El Cayo, un misterio chiapaneco

Son las cuatro de la tarde. Una caravana de turistas exploradores avanza a pie en una de tantas veredas de la Selva Lacandona, más allá de Nuevo Jerusalén. En el camino hay un riachuelo en cuyo lecho yace abandonada una escultura maya de forma circular y unos 80 centímetros de diámetro.

El hilo de agua de no más de 20 centímetros de altura ya ha erosionado la figura que se esculpió en el frente. Todos se detienen a ver aquella pieza arqueológica. Evidentemente fue sustraída de su lugar original por saqueadores que ya no pudieron cargar con su peso. Tal vez 200 kilogramos o más.

Los exploradores preguntan a los guías por qué, quienes caminan frecuente o esporádicamente por esas veredas no han recogido la piedra para ponerla a salvo. “Lleva años allí. Ya no tiene valor. El río la deslavó”, responden con cierta indiferencia, como si nada de valor se hubiera pedido en el sitio.

El Cayo

Así es la zona de El Cayo, un enorme yacimiento arqueológico en gran parte inexplorado todavía, aunque muy saqueado de tiempo atrás. Son decenas de miles de sitios, según cálculos de arqueólogos que hablan de Chiapas y de la gran riqueza que reclama rescate, protección y documentación.

Para dar una idea, son alrededor de 60 kilómetros río abajo, en el Usumacinta, la distancia entre Corozal y el sitio arqueológico de El Cayo, cercano a varias comunidades antes muy aisladas, como El Desempeño o Nuevo Progreso, a las que se llegaba después de unas seis o siete horas a pie por la Selva.

El lugar, en que hace 20 años en este mes un grupo de arqueólogos mexicanos fue víctima de un ataque a golpes por parte de colonizadores indígenas, está vedado incluso para los habitantes de poblados aledaños. En esa ocasión los agresores sustrajeron una pieza denominada Altar 4 de El Cayo.

La cargaron

Una vez que los indígenas expulsaron a golpes a los cuatro arqueólogos y a sus acompañantes, hicieron una litera con maderas preciosas de la región. Encima colocaron la valiosa piedra en cuyo frente se talló hace mil años la silueta de un gobernante que vivió aquí, en una ciudad llamada Yax Niil.

En los meses siguientes a julio de 1997 los autores del secuestro de la piedra se reu-nieron con el fin de acordar desenterrarla para trasladarla a otro lugar inaccesible. El escándalo que habían provocado al agredir a científicos mexicanos y a uno de nacionalidad australiana los había colmado de incertidumbre.

Malestar

Y no era para menos. Había malestar en el Gobierno Federal, y en la comunidad científica, pese a que inexplicablemente algunos arqueólogos criticaron una supuesta “imprudencia” de los miembros del proyecto El Cayo al haber “provocado” la furia de un grupo de habitantes de esa región.

El hecho sigue mostrando también una marcada división, así como diferencias, de criterio, y en general, dentro de la comunidad científica relacionada con la investigación de la Cultura Maya. Arqueólogos con experiencia en trabajo de campo señalaron en su momento a algunos colegas de origen extranjero.

“Vienen al país y se quieren comportar con nosotros, como Trump con los mexicanos”, dijo un destacadísimo y reconocido arqueólogo mexicano. Por otro lado, quienes criticaban a sus pares por los sucesos en El Cayo dieron la impresión de regalar la razón a forajidos en vez de poner las cosas en su sitio.

A lo anterior se sumó el que lo sucedido habría causado preocupación a nivel diplomático, por lo que entonces no se descartaba una intervención fuerte contra los delincuentes que habían protagonizado tan vergonzosos hechos en contra de quienes estaban haciendo un invaluable servicio.

Nuevo Progreso

Los forajidos salieron de El Desempeño a oscuras, cargando el Altar rumbo a Nuevo Progreso, distante tres horas a pie, por las veredas de la Selva. Una vez allí lo llevaron a la ermita católica del poblado. Lo colocaron al fondo de la construcción rectangular, hecha de madera y techo de lámina de metal.

Ahí, gente de la zona, de las comunidades cercanas y no tan cercanas como Nueva Palestina, que se distingue de Corozal por su simpatía con los hoscos, llegaron a celebrar los aniversarios de la “recuperación” del Altar. Pero la incertidumbre retornó y estuvieron considerando volver a moverlo.

Ya no lo hicieron. Una red de vigías se desplegó en la Selva, lo cual les hizo reconsiderar esa posibilidad. Allí está todavía desde entonces. Ya no la tienen visible. La volvieron a enterrar en el suelo de la pequeña iglesia en la que ocasionalmente le rindieron culto y le pidieron buenas cosechas.

Preocupación

A la fecha existe cierta preocupación por la preservación de ese patrimonio, pero también por todo el que encierra esa vasta zona. La arqueología, desde entonces, no contempla ya ningún trabajo allí. Habiendo tanto que investigar y documentar, esto es como un muro que se traduce en pérdida.

Del lado guatemalteco han detectado incursiones de maras en la Selva de El Petén, por pintas y graffiti en los árboles, un factor más que amenaza esta veta de vestigios. Todo lo anterior contrasta con el constante número de turistas que arriban a la región, lo cual incentiva la economía de la zona.

Sin embargo no hay expectativas de que la situación cambie para mejorar. Ya transcurrieron 20 años y la insociabilidad continúa. Por ello la investigación que actualmente se realiza ocurre en el lado guatemalteco del Usumacinta, lo cual no deja de limitar por estar toda la región del río muy interrelacionada.

Epílogo III

El atractivo arqueológico, la belleza del Usumacinta y su navegabilidad, la incipiente presencia del Museo de Corozal, la infraestructura de servicios al turismo en donde hace unos años no había nada, hacen de esta parte de Chiapas un polo de enormes y variadas posibilidades para todos sus habitantes.

Por eso, ellos pueden reconsiderar lo que hasta ahora se ha hecho mal en la zona, y replantear. Yaxchilán, El Cayo, más allá, Agua Azul, Palenque, Las Guacamayas en los límites de Montes Azules, y otros sitios, son poderosos atractivos que, como obra pública, necesitan tránsito libre y seguridad.

Los abuelos

Por eso habría que reflexionar sobre lo que alerta un guía en Toniná: “Cada vez viene menos turismo”. Nacido en Ocosingo, donde ha vivido toda su vida, narra que sus abuelos le decían de niño que esos milenarios vestigios de piedra habían sido construidos por los españoles, mucho tiempo atrás.

Lanza otra observación todavía más inquietante, tal vez repitiendo palabras de algún arqueólogo: “Ahora sabemos. Los mayas edificaron todo esto. Había sabios, sacerdotes, astrónomos, matemáticos, arquitectos, poetas, artistas. Entre ellos se destruyeron, para quedar en situación de campesinos”.

Cuando los españoles llegaron, todas las ciudades Estado habían colapsado. Habían sido abandonadas.