Don Aurelio Natividad Pablo -al momento de la entrevista- recibía su primer trabajo del día justo en el cénit del sol; iba a ganar 35 pesos por afiliar un pequeño cuchillo. No obstante, su positividad genera reflexión para aquellas personas ambiciosas por el dinero.
Ser afilador es un oficio caracterizado por recorrer a pie varios kilómetros al día, cargando una media bicicleta y una flauta distintiva de dicha práctica. Al ser un trabajo del día, la incertidumbre por ganar dinero es una montaña rusa.
Don Aurelio era un peón, pero al ver no existía posibilidades de trabajo, decidió aprender la labor hace 20 años.
“Fue la necesidad porque como no hay trabajo pues, entonces encontré un amigo que le hacía a esto y él me animó a que yo le empecé a esta chambita. Y ahí la empezamos pues, agarré la filada”, externó mientras con una piedra de esmeril afilaba un cuchillo de cocina.
En meses pasados, la película Perfect Days (2023), dirigida por Wim Wenders, retrata un drama japonés-alemán que sigue la vida de Hirayama, un hombre que trabaja como limpiador de baños públicos en Tokio.
A pesar de su rutina diaria y su vida sencilla, Hirayama encuentra consuelo en su amor por la música, la lectura y la fotografía de árboles. La película explora su existencia tranquila y sus interacciones con las personas que encuentra en su camino, mostrando cómo la belleza y la conexión pueden encontrarse en los momentos más cotidianos.
En este sentido, don Aurelio expresa salir con la esperanza de ganar en un día muy bueno hasta 300 pesos, pero en día malos no gana nada; esto pese a caminar mas de cinco kilómetros diarios.
El afilador sale de su casa en la colonia El Carmen, al norte de la ciudad, para dirigirse a diferentes lugares de la capital desde las 9 de la mañana hasta que se va el astro rey.
Trato
Para don Aurelio, el trato de las personas hacia su labor es ambivalente.
“Son trabajos antiguos. Hay gente que son a todo dar porque nos da trabajo y hay otras que lo miran caro, pero también hacemos gastos y todo esta carísimo”, expresó.
Don Aurelio rara vez come una comida en una mesa, esto debido a su incesante búsqueda por “la papa”, compra una galleta o refresco para apaciguar el hambre mientras llega a su casa; aunque esto le represente un sacrificio más.
El afilador consideró, después de 20 años, haberse graduado de dicho oficio: “Me gradué en la escuela de la calle, fue que lo aprendí y ahí le seguimos, ahí lo que caiga es bueno. Salimos por la comida los 365 días del año”.
Pandemia
Don Aurelio reconoció la adversidad en el momento de pandemia, esto debido a que en el día a día ya es complicado encontrar chamba, para una situación en la cual se limitaba el contacto físico, era mayor.
“Nos decían que no saliéramos porque nos íbamos a morir, pero como este es el único sostén de la familia tenemos que salir a trabajar, aunque sea para la ‘papa’”, reconoció.
Para don Aurelio existía miedo durante esta época, pero siempre salió a trabajar; encomendándose férreamente a Dios. Aunque su necesidad es solo con su esposa, busca echarle la mano a sus dos hijos u nietos.
Por lo anterior, el afilador se dirigió hacia la ciudadanía para pedirles les den trabajo o aunque sea una adiós.
La comunidad
Por último, cualquier afilador se identificará por el toque de flauta. En la capital, se estiman existan 50 personas dedicadas a este oficio.
Cada afilador lleva su bicicleta como su instrumento principal de trabajo, en ella, una piedra de esmeril necesaria para sacar filo. Además, se generan gastos adicionales como la masa y el propio rodillo, así como la cámara que será cambiada entre 15 a 20 días.