Leyendas sobre espantos prevalecen en SCLC

Tan antigua como hermosa, la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, fundada hace 492 años, está llena, entre otras cosas, de increíbles y variadas historias y leyendas sobre sustos y espantos que forman parte de la cultura local, en casas particulares y sitios públicos.

Uno de los sitios sobre los que se cuentan muchas aventuras acerca de espíritus que acostumbran a espantar a las personas, es el antiguo edificio en el que se localiza el Centro Cultural de El Carmen, en pleno centro de la ciudad coleta.

El director de la Casa de la Cultura y cronista de la ciudad, Luis Urbina Zepeda, que durante 40 años ha entrado y salido de ese lugar, asegura que allí espantaban mucho, al grado de que casi todos los policías enviados como vigilantes renunciaban.

“Espantaban en la sala Alberto Domínguez, en el centro cultural de El Carmen y en la biblioteca municipal. Venían policías enviados por el ayuntamiento y no había uno que aguantara. Se iban. Cuando les preguntaba que por qué se iban me decían: ‘Ay, profesor, es que espantan mucho. Anoche pasó esto y esto”, cuenta.

Agrega: “Y así cada vez eran diferentes historias y no sólo de uno, sino de otras personas que trabajan ahí. Don Chepe parece que se volvió muy amigo de los espantos, pues fue el único que aguantó ya cuando estaba fundada la Casa de la Cultura en 1981, más o menos”.

Luis Urbina ha pasado gran parte de su vida precisamente en ese edificio que se localiza junto al arco y el templo de El Carmen, en pleno centro de la ciudad coleta, pues ha sido director de la Casa de la Cultura en varias ocasiones, durante muchos años.

Tiene muchos recuerdos de ese amplio edificio. Uno de ellos tiene que ver con los espantos. Cuenta: “Como la mayor parte de los que estábamos en ese tiempo, tuve experiencias muy personales. Una vez me vino a visitar el capitán Jaime Coello Evoli, como a esta hora (2 de la tarde). Preguntó por mí. Yo lo escuché y le dije ‘pásale adelante, capitán’. Pasó, se sentó frente de mí, nos saludamos y yo seguí trabajando sin desatenderlo. Salí tal vez 30 segundos a ver a la secretaria por un dato que necesitaba y cuando entré Jaime estaba muy espantado, volteándome a ver, buscándome con su vista. Me preguntó: ‘¿Tú me pegaste? Me acaban de dar un zape fuerte’. ‘¿Cómo, le pregunté?’ Y se fue poniendo blanco, blanco. De repente cambió totalmente y le dije, vámonos, vamos a tomarnos un café en la esquina, porque era notorio su susto”.

Continúa: “En otra ocasión estábamos con la secretaria viendo algunos documentos en su escritorio. Entonces el disco del teléfono -así eran entonces, de disco- empezó a dar vueltas solo y regresaba (como si alguien estuviera marcando). Ambos nos quedamos viendo, apenas nos pudimos parar y fuimos a parar a medio patio. Pasó el susto y regresamos”.

Otra historia de la que se acuerda muy bien, dice, sucedió un domingo. “Yo tenía mucho trabajo atorado y me vine a la oficina en la Casa de la Cultura. Cerré el portón. Eran las 17 horas cuando me puse a trabajar en mi oficina, sin pena de nada. No estaba pensando en los espantos ni en nada. De repente abrieron el portón y lo cerraron. Deduje que era el velador que había llegado porque eran las 18 horas. Estaba yo pendiente de hacer mi trabajo y de saludar al velador; oí que ya venían los pasos muy cerca de la oficina, por lo que levanté la vista para decirle adiós. Oí que pasaron los pasos, pero nadie pasó en persona, y se fueron rumbo a los baños. Entonces me paré con la duda de si había pasado don José por abajo del jardín y no. Cuando volteé hacia los baños para ver quién era, no era nadie, pero los pasos eran claros”.

Asegura que por eso “los veladores y los policías quemaban chile de todo tipo; traían sus anafres y hacían sus limpias. Me tocó en dos o tres ocasiones entrar a la sala Alberto Domínguez y encontrarme con el humo porque quemaban gran cantidad de varios chiles de diferente tipo. ‘Es que así se van los espantos’, me decían”.

Urbina Zepeda cree que “con el tiempo se han diluido esos otros mundos, por decirlo así, porque ya ahora como que con la modernidad y el movimiento ya no se perciben mucho, pero lo cierto es que ahí donde está mi oficina en la dirección de la Casa de la Cultura fue donde estuvo la morgue. Ahí estaba el Servicio Médico Forense. Muchos me dicen que son cosas relacionadas con eso”.

En una ocasión, contó, “le comenté al cardenal Adolfo Antonio Suárez Rivera -éramos amigos porque crecimos juntos- en 1994 que vino con otros obispos, le dije: ‘Tony, te quiero platicar una historia porque me interesa tu punto de vista’, y le conté lo de los espantos. Me dijo: ‘Lo que te puedo decir es que eres afortunado porque te ha tocado percibir eso que no le es dado a todo el mundo, y tú sabes de estas cosas ya por experiencias directas y propias; yo creo que estos mundos existen porque todo es energía”.

Subraya: “A mí me llamó la atención lo de Jaime Coello porque efectivamente tenía el cabello levantado donde le dieron el zape. Lo recuerdo porque decía él en esa ocasión que eran espíritus chocarreros, es decir, que no querían hacer daño a nadie sino jugar casi con quien se encontraban en su camino”.

Espantaban indistintamente, de día y noche. “En una ocasión vino (el actor) Carlos Ancira e hicimos el ‘Diario de un loco’. Cuando terminó la segunda vez que vino lo fui a ver a los camerinos y nos saludamos, luego nos encaminamos a la salida para ir a cenar. De repente me acordé que había dejado mi sombrilla en el camerino del maestro. Ya habíamos apagado la luz. Regresé y mi sombrilla ya estaba colgada afuera y yo la dejé en la silla que estaba ocupando el maestro. Esos detalles me hicieron que yo saliera con mucha dificultad de la sala. Ya casi no podía caminar. Estaba yo perfectamente lúcido y no me equivoco al decir que la sombrilla la dejé en el camerino y apareció en el pasillo del escenario”.

Retoma el tema de los vigilantes: “Venían policías con su propio carácter. De repente vino uno que me dijo: ‘No se preocupe usted, cómo voy a tener miedo, menos a los muertos’. Después vino un compañero de él y me dijo: ‘Oiga usted, ¿y ya no espantan aquí?’. ‘Sí’, le dije. Luego llegó Lorenzo, muy enamorado y parrandero que parecía muy valiente pero como a los tres o cuatro días me dijo: ‘Ya me voy porque espantan mucho. Fíjese que anoche en la madrugada empezaron a arrastrar las sillas y cuando me levanté en la mañana vi que las estaban afuera de su lugar. Y se fue inmediatamente. Casi todos se iban, no aguantaban la guasa de los espíritus”.

Sin embargo, dice que ahora es distinto, pues “como que hay una vibración diferente ahora en la Casa de la Cultura. No sé si será el espíritu de muchos niños que ahora la inundan contribuyen a darle otra energía más fresca, más pura. Ahora ya no espantan. Por fortuna estamos en paz”.

Luis Urbina, que lleva “40 años entre entrando y saliendo” del edificio porque ha sido director con siete presidentes municipales y ocho secretarios de Cultura del Gobierno estatal, agrega: “Los espantos son parte de la cultura en esta ciudad”.