Con gran expectación, se celebrarán elecciones presidenciales en Chile, después de una campana entusiasta y muy competida, en la que parece puntear la candidata del Partido Socialista, Michelle Bachelet, aunque no con una ventaja suficiente como para superar a su más cercano contendiente, el empresario Sebastián Pinera -centroderecha-, lo que mandaría el proceso a una segunda ronda electoral a mediados de enero.

Aun así, hay consenso en el sentido de que la jornada será ejemplar y se dará dentro de un contexto social plenamente democrático, con niveles de bienestar económico de la población razonablemente buenos y, mejor aún, sin ninguna sombra de duda sobre la validez del proceso o sobre la legitimidad de sus partidos, candidatos o autoridades.

Hace tres décadas, este panorama era impensable para los chilenos, que tuvieron que superar gobiernos dictatoriales y transitar con dificultad a la democracia, pues durante muchos anos la milicia no dejó de ser el eterno factor de fuerza en el país, que anulaba de facto los avances de los civiles en materia democrática. Ahora, a la vuelta de los anos, Chile ha logrado, mediante una ejemplar tenacidad de sus ciudadanos y organizaciones civiles, institucionalizar su vida social, política y económica, demostrando que es posible que los pueblos latinoamericanos tengan una democracia consolidada, bienestar financiero y un futuro optimista qué ofrecer a sus ciudadanos.

Sobre todo, ha logrado cerrar la enorme herida que dejó abierta la guerra sucia de los anos 70, que polarizó al país durante décadas e impidió por mucho tiempo cualquier posibilidad de acuerdo entre fuerzas políticas. La operación cicatriz duró muchos anos, pero consiguió reconciliar a Chile, permitiéndole a sus organizaciones civiles y sociales hacer a un lado sus diferencias para trabajar en bien de una nación unida, en medio de su diversidad.

No en balde, los candidatos que disputan la presidencia chilena, independientemente de su heterogénea procedencia ideológica, pertenecen a una generación de ciudadanos que hablan de un Chile soberano, lo que garantiza que el futuro de ese país esté en manos de su sociedad, y no de élites de poder o de factores externos de los que gravitan en función de la geopolítica hemisférica. En particular, la candidata socialista Bachelet es ejemplo de aquellos que tuvieron que salir exiliados en la década de los 70, y que al regresar se integraron a la vida política activa del país, pugnando por una democracia plena, con tanto éxito que, como en el caso de ella, logró alcanzar el Ministerio de Salud con el actual presidente Ricardo Lagos, y luego titular del otrora temible Ministerio de Defensa.

En suma, Chile es un buen ejemplo de lo que se puede hacer si las fuerzas políticas de un país trabajan con mentalidad de estadistas, en favor de consolidar, primero, la unión del país; segundo, la consolidación de un aparato democrático reconocido por todos, y tercero, si son capaces de encauzar sus naturales diferencias políticas a través de racionales y civilizados debates, donde la prioridad sea convencer al potencial electorado de la bondad de sus respectivos proyectos de nación y donde lo primordial no sea la descalificación del adversario o la obstrucción del desenvolvimiento del país antes que permitir que el otro llegue al poder.

Al ir a las urnas, los chilenos decidirán de forma soberana quién habrá de gobernarlos, lo cual es un éxito de la democracia latinoamericana. (El Universal) l k