"Marta Acevedo * El Universal. El jueves 26 de agosto Alonso Lujambio, secretario de Educación Pública, presentó los Estándares Nacionales de Habilidad Lectora, que se pueden consultar en el portal de la SEP. Estos estándares consisten en el número de palabras por minuto que debe leer en voz alta el estudiante de educación básica: se asigna una cantidad de palabras a cada grado escolar, desde el 1º de primaria (35 a 59 palabras) hasta el 3º de secundaria (155 a 160).
La propuesta ignora que no por estar en el mismo grado todos los niños son iguales y que los puntos de partida de la población son muy desiguales. Tampoco toma en cuenta que la lectura no es una actividad mecánica sino que involucra la inteligencia y la afectividad, por decir lo menos. Al poner énfasis en el número de palabras a leer por minuto no contribuye a promover la lectura significativa.
Leer, lo que se dice leer, no consiste en emitir sonidos sino en asignar significado al texto. No es un trabajo pasivo sino intencional y racional que depende del conocimiento y las expectativas previas del lector o del aprendiz de lector. Y si la lectura es producción de sentido, el factor decisivo es, como afirma Frank Smith, lo que sucede ""detrás de los ojos"", en la mente. La capacidad de leer no se mide, pues, por la velocidad con la que se enuncian las palabras.
La propuesta no pasaría de ser un error subsanable si no fuera porque la SEP convoca a los padres y madres de familia de los millones de estudiantes de educación básica a compartir lecturas durante 20 minutos diarios. Busca, al parecer, que los progenitores se conviertan en vigilantes de la cantidad de palabras que leen sus hijos. Y ellos ¿cuántas palabras leen por minuto? ¿Qué ocurrirá con quienes viven en la tradición oral y no saben leer textos? Buena parte de la población de México está escasamente relacionada con los libros, y aquellos para quienes la lectura fue un mero trámite para pasar de año enfrentan ahora un problema que no han podido resolver el magisterio y las autoridades educativas. ¿Podrán revertir los padres de familia los malos resultados de las evaluaciones de la OCDE?
No hay duda de que la familia tiene que involucrarse en la educación de los niños, pero hacerlo a partir de parámetros numéricos no conducirá sino a mayor rechazo de la lectura por parte de niños y adultos. Es posible que la tarea se convierta, además, en una carga adicional para las madres de familia, muchas de ellas con una doble jornada agotadora. Una vez más se hará de la lectura una actividad sometida a vigilancia y supervisión, olvidando que es un medio para pensar, autoafirmarse y disfrutar. Quienes impulsaron esta noble iniciativa padecen no sólo una grave falta de información sobre el acto de leer. Ignoran también las condiciones de las familias mexicanas que envían a sus hijos a las escuelas públicas.
El problema de la formación de personas que lean y escriban es complejo y se relaciona con la historia de un país en el que la educación no ha considerado las características de la población. Hace 100 años un buen porcentaje de mexicanos no hablaba el español sino más de 65 lenguas originarias. Además, la población que comenzó a asistir a la escuela hace unos 60 años pasó rápidamente de la tradición oral a la electrónica sin haber incorporado la lectura y la escritura a su vida cotidiana. Hace falta estudiar detalladamente las características que asumen la lectura y la escritura en diferentes contextos culturales. Las sociedades de tradición oral y las que han ejercido la escritura desde hace siglos tienen comportamientos muy distintos, aunque la OCDE las mida con el mismo rasero. ¿Se han puesto a pensar quienes diseñan las políticas educativas de este país lo que significa una decisión tomada a la ligera?
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¿Habilidad lectora?
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