Entre cantos, flores y el sonido de tambores, este 14 de octubre las imágenes de la Virgen de la Candelaria, del Rosario y de María de Olachea descendieron nuevamente desde la comunidad zoque de Copoya hasta Tuxtla Gutiérrez, marcando el inicio de una de las festividades religiosas más largas y emblemáticas de Chiapas.
Se trata de una celebración centenaria que une fe, cultura y tradición zoque. Entre rezos, danzas y ofrendas, familias completas mantienen viva una herencia que se prepara con un año de anticipación.
Historia
La llamada “Bajada de las Copoyitas” forma parte de una tradición que data del siglo XVIII, cuando la fe y la cultura zoque se entrelazaron con la evangelización dominica.
Desde entonces, las imágenes descienden dos veces al año a la capital chiapaneca: la primera, en enero, para las festividades de la Virgen de la Candelaria; y la segunda en octubre, para honrar a la Virgen de Olachea, una figura que en realidad representa a Santa Teresa.
El origen de esta festividad se remonta al periodo colonial, cuando los zoques de Tuxtla establecieron su estancia ganadera en lo que hoy es Copoya, nombre que significa “lugar donde brilla la luna”.
La Virgen del Rosario fue la primera en llegar al poblado, seguida por la de la Candelaria, y más tarde, en el siglo XIX, por la Virgen de Olachea, donada por Gertrudis Olachea de Esponda.
Desde entonces, las tres han compartido altar y devoción, convirtiéndose en símbolo de identidad para los tuxtlecos.
Durante su trayecto por la carretera Villaflores, los fieles acompañaron a las imágenes con música, rezos y danzas, mientras las veneradas figuras viajaban en cajas de madera cubiertas con petates y flores, cargadas en hombros por los devotos que se turnan a lo largo del camino.
Una preparación que dura todo un año
En esta ocasión la casa de Gina Elizaldi fue el punto de llegada de las imágenes.
Este año, la familia cumple el compromiso de ser priosta, cargo que implica una gran responsabilidad espiritual y organizativa dentro de la mayordomía.
“Durante un año completo nos preparamos para recibir a las Vírgenes. Todo se hace con fe, porque nunca sabemos cuánta gente llegará”, explicó.
En su hogar, las imágenes permanecerán diez días.
“Esperamos alrededor de mil personas. Aquí se les recibe con caldo de res, tamalitos y pozol de cacao”, agregó.
Entre los personajes más importantes de la festividad están las comideras, mujeres encargadas de preparar y coordinar los alimentos que se ofrecen a los visitantes.
Su labor, más allá de la cocina, representa una forma de servicio y devoción.
Martha de la Cruz Aquino, priosta y ayudante de comideras, lleva 20 años sirviendo en las fiestas.
“Ser comidera no es lo mismo que ser cocinera. Aquí no se trabaja por encargo, sino por promesa y por fe. Lo hacemos por la Madre Santísima. Es un orgullo servirle”, compartió.
Junto a ella, Flor de María, tercera maestra comidera, explicó la estructura jerárquica que existe dentro de la mayordomía.
“Está la primera, segunda y tercera comidera; cada una tiene su responsabilidad y su Virgen. Yo sirvo a la Virgen de Olachea y tengo que preparar sus almuerzos. Es un compromiso que se hereda. Mi abuela fue albacea, mis padres también, y ahora me toca seguir con esta devoción”, subrayó.
Arte, música y simbolismo zoque
La celebración también involucra a músicos, danzantes y artesanos que elaboran los coloridos arreglos de coyonaqué, estructuras decorativas hechas con hojas secas y flores que representan símbolos agrícolas y religiosos.
Francisco Velázquez de la Cruz, músico y artesano con más de seis décadas participando en la mayordomía, explicó el trasfondo cultural de estos adornos.
“Los ramos, las flores y los coyonaques son ofrendas que vienen de la tradición zoque, aunque fueron impulsadas durante la evangelización dominica. Cada dibujo tiene un significado: el cáliz, el sol, la luna, las estrellas, el calvario. Todo forma parte de un lenguaje simbólico que honra el ciclo agrícola y la espiritualidad del pueblo”, señaló.
Velázquez de la Cruz, quien comenzó a participar a los siete años junto a su padre, destacó que la organización es rigurosa.
“Los cargueros sirven por un año y al finalizar, se nombra al siguiente prioste con una ceremonia llamada floreo. Todo tiene un orden y un profundo respeto”, puntualizó.
Cada octubre, las Copoyitas reafirman el vínculo espiritual y cultural que une a Tuxtla con su historia. Para los fieles, no se trata solo de una procesión, sino de una forma de agradecer, servir y mantener viva la herencia de sus antepasados.