En la falda norte de río Zanatenco, entre los cerros y cañadas de Tonalá, Chiapas, existe una piedra antigua, enorme, grisácea y húmeda, que todos conocen como La Piedra de Sal.
No está señalada en ningún mapa ni tiene letreros que guíen hasta ella y, prácticamente, solo los viejos del pueblo y los niños con oídos atentos saben cómo llegar.
Los vecinos del lugar, en voz de Alejandra Ulloa Fernández, relatan que desde tiempos remotos, esa piedra rezuma agua clara y burbujeante, con un sabor extraño, como si el mar hubiera dejado allí un suspiro.
No es agua común, dicen, es mineral. Agua viva, que sale fría incluso bajo el sol más bravo, y que tiene el poder de calmar la sed como ninguna otra, comentaron.
Señalaron que antes, los niños del pueblo se escapaban entre los matorrales y los senderos polvorientos para llegar a ella.
Llevaban jicaritas, botellas vacías, o simplemente bebían con las manos, riendo y empapándose la cara como si la piedra los conociera. Algunos decían que el agua curaba el empacho. Otros aseguraban que daba suerte si uno se lavaba los ojos con ella antes de un examen.
Y sí, aún existe. En lo profundo del corazón tonalteco, La Piedra de Sal sigue brotando vida.