Francisco Zúñiga, el sastre de las palabras

Por muchos años ha sido minúsculo el valor para reparar en hablar sobre el artificio de los encuadernadores. Es como si este legado perteneciera a un oficio secreto, de aquellos que deben mantenerse en el anonimato para evitar a toda costa la clausura del arte en tiempos aciagos.

Un acto sin precedente es el que hicieron las culturas arcaicas cuando abrigaron la necesidad de ingeniar prototipos que fungieran como semilleros de palabras, cuna de las letras, de todo cuanto se temía olvidar, pues el libro es la memoria del mundo, o como bien dijera el escritor Jorge Luis Borges en la máxima de que “el libro es la extensión del hombre”.

Sin embargo, ese primer intento del ser humano por dejar huella en su modo más abstracto, poco a poco se desvanecía, por lo que era necesario perpetuar el arte en otros medios, como los papiros, las tablillas de arcilla y los pergaminos, hasta ingeniar el prototipo trascendente y más duradero llamado papel, tal como se conoce en la actualidad.

El papel sigue siendo un fiel portador del arte, de las palabras, símbolos, caracteres o imágenes grabadas, brindando de su sentido a los libros, pero también dependen de la sensibilidad del oficio del encuadernador, de unas manos como las de Francisco Zúñiga, las cuales embellecen y retocan cada fibra de este objeto imperecedero y sustancial para la vida.

Iniciación

Francisco es originario del municipio Las Rosas. Parte de su infancia y adolescencia la vivió en Comitán, pero desde hace ocho años radica en Tuxtla Gutiérrez. Es egresado de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach).

A lo largo de su vida también se ha desempeñado como jardinero, lava coches, cocinero, serigrafista, joyero artesanal, mecánico y carpintero; sin embargo, el oficio que más le apasiona es la poesía, y de ella surgió el interés por la encuadernación, que pareciera ser como su “viaje a la semilla”, ya que para Francisco ese origen está en ambos.

Elaboración

Los libros más complejos que ha arreglado son las biblias, ya que sus papeles son de una hoja muy delgada y a veces requieren de injertos cuando están muy dañadas.

No se sujeta a la técnica tradicional porque implica más gasto, materiales exclusivos y costosos, no obstante, busca sustitutos de cada material o sustancias a utilizar, es decir, siempre reemplaza ingeniosamente.

Le apasiona trabajar en la elaboración de papeles, especialmente con los decorados al agua y al engrudo, también le resulta sencillo elaborar encuadernaciones de tesis o cuadernos que no presenten mayor complejidad, como las de tapa sencilla y papeles digitales. En un libro cuya estructura sea delicada, debe procurarse un esmero especial y este puede llevarle hasta una hora.

En cuanto a la técnica en un libro con mosaico (técnica de pintura llevada en las portadas a través de incrustaciones de piel, papel u otro material), primero hace bocetos, traza en papel Albanene, en mantequilla o vegetal, y de ahí transfiere las piezas a la encuadernación.

La técnica del encartonado francés tiene la cabezada bordada directamente al libro, por lo que emplea papeles que se ocupan al interior; y las guardas, que vienen siendo papeles, al engrudo. Otra técnica que realiza es la encuadernación Bradel entera en piel, conocida también como técnica belga (costura secreta).

Herramientas básicas

Plegadera (de madera, de hueso y de teflón), punzón, reglas, escuadras, cuchillo, cúter, tabla de corte, pegamento, aguja, hilo, cera de abeja, entre otros, es casi todo lo que no debe faltar en la mesa del encuadernador, aunado a una variedad de prensas. Zúñiga ocupa en mayor medida la prensa horizontal, de acabado e Ingenio.

Y algo que caracteriza a Francisco es la fabricación de sus propias herramientas, debido a que adquirir una prensa Ingenio (aprieta y refina los libros) en México o fuera del país, resulta muy caro ya que está valuada en 10 mil pesos, aproximadamente.

Restaurador o reparador

Francisco explica que decir “restaurador de libro” no es el término correcto para su oficio, debe decirse reparador, puesto que el restaurador se especializa en ello, son de laboratorio y tienen un acervo cultural e intelectual propiamente desde la academia.

Actualmente, Francisco imparte talleres de encuadernación permanentes y personalizados, no da talleres grupales debido a la contingencia sanitaria. Desde la pandemia le surgió la idea llevarlo a cabo porque también le han pedido clases en línea en otros países.

Lo han contactado desde África, Argentina, Perú, Colombia, España, Inglaterra, entre otros. Incluso, el Premio Internacional de España en encuadernación ha elogiado el trabajo de Zúñiga.

Esto lo ha motivado a seguir reparando libros, a darle un respeto y fidelidad a este arte, porque “cualquier oficio si no lo respetas como tal, no funciona. Toda la vida tiene que ser a raíz y en una medida, respeto, si no existe eso, no existe nada”, expresa Francisco.