Ricardo no se llama Ricardo, es mexicano, cruzó el país y vivió dos años en Estados Unidos como indocumentado salvadoreño, pero una mala jugada del destino hizo que lo regresan a su natal Tuxtla Gutiérrez.
“Yo estaba feliz trabajando en Estados Unidos, pero una tía habló con las autoridades de Migración de México y me regresaron en contra de mi voluntad porque era menor de edad”, cuenta este hombre que a los 6 años de edad fue abandonado por su padre y a los 10 quedó huérfano de madre.
Ricardo -prefiere que se use ese nombre- tenía 15 años de edad -ahora tiene 35- cuando en su barrio ubicado en la capital del estado conoció a un salvadoreño que lo convenció de que se fueran a Estados Unidos. “Acepté porque hacía poco tiempo que había fallecido mi abuelita que nos cuidaba a mí y a mis dos hermanitas”, recuerda.
“El salvadoreño, que trabajaba como soldador, me dijo que tenía que decir que era de ese país. Nos fuimos haciendo escalas en autobús. Yo compraba los boletos y él me daba el dinero”, dice.
“Salimos de Tuxtla Gutiérrez el 14 de septiembre de 2001; en Veracruz cruzamos un río para burlar la caseta de Migración. De ahí llegamos a Coatzacoalcos donde nos quedamos trabajando como 20 días, en una hojalatería. Juntamos dinero y seguimos. En varios lugares rodeamos para burlar a Migración. Siendo mexicano, yo iba como indocumentado salvadoreño”.
Recuerda que dos meses después llegaron a Matamoros, Tamaulipas, donde “nos agarró un policía de Migración y nos llevó a la casa de una señora para que un coyote nos cruzara del otro lado. El salvadoreño fue el primero que pasó y me dejó. Se fue para Houston con su familia con la promesa de que a los tres días me mandaría a traer, pero no cumplió, por lo que la señora que nos daba la alimentación y el hospedaje lo amenazó para que me mandara a traer”.
Agrega que una cuñada del salvadoreño lo mandó a traer y le pagó a la señora. “Recuerdo que llegué a un casino en Estados Unidos y cuando me vio preguntó: ‘¿Este cipote (chamaco) me va a pagar? Estaba yo bien chamaco. Mil 800 dólares le pague”.
Dice que el paso de Matamoros a Estados Unidos “fue muy pesado. Fueron tres días caminando. Crucé el río Bravo. En el primer intento no nos dejó pasar la gente de los ranchos del lado de México por lo que el coyote, que me cuidaba porque iba yo recomendado por la señora que nos había dado alimentación y hospedaje en Matamoros, buscó otra brecha”.
Recuerda que “a un hondureño de 26 años de edad, lo tuvimos que cargar. No aguantó y a mitad de camino se quedó. El coyote le dijo que en un camino donde pasara carro lo dejaría. Otro muchacho y yo lo cargamos. Eramos como 20, entre ellos tres mujeres”.
Ya en Houston, relata, “me encontré con la cuñada del salvadoreño sin saber que encontraría a una nueva familia. Me llevaron a su casa, me compraron ropa, me dieron de comer. Es una familia, López Montesino, muy hermosa, a la que no le dejó de agradecer y ojalá estén bien. Como hijo me adoptaron. Nunca me discriminaron ni me hicieron menos por ser de otra nacionalidad. Para ellos fui su hijo menor. Encontré a una familia. Nunca me hizo falta nada. Si me hizo falta el amor de un padre, con ese señor se compensó. Me daban los carros que quisiera. Ella era ama de casa y él trabajaba en una tienda. Me quisieron mucho y yo los quise mucho, pero perdí contacto con ellos”.
Con esa familia, originaria del departamento de La Unión, El Salvador, comía comida salvadoreña: Pupusas, panes compuestos, casamiento (arroz y frijoles). “Aprendía a hacer pupusas. Todavía las hago y a mi esposa y a mis hijas les gustan. Y yo les cocinaba lo poco que sabía y les gustaba. Le preparaba pollo en relleno con verduras, pollo horneado. El pico de gallo les gustaba mucho”.
Se le quiebra la voz cuando rememora: “El último cumpleaños de la señora que pasé con ellos, le llevaron mariachi. Le canté una canción de los Tigres del Norte, dedicada a la madre porque le gusta cantar. Incluso hasta lloré. Se la dediqué. Se la cantaba a ella e igual a mi madre que está en el cielo”.
Desgraciadamente, continúa, “hay personas que a la mejor no quieren vernos bien. Mi tía. Me pidió la dirección de donde estaba; cometí el error de dársela y le pidió a Migración mexicana que me buscara y me trajera de regreso. Un día salí a desayunar y me agarraron los de Migración de Estados Unidos y me llevaron al consulado; como no había cumplido 21 años, era menor de edad en Estados Unidos y no pude hacer nada. Los policías no me dieron oportunidad de hablarle por teléfono a la señora. Mi idea era regresarme llegando a la Frontera porque no quería regresar a Tuxtla Gutiérrez, pues ya me había gustado en Houston, desde donde les mandaba dinero a mis hermanas para que estudiaran; ahora las dos tienen ya su profesión”.
Afirma que no pudo regresar como era su idea porque los agentes de Migración de México lo trajeron hasta Tuxtla Gutiérrez. “Incluso rechacé el ofrecimiento del consulado en Houston de mandarme en avión porque pensaba que al llegar a la frontera me regresaría, pero los agentes no me dejaron ahí”.
Agrega: “Yo trabajaba en un restaurante. Empecé limpiando mesas, lavando platos, en la cocina, en el área de marisquería y trapeando. Ganaba cuatro dólares por hora. No pagaba casa ni comida, pero yo le daba a la familia salvadoreña que ya era ni familia, 100 o 150 dólares por semana. Muy buena familia me tocó. No sufrí. Sólo en el camino. Me hice salvadoreño porque me consiguieron documentos de su país. Me dieron un acta a nombre de Ricardo. Dos años fui salvadoreño y no me arrepiento. Orgullosamente lo digo, me gustó”.
Manifiesta que una vez que los agentes de Migración lo dejaron en la casa de otra tía en capital de Chiapas comenzó a trabajar con un tío en un estudio de fotografía. No le hablé tres años a la tía que mandó a traerme. Estaba resentido porque yo estaba bien en Estados Unidos; no, nunca le he preguntado por qué lo hizo. Me buscó, pero no quise hablar con ella sino hasta después de tres años”.
Recuerda que al llegar a Tuxtla Gutiérrez quiso regresar a Estados Unidos, pero conoció a la que ahora es su esposa y a los dos meses se casó. “La señora salvadoreña me decía que nos fuéramos los dos, pero quedó embarazada y no quise arriesgarla”.
Ahora trabaja como conductor de grúas, lo que le permite viajar dentro y fuera del estado. Resignado, añade: “No me arrepiento, tengo a mi esposa, tres niñas y soy muy feliz con mi trabajo. Me gusta viajar. He sido muy andariego desde chamaco. Me ha gustado salir a ganar dinero. En las grúas llevo como 10 años trabajando y nunca he tenido problemas. Al contrario, los clientes quedan satisfechos con mi trabajo y yo también”.
Dice que en octubre pasado encontró cerca de Tapachula a los integrantes de la primera caravana de migrantes centroamericanos que ingresó a México el 20 de ese mes. “Me dio tristeza ver niños caminar con sus padres. Me pedían aventón, pero no podía porque tenemos prohibido. Me acordé de mis tiempos de migrante. Se sufre mucho. Yo no tenía por qué pasar nadando ríos porque soy mexicano, pero como el salvadoreño me dijo que iba a ir como salvadoreño, lo hice; con mi estancia con la familia de La Unión se compensó el sufrimiento. De él nada recibí. Lo miraba allá, pero hubo relación. Le dije que era una mierda porque me dejó en Matamoros”.
-¿Ya perdonaste a tu tía?
-Sí, ya. A la mejor cometió un error o pensó que estaba yo mal allá y en su momento sí me molestó. Pero qué se le va a hacer. Ahora estoy contento con mi familia. En Estados Unidos me llamaba Ricardo Montesinos López porque me consiguieron papeles salvadoreños; dejé de ser mexicano dos años. Ahora ya tengo mi nombre verdadero otra vez.