A propósito del reciente fallecimiento de María Luisa Tomasini, nombrada abuelita de los zapatistas, el cronista de la ciudad de San Cristóbal, Luis Urbina Zepeda, contó una anécdota en la que ambos estuvieron involucrados.
“En los años de 1986-1987, cuando por mis funciones como trabajador de la cultura hice un viaje a la Ciudad de México para visitar instituciones como el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para pedir apoyos para grupos artísticos para San Cristóbal, coincidimos con María Luisa, y como buena amiga de la familia Basols me dijo que fuera a la embajada soviética porque nos podían donar algunos proyectores de cine para 16 milímetros”, dijo.
Añadió que efectivamente una noche llegó a la embajada, donde lo atendió amablemente el agregado cultural de apellido Torres (era ruso y mexicano), quien le ofreció dos proyectores de fabricación soviética que “lamentablemente ya no llegaron a San Cristóbal porque como provenían de la Unión Soviética, las autoridades de entonces no lo vieron con muy buenos ojos y me dijeron que no, que les agradeciera, y no me quedó más remedio que seguir proyectando con las carcachitas que teníamos en la sala de Bellas Artes”.
Expresó que “yo les tuve que agradecer con mucha pena a la embajada soviética. El agregado cultural se apellida Torres porque tenía ascendencia mexicana”.
¿Qué autoridades no permitieron que se aceptara la donación?
Fueron autoridades estatales, porque no faltan a veces prejuicios; el cine, los proyectores no tienen ideología y debió haberse aceptado porque lo hicieron de muy buena voluntad.
Incluso me amenazaron y me dijeron: “se los vamos a dar con mucho gusto, señor Urbina, con la condición de que los usen y vamos a estar pendientes de si los usan o no, y si no los usan se los vamos a recoger”.
“Ellos querían apoyarnos, pero bien. Es decir, llevar a cabo una difusión cinematográfica permanente y de calidad”, dijo,
Señaló que en la embajada “fueron muy amables y me atendieron; nos apoyaron y todo esto fue gracias al apoyo de María Luisa que siempre se interesó no sólo por las cuestiones sociales sino por las artes y la política”.
“Era una gente muy culta, preparada, sencilla; parecía que no cumplía años porque su vitalidad y entusiasmo cuando fue el alzamiento armado zapatista fueron tales que a todos nos contagió e invitó a preparar, llevar y repartir comida entre las caravanas que entones se estaban reuniendo en San Cristóbal. Fue una persona de una gran estatura humana”, agregó.
Comentó que en esa época, María Luisa Tomasini, quien murió el pasado 5 de octubre en su natal Tapachula, a los 97 años de edad, “ya vivía en San Cristóbal porque sus nietos estudiaban aquí”.
“Uno de ellos, Max, por cierto, dijo un bello discurso en el mismo Kremlin, invitado por el entonces presidente Mijaíl Gorbachov; tenía entonces como nueve años de edad y dio un discurso maravilloso sobre la Unión Soviética.
“Y anécdotas de esa naturaleza que siempre satisfacían mucho porque ellos estaban entre nosotros; gente valiosa, amable, culta y a la cual debemos siempre atender como Dios manda”.
El cronista dijo también que le llamó la atención que la noche que lo visitó en la embajada, el agregado cultural le contó que él conocía muy bien la ciudad coleta.
Agregó: “Esa misma noche me platicó que hacía muchos años conoció San Cristóbal porque su familia, que había sido siempre del servicio diplomático mexicano y ruso, fue enviada a esta ciudad y que no se explicaba por qué su papá había llegado amaneciendo y de pronto se paró la camioneta en la que venían, los despertó y les dijo que ya habían llegado”.
“Cuando yo desperté, empecé a buscar dónde estaba San Cristóbal y lo que vi fue un manto de niebla, lleno de foquitos y esa es una imagen que no voy a olvidar jamás”, finalizó.