El relanzamiento de la Organización de Estados Americanos, como un organismo regional que impulse el desarrollo, la justicia, la seguridad integral, la cooperación mutua y las libertades plenas para los habitantes del continente, es una tarea pendiente que se ha postergado al grado de que hay ya una gran variedad de otros organismos que buscan la integración.
La debilidad de la OEA ha sido la presencia en su seno, y el franco control que sobre sus recursos y programas ejerce Estados Unidos; sin embargo, ello puede convertirse en su mayor fuerza, si se logra que los países latinoamericanos y del Caribe asuman estrategias comunes en su manejo. Para lograr lo anterior se requiere que la Secretaría General del organismo deje de ser un botín que se disputen bloques de naciones, únicamente para disfrutar con mayor facilidad de preferencias en la asignación de los fondos de asistencia que otorga.
Hoy, la posibilidad de que el canciller mexicano Luis Ernesto Derbez alcance su objetivo de convertirse en el noveno dirigente de la Organización, derrotando al chileno José Miguel Insulza, se ha acrecentado con la renuncia a su candidatura al puesto del favorito de Washington, el salvadoreno Francisco Flores, amenazado por escándalos de corrupción en su desempeno como presidente de su país.
La OEA debe asumir el papel rector que desearían para ella muchos diplomáticos y politólogos latinoamericanos, y ya no comportarse como una oficina de asuntos continentales para el Departamento de Estado de EU. Asumiría el compromiso de desarrollar soluciones reales a los requerimientos de los pueblos más pobres del continente.
Tal vez el primer paso que habrá de tomarse es sacar al organismo regional de Washington DC, donde no es más que una oscura oficina al lado de los grandes ministerios del gobierno de EU, y buscarle una sede más próxima al centro de gravedad geopolítico del continente.
Es también muy importante que la conducción de la OEA y el nombramiento futuro de sus funcionarios sea producto de una consulta limpia y deje de abusarse de las negociaciones bajo el agua.
Debe ser el mérito y la presentación de programas de trabajo viables y de gran alcance lo que defina quién es más adecuado para conducir la OEA. Ésta maneja proyectos de capacitación de técnicos para el desarrollo rural y regional. Ha financiado programas de riego y agricultura para mejorar la alimentación de los pueblos del continente; de vivienda y para lograr sistemas educativos de gran alcance y con el uso de tecnologías de avanzada.
Esos programas, lamentablemente, raras veces se aplican en modo masivo y se quedan casi siempre a nivel de plan piloto. La promoción del desarrollo que maneja la OEA ha menguado ante una visión del crecimiento que beneficia con recursos monetarios a monopolios privados, y los gobiernos ya no sienten el impulso de proponer proyectos que saben que no serán seleccionados.
La OEA no es el organismo idóneo para promover prácticas económicas ni reformas estructurales, como las que demandan en gran escala el Banco Mundial y organismos al servicio de la globalización como la OCDE. Debe ser una entidad política para lograr mayor participación de los pueblos en los procesos democráticos y en la conducción de sus gobiernos. Quienes aspiran a conducirla no han podido presentar un programa de reformas y acción que sea en verdad atractivo para los pueblos americanos. Es necesario exigirles esa propuesta renovadora.
OEA: prioridades y expectativas
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