El arte de las fiestas, ceremonias y rituales mexicanos redobla su valor en la celebración del Día de Muertos, un sincretismo único y que pone a México en la mira del mundo, el único país que celebra y convive con la muerte a través de costumbres que se fusionaron a través del tiempo.
Para el antropólogo físico Javier Montes de Paz, “se debe de tener en cuenta de que hay un calendario, y si queremos celebrar el Día de Muertos como buenos mexicanos, tenemos que llevar a cabo las costumbres de los días que marcaban el calendario prehispánico”.
Antes, hay que conocer la concepción mexicana sobre la muerte. En el imaginario popular del país, “la muerte no determina el fin de la existencia”, por eso se habla del inframundo en las culturas prehispánicas, o del juicio final en el cristianismo.
El choque de estas dos culturas reconfiguró “la ofrenda” de los pueblos originarios; tener el cráneo de un familiar con un olote en la boca y el esqueleto de un xoloitzcuintle como protector para el camino al inframundo, fue visto como “grotesco” e incluso como “demonios” por los españoles.
“Lo niegan, no aceptan, les creaba intolerancia, pero ya mezclados, como mexicanos, empezamos a crear elementos propios para celebrar a los difuntos; y es curioso, porque retoman elementos de Europa, donde incluso hay monasterios donde todo está construido de huesos”, explica el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Ensayó Octavio Paz que, para los antiguos mexicanos, “vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico que se repetía insaciable; la muerte ni era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito”.
Para Montes de Paz esto es visible en Chiapas, muestra de ello son: los múltiples restos humanos y sus elementos en cuevas como la del Tapesco del Diablo, o los adornados huesos en edificios como los de Bonampak o Palenque, los cuales considera “grandes altares” y “recintos funerales suntuosos” de las culturas antiguas, que dan muestra de la importancia de la cosmovisión de la muerte.
El Altar
El altar en el ritual cristiano de la eucaristía se vive como un espacio sagrado, pues es la base y donde se lleva a cabo en el sacramento de Dios, una transformación metafísica en la que el espíritu del omnipresente resucita, se hace carne y sangre para alimentar nuestro espíritu.
En el caso del altar en la celebración del Día de Muertos se reconfigura, pues son los vivos quienes dotan de alimento al espíritu de los muertos. El antropólogo del Centro INAH Chiapas resalta que existe un calendario prehispánico que determina quiénes y cuándo regresan las ánimas.
“Parten hacia un lugar y con el tiempo regresarán, pero como ya no son de este mundo, probablemente vendrán sedientos, hambrientos y hay que esperarlos en el altar con la comida y con el agua. Esa es la concepción general, con sus modificaciones, la cultura prehispánica ponía calabaza que se consumía en aquel entonces y actualmente dejamos lo que le gustaba al finado o individuo ya fallecido”, dice Montes de Paz.