El drama que vive un migrante

A muchos de los migrantes centroamericanos que vienen huyendo de la violencia de las pandillas les llueve sobre mojado, como al salvadoreño Anastasio, que fue asaltado con su hijo al cruzar en una balsa el río Suchiate para ingresar a México y tratar de salvar la vida.

“Nos vinimos porque ya no se podía trabajar en el país y nuestra vida corría peligro”, afirmó el hombre que desde hace varios días está en el albergue el Buen Pastor, ubicado en Tapachula, en espera de que las autoridades mexicanas le den trabajo como parte del programa para contener la migración.

“Yo me dedicaba a hacer carbón en El Salvador, pero llegó un momento en que fue imposible seguir y la única opción era quedarnos con el riesgo de que nos mataran o salir hacia México”, dijo.

Señaló que de su trabajo dependía su familia, “pero empezaron las pandillas a pedirnos ciertas cantidades de dinero que no podíamos pagar. Empezaron a pedir 500 dólares al mes, luego le fueron subiendo hasta llegar a mil, pero ya no podíamos, por lo que tuvimos que decir que no porque nos era imposible”.

Anastasio comentó que el carbón que elaboraban lo entregaban a una empresa que lo exporta a Florida, Estados Unidos. “No era mucho lo que ganábamos, unos mil o mil 500 dólares al mes, para el gasto, pero con eso sostenía a mi familia y se pagaba un vehículo para trabajar, pero no pudimos seguir y tomamos la decisión de venirnos; por eso estamos acá viendo cómo le hacemos para subsistir”.

Su viaje de El Salvador a Tapachula transcurrió sin ningún problema, dijo. “La pesadilla comenzó cuando en Tecún Umán, Guatemala: un individuo nos ofreció cruzarnos el río en una balsa, pero a la pasada nos asaltaron, nos quitaron el teléfono que costaba más de cien dólares y dinero que traíamos”.

Agregó: “El tipo que nos iba pasar primero en un triciclo, nos dijo que cobraría 10 quetzales, pero nos llevó a otro lado, llegaron cinco individuos y ya que íbamos arriba nos cobraron 600 quetzales a cada uno, bajo la amenaza de que si no, nos tirarían al río. Les entregamos todo. Ellos se quedaron y nosotros nos vinimos a dormir de este lado, ya en México”.

Afirmó que “eran las 21 horas y todo estaba oscuro; no teníamos otra opción más que entregar lo que con sacrificio habíamos ganado porque estábamos como pollos amarrados, sin alas para volar”.

Con tristeza, continuó: “Como si no hubiera sido suficiente, apareció un paisano salvadoreño que nos dijo que nos iba a ayudar a cambiar unos dólares que habíamos logrado salvar porque los escondimos, pero ya no regresó. Parece increíble que los propios paisanos le hagan eso a uno. Está perro (duro) esto”.

Manifestó que llegó a Tapachula en días pasados, luego de evadir algunos retenes migratorios colocados en la carretera. “Un individuo nos dijo que nos quedáramos antes y cruzamos por otro lado. Lo evadimos. Mi objetivo es llegar a Monterrey, pero por lo pronto trabajar y establecerme acá con mi hijo; mientras, estoy con aflicción por los hijos y la esposa que se quedaron en El Salvador. La idea es traerlos más adelante y formar mi vida aquí en México”.