Bedelio, el talabartero

El manejo artesanal del cuero tenía un perfil industrial en el estado, pero ahora es un oficio en peligro de extinción, particularmente en Tuxtla Gutiérrez. Ubicado en los pasillos del mercado “Juan Sabines”, Bedelio Toledo Vargas se niega a dejar morir uno de los oficios más antiguos de la humanidad.

“Hacemos chanclas o huaraches para que el público lo luzca, ya que se está perdiendo esta tradición”. En la capital chiapaneca, las tiendas dedicadas a la venta de artículos de piel aún mantienen su presencia, sin embargo, el oficio del talabartero es contado con los dedos de la mano.

Este oficio fue la principal actividad de cientos de familias en San Cristóbal, Tuxtla Gutiérrez y Comitán a raíz de la época colonial, pero la modernidad del siglo XXI la está poniendo en riesgo de desaparecer.

Esto debido a la introducción de materiales plásticos que imitan la piel y la sobreproducción y comercio de productos traídos de estados como Guanajuato y Queretaro, los cuales han provocado un declive en el oficio, así como poco interés por los jóvenes hacia esta actividad.

El corte es preciso, con un cúter y firmeza en la mano, don Bedelio rasga la piel de chivo y de res traída desde Comitán. Cuenta que inició porque hace cuatro años “yo vendía la chancla, y se les tenía que pedir a los que la elaboraban, pero decían que no tenían tiempo. Así que dijera aquel, me enojé y mejor me puse a hacerlo”.

De acuerdo con el historiador Carlos Eduardo Gutiérrez Arce, el trabajo de la piel ha suministrado al hombre prehistórico el vestido, techo y protección; su perfeccionamiento lo convirtió en una actividad artesanal, considerada la más antigua de nuestro país a partir de la llegada de los españoles.

“Todo tiene su gracia, la piel de chivito la usamos para hacer trenzas y la de res para la planta”, dice Bedelio mientras trabaja los cueros sobre una tabla de madera y donde posa sus herramientas: unas pinzas, molde y tijeras.

El fuerte olor a piel inunda el pasillo, decenas de chanclas cuelgan sobre los mostradores de su local, otros tantos están sobre suelo; cuenta que al día puede realizar de 10 a 12 huaraches, “pero cuando estoy aburrido me pongo a hacer llaveros”, explica, mientras presume su mostrador donde cuelgan huarachitos de colores.

Primero rebana la piel de acuerdo a las medidas, marca el lugar donde irá el corte para la correa e innova en sus modelos. “Estos que traigo puestos son un modelo de un gringo que me pidió que los hiciera, me quedé con el molde y son los que más se están vendiendo. Los armo en 20 minutos”.

Pero también mantiene la tradición, “esos que están ahí son de Chamula, un modelo que viene de San Cristóbal”. Puestas y pegadas las correas, pone la suela y los lleva a costurar. “En un día entrego el modelo que quieran”, apunta.

El trabajo es arduo pero los costos son bajos, “los huaraches están entre los 50 y 100 pesos y otros modelos más elaborados van desde los 130 a 150 pesos”. Entre caucho y tiras de piel, don Bedelio Toledo trabaja de forma autodidacta, y su motivación da un respiro a un oficio en peligro de desaparecer.