En lo profundo de las montañas y en los pueblos zoques del centro y norte de Chiapas florece una tradición que une lo sagrado con lo artístico: el joyonaqué, también llamado “ramilletes cosidos”.
Más que un ornamento, esta práctica reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de México es un acto de fe, identidad y resistencia cultural.
Símbolo
El término proviene del idioma zoque y significa “flor costurada” o “flor amarrada”.
Cada ramillete es confeccionado con flores consideradas sagradas, como la flor de mayo, buganbilias, crisantemos, nardos y musas, que son dispuestas con minuciosidad hasta formar símbolos como el sol, la luna, el cáliz o el Espíritu Santo.
Las obras son ofrendas dirigidas tanto a deidades de la cosmovisión zoque como a santos y vírgenes católicos, especialmente en Semana Santa.
El proceso es ceremonial desde el inicio: hombres designados recolectan las flores, los espacios de trabajo son purificados, se comparte pozol y la música tradicional acompaña la confección.
Con agujas largas y fibras naturales, los ramilleteros, a quienes hoy se suman también mujeres y jóvenes, cosen cada flor sobre una base de hojas de mango que puede tomar entre cuatro y ocho horas de trabajo.
Origen
Originaria de municipios como Tuxtla Gutiérrez, Ocozocoautla, Copainalá, Chiapa de Corzo y San Fernando, esta tradición estuvo por siglos en manos de los mayordomos y hombres mayores.
Sin embargo, en las últimas décadas se ha abierto a nuevas generaciones, lo que garantiza su permanencia como símbolo de identidad y devoción.
El joyonaqué es, al mismo tiempo, arte y espiritualidad: una expresión viva que resguarda la memoria de los pueblos zoques, donde cada flor cosida narra la historia de una fe que ha sabido florecer a lo largo del tiempo.