“Desde pequeño fui un niño muy inquieto, dentro de mi inquietud formé parte del grupo de monaguillos, del equipo de beisbol y colaboré con el párroco de la iglesia de Isla Mujeres, que era misionero de Maryland, Estados Unidos”, comparte Fabio Martínez Castilla, arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, quien, podría decirse, ha cumplido parte de sus sueños basado en la fe a la Virgen de la Concepción.
Amable en su trato, cuenta que durante los periodos vacacionales acompañaba al misionero a unas 20 comunidades entre la selva de Quintana Roo, a las que se llegaba a través de caminos empolvados porque eran esencialmente de arena, aunque ahora esas vías son carreteras pavimentadas.
Se ordenó a los 27 años, “pero por ser un joven inquieto y por ser de Isla Mujeres, no me querían ordenar y me hicieron esperar dos años y medio”, comenta.
Tras un par de años más del promedio para poder ordenarse, en 1977 ingresó formalmente a las filas del clero.
Y dentro de las misiones había tres sueños: África, La Tarahumara y la zona de Los Altos de Chiapas, aunque nunca pensó que parte de sus sueños se lograrían al ser obispo.
Tras ser ordenado sacerdote, compartió a su obispo el anhelo por ir a África, como tenía contacto con los misioneros de Guadalupe y con quien en ese entonces era el secretario de las Obras Misioneras Pontificio Episcopales de México, lo invitaban a irse con ellos.
Incluso, ellos le aseguraban que tan sólo tenían que hablar con su obispo y su sueño de ir a Africa, pero el aún joven Fabio se negó a actuar de esa manera y prefirió externar su intensión al obispo, quien era el responsable de la dimensión de misiones del Episcopado Mexicano.
Era el año de 1987 cuando fue citado con el obispo para hablar de manera personal, y en esa conversación, su superior lo trató de desanimar por todos los medios y le advirtió de los peligros que significaba la decisión, sin embargo, le recomendó hablar con un padre jesuita que trabajaba en las misiones en el Vaticano.
“Pero el obispo no sabía que yo lo conocía y fui a hablar con él”; sin dejarlo hablar mucho, el padre jesuita se limitó a lanzar un directo mensaje: “lárgate, ni lo pienses”, comenta monseñor Fabio Martínez, al tiempo de sonreír.
Angola, un país en guerra
Y en pocos días comenzó la historia de una década en Angola, un país con habla portuguesa, con una gran variedad de idiomas al interior, y que justo pasaba por una etapa de crisis de paz, pues Portugal le otorgó su independencia en 1975, lo que desató una guerra civil.
Su estadía en el país africano se debió a que un grupo de religiosas de origen yucateco pidió al arzobispo Francisco de Mata, un sacerdote que fuera su paisano.
Tras una consulta del arzobispo al Colegio de asesores en Roma, la respuesta fue: “Ni lo piense, señor arzobispo, mande al loco de Fabio”.
Así que el entonces misionero Fabio llegó al país de habla portuguesa, y entre las pláticas callejeras aprendió el idioma y asegura: “Como no estaba tan oxidado ni tan viejo, tuve la suerte de tener buena pronunciación, tuve la suerte de trabajar con los kikongos, y entonces tuve la gracia de que las celebraciones eran en kikongo y la homilía en portugués; sólo en la sede celebraba en portugués”.
Al llegar a Angola, había una pequeña comunidad católica con presencia en 30 aldeas, pero al irse, diez años después, la misma había incrementado su presencia en 104, a lo que monseñor refiere, 74 nuevas aldeas, pero para evangelizar, “la lengua que tienes que hablar es la lengua del amor, del corazón, porque un pueblo que sufre siente cuando estás con ellos; si te aceptan no es porque dominas la lengua de ellos, sino porque dominas la lengua del amor, del corazón”.
Y recordó una de sus vivencias, cuando en una ocasión, pasado el mediodía de un 7 de febrero, un carro de la misión de la que formaba parte cayó en una mina que estalló y una hermana perdió la vida y una más quedó seriamente herida.
Entonces un hombre de avanzada edad, de nombre Virgilio, dijo: “Ahora sí sé que Dios existe, y esto lo digo porque ustedes nos aman y no nos han abandonado”, puesto que pensó que tras el incidente, los integrantes de la misión se retirarían del sitio.
En respuesta, la propia gente del paso hizo una siembra especial de milpa, cacahuate y mandioca, y llevaba leña a la misión, pidiéndoles a los integrantes que no se fueran de Angola.
Dos veces llevado a juicio
En un par de ocasiones la guerrilla enjuició al entonces sacerdote católico, el cual rememora que la segunda ocasión se sintió más preocupado porque ya habían tomando la decisión de recluirlo en una cárcel.
“Hay cientos de castigos, incluyendo enterrarte hasta el cuello”, lo cual temía.
Comparte que en esa ocasión fue acusado de hacer propaganda contra el general de la guerrilla, además de transportar armas y de tener un radio de comunicaciones con el que daba a conocer las posiciones de los guerrilleros al ejército.
Acompañado por un catequista de nombre Antonio Simón, comparte que todo el tiempo se mantuvo con mucha tranquilidad, pues considera que todo lo que dice Jesús es verdad, “no nos preocupemos cómo nos vamos a defender porque el Espíritu hablará por nosotros”.
Al terminar el juicio, uno de los jefes de la guerrilla le dijo: “Gracias por hablarnos con mucha paz y explicarnos, porque ya habíamos decidido meterlo a la cárcel”.
Su temor se basaba en que en algún momento escuchó los castigos que recibían los sentenciados, pues en una ocasión estuvo cerca de una cárcel, por lo que pidió al jefe de nombre Capalandán, para que detuvieran los castigos que incluían golpes con chicotes.
Capalandán fue el primer líder guerrillero al que conoció y era el jefe de la región norte, lo que le salvó la vida en medio de una discusión en la que estaba retenido junto a otros compañeros, pues uno de sus compañeros misioneros arremetió contra un jefe de los militares luego de que este le dio una bofetada.
Por lo que el guerrillero puso su arma y Fabio Martínez intervino colocando su mano entre el arma y el estómago, evitando una desgracia mayor, pues asegura, “no se puede perder la paz aunque tengas la razón, ellos tienen las armas y puedes hacer más vivo que muerto”.
En medio de la situación de conflicto, el 3 de febrero de 1997, en medio de su acostumbrada oración, Fabio Martínez percibió un mensaje de su padre, quien le dijo que tenía una mejor visión, lo que le hizo sentir que su padre había fallecido, pues en sus últimos años de vida se quejaba mucho de la vista.
“Seré enterrado en Isla Mujeres como signo del llamado que tenemos de dar lo mejor, seré enterrado a los pies de la Inmaculada Concepción, incluso el espacio ya está listo”.
“La Iglesia es un medio de paz, no peleábamos con nadie, ni con el ejército, ni con la guerrilla ni con el pueblo, porque si te peleas con el ejército, quien sufre es el pueblo”.