Con la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo a la puerta, el municipio se alista para una de las celebraciones más emblemáticas de México. Durante veinte días, las calles se llenan de Parachicos, figuras que, según la leyenda, representan la visión indígena de los colonizadores españoles. Detrás de este misticismo se encuentra el trabajo de artesanos como Carlos Nuricumbo, quien desde hace más de dos décadas se dedica a la creación de las monteras, un oficio que recibió de su abuelo y su hermano.
La siembra del maguey
Carlos Nuricumbo destaca por preservar el ciclo completo de producción: es de los pocos que aún siembran su propio maguey para obtener las fibras naturales.
En un mercado saturado por opciones comerciales, él defiende la autenticidad, diferenciando claramente entre la montera de mecate (tradicional) y la de piola (actual).
Su labor no se detiene; al concluir la fiesta en enero, inicia de inmediato la planeación del siguiente año para cumplir con sus clientes, respetando los tiempos que dicta el trabajo manual.
En un mundo dominado por la inmediatez, Carlos apuesta por la paciencia del tejido a mano. Su mayor anhelo ahora es transmitir este conocimiento a su hijo, asegurando que el linaje artesanal no se extinga.
“Es herencia”, afirma con orgullo, convencido de que mientras se mantenga vivo el oficio, la esencia de la Fiesta Grande seguirá coronando las calles de Chiapa de Corzo por muchas generaciones más.












