El día que México venció al ejército más poderoso

El día de ayer se conmemoró el Aniversario número 154 de la Batalla de Puebla, donde un precario Ejército Mexicano, mayoritariamente compuesto por indígenas y campesinos, se impuso ante una vanguardista milicia francesa: los machetes dominaron a los fusiles.

Tras la Lucha de Independencia, la Guerra de los Pasteles (primera intervención francesa), la guerra contra los Estadios Unidos donde se perdería la mitad del territorio mexicano y la Guerra de Reforma, hicieron que la Hacienda Pública del país prácticamente se encontrara en “ceros”.

Por ello, en el mes de julio de 1861, siendo Benito Juárez García presidente de la República mexicana, ordenó suspender por dos años el pago de las distintas deudas externas que México mantenía con tres países europeos: España, Inglaterra y Francia.

Además, el país en ese entonces tenía solamente 41 años de vida como Estado independiente, periodo en el que realizaron por lo menos cinco cambios a la Constitución Política de aquella época y más de 43 relevos presidenciales.

Ante esto, los tres países europeos enviaron tropas mediante embarcaciones que arribaron a la costas de Veracruz, entre los meses de diciembre de 1861 y enero de 1862.

En febrero de 1862 representantes de Juárez entablaron negociaciones con los los países del viejo continente en un poblado llamado La Soledad, perteneciente al estado de Veracruz; solamente España e Inglaterra aceptaron el detenimiento del pago, además de respetar la soberanía e independencia del país.

Francia por su parte se negaría aceptar la suspensión de la deuda, además, de romper alianzas con sus homólogos europeos a finales de febrero. Se cuenta que Charles Ferdinand, general en jefe del Ejército francés y demás comandantes, le comentarían al emperador Napoleón III de las muchas probabilidades que existían para establecer una monarquía en México.

Oriundo de La Bahía de Espíritu Santo (hoy Goliad, Texas, EUA), Ignacio Zaragoza fue nombrado general del Ejército Mexicano del Oriente a finales de enero de 1862, periodo en el que terminaban de desembarcar las tropas extranjeras en las costas de México.

Zaragoza se enfrentaría a un ejército que internacionalmente era conocido por su disciplina, destreza y entrega, además de ser colonizador de distintos países en el orbe.

Mientras tanto, Ignacio Zaragoza tuvo que organizar a un nuevo Ejército Mexicano integrado por voluntarios (campesinos e indígenas), veteranos de la Guerra de Reforma y algunos otros llevados por la vía de la fuerza; mal uniformados, mal abastecidos y sin entrenamiento.

El 28 de abril se da el primer enfrentamiento entre mexicanos y franceses en las Cumbres de Acultzingo, donde saldrían victoriosos los segundos.

Zaragoza sabía que la resistencia más férrea y última se tenía que dar en Puebla, ya que por su situación geográfica era la puerta principal para acceder a la capital del país.

La noche del cuatro de mayo, el ejército más poderoso del mundo arriba a la inmediaciones de la ciudad de Puebla; Zaragoza ya había previsto el lugar de batalla días antes, por lo que decidió ubicar a una buena parte de sus hombres en el cerro de Acueyametepec, un fuerte que antes había sido sede de un par de iglesias dedicadas a las vírgenes de Loreto y Guadalupe.

A las doce horas de la mañana del 5 de mayo de 1862 daría inicio La Batalla de Puebla; los franceses tratarían de vencer el frente medio mexicano, pero los apostados en el cerro repelerían estas acciones.

A las 14:00 horas los zuavos (infantería de élite francés) trataría de arremeter contra los otros dos frentes del Ejército nacional, pero la caballería se lo impediría. En una segunda fase de la batalla los europeos se reorganizarían para contraatacar cuerpo a cuerpo al sexto batallón mexicano, los apostados en el cerro Acueyametepec.

Este sexto batallón estaba integrado netamente por indígenas y campesinos de las diferentes zonas del Norte de Puebla, comandados por Miguel Negrete, quien al ver la embestida de los zuavos arengaría, “¡Que viva Dios y arriba nosotros!”.

En esta fase de la lucha, los machetes campesinos se impondrían ante las finas bayonetas francesas, que obligarían a retirarse a las columnas extranjeras.

En la retirada francesa, Porfirio Díaz lanza a cada momento grupos de caballería para ahuyentar o asesinar a quien fuese alcanzado por los militares. A las 17:45 horas, llegaría al presidente Juárez el mensaje definitivo: “Las armas nacionales se han bañado de gloria”.