugar, pero comenta que se encuentra no muy lejos de la localidad.
“Tratamos de dar un buen precio a la gente que nos visita y compra directo, pero la mayoría de las veces llevamos nuestro producto a Coita”, finaliza.
Es sustancial mencionar que sus costos son justos, valorando el tamaño o hechura del diseño (desde los cien hasta los mil pesos), pero lo más valiosos es que incluye la evocación y el esfuerzo del hacendoso.
Las Palomas
Según estimaciones, la localidad abarca una área cercana de 160 hectáreas y cerca de cuatro mil personas habitan en el lugar, del cual un grupo reducido no mayor a 100 se dedica a la alfarería, lo cierto es que generaciones van y vienen y los antiguos menestrales que aún perduran son aproximadamente 30.
Ante este escenario, no muy lejos del barrio Emiliano Zapata se encuentra el taller Las Palomas, un espacio humilde con esencia ascética, tranquilo y lejos de bullicios en donde trabaja doña Ofelia Gómez Ovando y su hermana Joaquina, de 75 años de edad, pichancheras con alma de barro desde la infancia.
Alfareras de tiempo completo, afables y a pesar de los años continúan con un temple tenaz, sin embargo su situación económica influye drásticamente para comprar la materia prima, “a pesar de eso, buscamos la manera de salir avante como muchos artesanos de acá que se dedican a lo mismo o producen café para solventar gastos y sobrevivir”.
Doña Joaquina -quien arrastra la nostalgia cuando habla de su pueblo- explica que la falta de apoyo por parte de las autoridades también perjudica la producción y venta de más piezas; viven con lo que la suerte les da a desear y “con la gracia de Dios”.
“Ha sido duro, aquí las condiciones de vida son complicadas y aún esperamos que algún programa social nos pueda ayudar, pero eso no ha pasado. Los alfareros de Ocuilapa no estamos en el olvido, seguimos de pie y adaptándonos a lo que venga”, comenta.
Las hermanas trabajan incansablemente; exponen sus piezas en el patio de su taller rodeado por una infinidad de plantas y árboles de plátano, el cual utilizan la hoja para envolver tamales que también cocinan, y en su piso de tierra se aprecian algunas vasijas y pichanas (ollas agujereada).
El barro peregrina cada rincón del recinto; doña Ofelia se para junto al horno elaborado de ladrillos y madera listo para la cocción, sujeta una de sus piezas y exhibe el arte.
Algo que distingue el trabajo de la familia Gómez Ovando es la creación de palomas cuyo costo oscila entre los trescientos a quinientos pesos según la dimensión, además conservan el color natural del barro (entre café y rojizo) para darle una apariencia más rústica y singular o en algunos casos utilizan pintura vinílica para detallar.
Finalmente y durante las referencias de testimonio, se observan situaciones significativas. En primer punto, la similitud en técnicas y métodos, además de la autenticidad y experiencia arraigada de los artesanos, pero lo más importante y necesario a resaltar es la precariedad o limitación que existe por falta de apoyo que requieren para seguir enalteciendo su raíces, sin olvidar que Ocuilapa forma parte de las riquezas de Chiapas, así como también Amatenango del Valle y Suchiapa, que gracias al gran corazón de barro de su gente siguen preservando una labor trascendental y con ascendencia prehispánica.