Ni un alma entraba en el fraccionamiento residencial La Hacienda, donde decenas de miles de capitalinos se dieron cita a la tradicional pedida de calabacita de la tía Anita, un legado que más de 20 años busca “repartir y compartir lo que la vida nos ha dado”, resalta el “tío pelón”, Juan Carlos Mendoza Castañeda.
La 5a Norte presentó desde las seis de la tarde un tráfico lento, las filas de autos se extendían por lo menos un kilómetro; en las entradas al fraccionamiento, elementos de Protección Civil, Bomberos y Tránsito Municipal agilizaban la circulación vehicular y de personas.
Alrededor de la hora en mención, niños, niñas y padres eran los que predominaban en la verbena popular; el frío fuera de la multitud era avasallador, los disfraces variados como máscaras con luces, un niño disfrazado de altar de muertos y catrines y catrinas relucían con dirección a la casa de Ana María Castañeda Solís.
La tía Anita
Juan Carlos describe a su madre como una maestra ejemplar que siempre tuvo grandes detalles con niñas y niños, poniendo en alto los actos de compartir y seguir las tradiciones.
A las afueras de este hogar reluce una tarima con música. Todos aglutinados buscaban hacer fila en la casa de la tía Anita, por lo menos en 300 metros se extendía la espera; pasaban de a pocos y lento, pero salían con las bolsas llenas y cara de felicidad.
El tío pelón relata que llevan más de 20 años con la tradición de dar dulces: era joven cuando doña Anita se quedaba a repartir dulces en su casa mientras mientras él salía a pedir dulces con sus amigos. Ahora continúa con “un legado muy bonito que lo absorbemos con mucho cariño”.
Explica que el crecimiento de asistentes comenzó hace cinco años; recuerda que de acuerdo al reporte de Protección Civil, antes de la pandemia llegaron más de 30 mil personas al fraccionamiento.
Como invaluable y sin precio, es como cataloga Mendoza Castañeda “ver las caras de felicidad y compartir con la sociedad lo que la vida nos ha dado. A fin de cuentas, es para los niños. Ellos son quienes más lo disfrutan y generar ese momento donde se celebra a los muertitos, pero también celebras la vida”.
Empresas que surten dulces, entre otros patrocinadores, se unen a esta causa, pues “saben que no es un carácter de lucro o venta, es para algo social y cultural”, indicó.
“Es una bendición poder hacer este año el evento, y pensar que lo que comenzó con unas bolsas grandes de dulces, después fue 800 kilogramos y ahora tenemos ya un promedio de una tonelada con 600 kg o un poquito más”, acotó.
La Hacienda
El tío pelón dice que con el tiempo también se volvió una actividad vecinal, pues sus compañeros de La Hacienda ayudan a la logística y organización; y el evento se ha acrecentado tanto que cada vez son más casas las que acostumbran a ofrecer dulces.
Varias casas de la residencial permanecen abiertas, algunas ofrecen dulces; otras, mientras el tumulto de personas se pasea por las calles vestidos de espartanos y brujas, hacen carnes asadas en sus patios.
Después de las siete de la tarde, la edad del afluente de personas comienza a cambiar, los trajes se ven más extravagantes y el ambiente adquiere una tonalidad de fiesta, bocinas resuenan en cada esquina; en su mayoría son jóvenes que se pasean de calle en calle tomándose fotos con Pikachu, Darth Vader o los Cazafantasmas, entre otro centenar de trajes.
La algarabía en La Hacienda persiste hasta después de las 12 de la noche: el mayor tumulto se concentra en el parque, en su mayoría jóvenes que mantienen grupos donde platican, bailan y danzan después de recorrer este fraccionamiento que año con año congrega la multitud más amplia en la celebración del Día de Muertos en la capital.