Rendir culto a la muerte ha sido una de las tradiciones más ancestrales que existen en Chiapas; los mayas, zoques y chiapanecas ya tenían dentro de su cultura estas actividades: por medio de ofrendas realizaban la celebración, pero los festejos para los muertos y hasta los altares cambiaron después de la Conquista española, de 1528 a 1560.
José Luis Castro Aguilar, cronista oficial en Tuxtla Gutiérrez, relata que, pese al “bombardeo” que existe de subculturas que provienen de otros países, en la mayoría de las colonias de la ciudad sigue “viva” la tradición de la ¡Calabacita, tía!, que consiste en salir a las calles, de casa en casa, a pedir los dulces típicos de la región.
Estas actividades se realizan el primero de noviembre, en la celebración de Todos los Santos (que es la llegada de las almas de niños y niñas); después de las seis de la tarde, familias enteras se concentran para recorrer las viviendas que no dejan morir estas tradiciones.
Contexto
La historia tiene marcada que la muerte no siempre estuvo vinculada con “morir”; a través del texto “Los altares de muertos en Chiapas”, Castro Aguilar detalla que los indígenas chiapanecas veían esta parte como un “sueño temporal”, honraban a sus seres queridos con ofrendas, altares y hasta oraciones.
En principio, los infantes recibían los dulces tradicionales en los hogares y no se disfrazaban para salir a pedir; sin embargo, en la actualidad grupos de hasta 10 niños piden la calabacita, pero ahora esperan recibir golosinas y hasta dinero.
“Van cambiando las formas de pensar, los niños van viviendo los momentos de la globalización de la economía, lo que ven en la televisión, lo que escuchan en la radio; yo creo que es bastante el esfuerzo que se está haciendo por parte de los padres de familia y, en particular, los maestros de las escuelas primarias, secundarias y preparatorias, al fomentar la tradición de colocar mesas dedicadas a los difuntos, para que los jóvenes aprendan a ofrendar”.
Actualmente existe una resistencia del pueblo tuxtleco de adoptar “las tradiciones foráneas”, aunque son los jóvenes los que sí han aceptado la llegada de la cultura estadounidense, relacionada con la Noche de Brujas.
“A principios del siglo XX se empezaron a hacer unos famosos bailes de blanco y negro, algunos de brujas, de la Llorona, del Sombrerón y el diablo, eran fiestas de disfraces”, puntualizó el cronista oficial.
Festividades
Dentro de las tradiciones en el 1 y 2 de noviembre también aparecen los altares de muertos, cuya composición está delimitada a una mesa de madera que se adorna de las cosas que en vida disfrutaba el difunto.
Se le puede agregar comida, bebidas, postres, veladoras, colores, manteles, fotografías o el conocido trago. En la modernidad, dice Castro Aguilar, la población agrega cervezas, cigarros, chicles u otros productos que han aparecido en los últimos años.
Su creación es variable; son comunes los que se crean con tres niveles, que representan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, también el significado se relaciona con la vida, muerte o resurrección.
Creencias
En la víspera del Día de Muertos y Fieles Difuntos, el pueblo zoque de Tuxtla Gutiérrez aguarda la conmemoración popular con alegorías y consejas de “El Cadejo”, “La Cocha Enfrenada”, “El Sombrerón” y “El Carretón de San Pascual”, personajes de sus leyendas que afirman sus tradiciones ancestrales.
La leyenda de El Carretón de San Pascual, que transita por algunos barrios después de la medianoche, seguido de ladridos de perros, “para anunciar la muerte de alguna persona”, recorre los comentarios y ocupan los relatos familiares.
El Cadejo es el perro infernal que aparece en zonas solitarias o sitios baldíos. Corretea a trasnochadores y “revuelca” a canes callejeros. Es otro protagonista de la oralidad en estas fechas.
Cuentan los abuelos que antes y durante el Día de Muertos, en el tramo La Cañada de la carretera de Tuxtla Gutiérrez a San Fernando, “aparece El Sombrerón”.
El jinete vestido de negro y sombrero que le cubre el rostro, figura montado sobre un brioso corcel. Se acerca y ofrece dinero a cambio del alma.
El Día de Muertos y de Fieles Difuntos es esperado en la capital de Chiapas con El Mequé (fiesta), el festival zoque que reúne organizaciones culturales y artistas con el desfile de protagonistas de sus leyendas: El Cadejo, La Cocha Enfrenada, El Sombrerón y El Carretón de San Pascual.
En este sentido, Marco Antonio Orozco Zuarth, director general del Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura, afirmó que el Festival de El Mequé anticipa la celebración familiar de Día de Muertos y Fieles Difuntos.
“Es un encuentro con nuestras costumbres y tradiciones. Nuevas generaciones de jóvenes se integran a nuestras tradiciones como el Día de Muertos y Fieles Difuntos, que son nuestra identidad y fuerza, y nos da el valor como pueblo; es la forma de cómo podemos seguir adelante”, sostuvo.
Composición
A los altares -zoques, mayas o estilo chiapaneca- también se le agregan tamales en todas sus variedades, desde el chipilín, estofado de res, pollo, cambray y de frijoles.
Bebidas: en esta parte se pueden ocupar las que tradicionalmente se conocen en Chiapas: pozol blanco o de cacao; no obstante, también se puede agregar vino, cerveza o pulque.
Para respetar parte de las costumbres, el cronista dice que las bebidas se tienen que dar destapadas, pues así refleja que las almas van a consumir los productos.
Panes: va desde el pan de muerto, hasta los marquesotes y rosquillas.
Frutas: a los altares se les puede colocar caña, camote, plátano, papaya, calabaza, naranjas, lima, mandarina y hasta granadillas.
Vaso de agua: sirve para darle a los fieles difuntos que, según la historia, vienen con mucha sed por el largo trayecto que realizan.
Tallo de plátano: se utiliza para la colación de las velas; las cuatro frente al altar representan a los puntos cardinales.
Adornos: en esta parte la población puede incluir el papel picado en colores vistosos: morado, blanco, rosado, verde, amarillo; también se agregan los manteles o cortinas.
Fotografías: representa al difunto o los momentos felices que pasó en vida.
Los altares, dice el escritor Castro Aguilar, se han convertido en formas ingeniosas para presentar ofrendas a los fieles difuntos; anteriormente, los adornos se colocaban en los lugares donde la persona perdía la vida.
Lo que se ofrenda, se supone, es para que al regreso de las almas (en un trayecto largo al Inframundo) se puedan llevar todo lo que se colocaba en los niveles de los altares. Es así como, en un intento por preservar -aunque con cambios- las tradiciones de Chiapas, el Día de Todos los Santos y del Día de Muertos se resisten a desaparecer en Chiapas.