El mam ya no se escucha en mercados ni en escuelas ni en iglesias. Su uso se ha refugiado en la intimidad de unos pocos hogares, confinado a conversaciones familiares y a los recuerdos de los adultos mayores, reveló en una conferencia la lingüista investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Telma Can Pixabaj.
En la frontera sur de México, este idioma variante del maya libra una batalla silenciosa por su supervivencia. Tiene más de medio millón de hablantes en Guatemala, pero en territorio mexicano enfrenta un riesgo inminente de desaparición.
Las cifras oficiales, imprecisas y variables, estiman entre siete mil y 23 mil hablantes en México, una fracción mínima si se compara con la vitalidad que tiene del otro lado de la frontera.
Mexicanización
El origen de esta disparidad se remonta a la anexión de Chiapas a México y al trazado de los límites nacionales en 1892, que dividieron comunidades.
La investigadora detalla que el golpe mas devastador llegó en 1934 con el decreto de “mexicanización”, una política de Estado que prohibió a los pueblos originarios usar su lengua y expresar su cultura en público. El trauma de esa persecución persiste hoy en el desuso y la simplificación gramatical del idioma.
El panorama es complejo. En municipios como Unión Juárez, de más de 14 mil habitantes, solo el uno por ciento habla mam. La transmisión intergeneracional está rota; los niños ya no lo aprenden.
Juventud
Sin embargo, en medio de esta emergencia lingüística, la esperanza recae en los jóvenes, que aunque no lo hablan, muestran un interés por reconectar con sus raíces. Talleres para aprender la lengua reunieron a quince adolescentes en Unión Juárez, ávidos por recuperar lo que les fue arrebatado.
Los hablantes mayores, quienes ahora ven su lengua como un “activo positivo”, viajan a Guatemala para conseguir material didáctico y lo comparten en sus comunidades.
La conclusión de Can Pixabaj es una llamada a “hacer algo más” y de apoyar a las comunidades y a esa nueva generación de jóvenes que busca recuperar el tesoro que sus abuelos fueron forzados a silenciar.