“Permítame usted señor ministro, hacer ante el Supremo Gobierno, una mención especial y altamente honorífica del tan pobre y lejano estado de Chiapas, cuanto patriota y amante de la independencia y glorias de México es ese estado y su digno gobernador. Fue de los que más se distinguieron en los servicios prestados al Ejército del Oriente”, dice la parte militar de la batalla del 5 de mayo que entregó a Benito Juárez, el general Jesús González Ortega.
Descalzos, con poco parque y a punto de comenzar la batalla, llegó el Batallón Chiapas a hacer frente a uno de los ejércitos más poderosos del siglo XIX, el Imperial Ejército Francés. Eran hombres de Comitán, San Cristóbal de Las Casas y Tapachula, la mayoría indígenas y estaban al mando del general Pantaleón Domínguez.
El tío de Belisario Domínguez se trasladó rumbo a Puebla con aproximadamente 550 soldados; no todos llegaron, pues muchos se quedaron en el camino por enfermedades y por el cansancio que supone caminar aproximadamente mil kilómetros entre sierras y veredas.
Se trataba de un ejército recién formado, pilar de la identidad chiapaneca. Emérito Pineda ya los había descrito en un papel del servicio de las armas, de nombre “Descripción geográfica del departamento de Chiapas y Soconusco”, y sobre el ejército de los “chiapanecas” mencionaba lo siguiente:
“En el fondo son vivos, ágiles, astutos, vivientes y animosos, en la guerra prudentes y sufridos hasta el extremo en tiempos de paz; muy inclinados al comercio más que a la agricultura, y a la industria en general se presentan con aseo y compostura, y bajo ese concepto es muy notable la población de San Cristóbal”.
Aún se debate si al llegar los combatientes quedaron al mando del general de división, Mariano Escobedo, o del general Miguel Negrete Novoa.
El informe del general Ortega relata minuciosamente la resistencia de la plaza de aquel 5 de mayo de 1862, donde a las 9:00 a. m., el disparo de un cañón mexicano dio inicio a una de las jornadas más gloriosas que se hayan registrado en la historia de la recién conformada República mexicana.
Ahí se menciona la forma en la que los chiapanecos se batieron contra los franceses en uno de los flancos de los fuertes, donde a pesar de la superioridad en armamento de la fuerzas del conde Lorencez, el ejército mexicano detuvo dos veces al enemigo, provocando la retirada francesa. En aquella tarde “las armas mexicanas se han cubierto de gloria”, escribió en un telegrama el general Zaragoza a Benito Juárez.
Poco después de la batalla, el general Ignacio Zaragoza falleció de tifoidea; el 8 y 9 de septiembre los sobrevivientes del Batallón Chiapas dieron guardia al cadáver del general. Hechos que describe Carlos Cáceres López en su libro “Chiapas y su aportación a la República durante la reforma e intervención francesa”.
El Batallón Chiapas también participó en el largo sitio (asedio) que nuevamente tuvo la ciudad de Puebla en 1863, y en donde fueron hechos prisioneros todos los oficiales chiapanecos; ya se los llevaban a Veracruz para deportarlos a la cárcel francesa de La Martinica, o darles pase seguro a su muerte en el fuerte de San Juan de Ulúa.
Pero escaparon en el camino, menos el capitán Francisco Arellano, a quien fusilaron porque le pegó una bofetada al jefe de la escolta francesa, acto tras el cual los oficiales lograron huir para enlistarse de nuevo al ejército mexicano.
El investigador Juan Pablo Zebadúa Carbonell, un entusiasta de esta historia por cuestiones familiares, dice que viajó hasta la ciudad de Puebla. Relata que hay un pequeño monumento en el centro histórico que alude al batallón:
“No dice mucho, casi nada, de hecho es un simple homenaje de la ciudad a Chiapas; a nosotros nos pareció muy emotivo, temblamos y no precisamente de frío, pensamos que quizá ahí lucharon aquellos paisanos”.
En 2009, sin éxito, integrantes de la Asociación Cultural Chiapas en Puebla, intentaron gestionar la inclusión de una tropa de chiapanecos al desfile cívico, con la intención de reconocer estos hechos históricos.