Paco Méndez: tres décadas descifrando abismos

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Paco Méndez: tres décadas descifrando abismos

Con una cuerda en la mano y una curiosidad incansable, Francisco “Paco” Méndez ha dedicado más de 30 años a explorar las entrañas de Chiapas: sus selvas, abismos y cuevas, lugares donde la ciencia, la aventura y la historia se entrelazan.

En una reciente conferencia el investigador y escalador compartió sus hallazgos, anécdotas y reflexiones sobre un estado que, según sus palabras, “guarda bajo tierra las claves para entender la vida en la superficie”.

Un explorador de otro tiempo

Méndez, de mirada inquieta, comenzó su charla hablando de su pasión por la escalada en “solo clean climbing”, un estilo que exige técnica extrema sin compañía, aunado a un rudimentario equipo de seguridad que forja al uso de su propia fuerza y una cuerda que él mismo manipula.

“Las caídas son libres, de cinco o seis metros. Si pierdes concentración, es tu último error”, confesó ante un auditorio atento. Pero para él, este riesgo es parte de la esencia de explorar lo inaccesible, como el famoso Arco del Tiempo, una formación geológica que documentó hace 28 años junto al fotógrafo Mario Vega, cuando “lo digital no existía”.

El Arco, ubicado cerca de la Reserva de la Biosfera Selva El Ocote, es un vestigio de un paleocauce abandonado hace 40 millones de años. “Su destino es colapsar”, advirtió Méndez, recordando un derrumbe hace dos años, el cual dejó heridas graves a visitantes que acamparon bajo su estructura. “Por eso insisto, no duerman ahí. La naturaleza sigue escribiendo su historia”.

Laboratorio geológico

Con mapas y fotografías, Méndez guió al público por la geografía única de Chiapas, responsable de sus cañones, sumideros y cuevas. El estado captura un tercio del agua de lluvia de México y alberga el 76 % de las aves del país (700 de mil 50 especies), además del 66 % de sus mariposas. Pero su verdadero secreto está bajo tierra, pues el 80 % de su suelo es roca caliza, moldeada durante millones de años por el agua y el dióxido de carbono (CO2) producido por la descomposición de su vasta biodiversidad.

“El CO2 se mezcla con el agua, creando ácido carbónico que disuelve la piedra. Así nacen cuevas como el Sótano de las Golondrinas, en San Luis Potosí, o el Almirante, en Chiapas, el tercer abismo más profundo del país, con 280 metros”, explicó.

Estos procesos, llamados espeleogénesis, han formado sistemas como el río La Venta, que drena mil 500 litros por segundo, y el cockpit karst de la Selva El Ocote, un paisaje de colinas cónicas que indican redes subterráneas kilométricas.

Méndez relató expediciones épicas como el viaje de 15 días para recorrer 6 km en la selva de Ocote, avanzando apenas 600 metros diarios. “La naturaleza no se entrega fácilmente”, dijo, mostrando imágenes de la cueva Ojo del Tigre, explorada junto al bioespeleólogo italiano Valerio Sbordoni.

En una década de investigaciones con el Grupo La Venta, colectaron 300 especies de troglobios (animales adaptados a la vida cavernícola), 180 desconocidas para la ciencia. “Son ciegos, blancos, como este crustáceo de bigotes más largos que su cuerpo”, señaló al tiempo de proyectar las imágenes.

Este trabajo les valió el Premio Rolex a la iniciativa en 2002, reconocido como uno de los proyectos científicos más innovadores del mundo. “Pero aquí falta valorar ese patrimonio”, lamentó Méndez, contrastando la cueva eslovena de Postojna, la cual genera millones de euros en turismo, con el potencial desaprovechado de Chiapas.

Diálogo con el pasado

La conferencia tomó un giro cultural cuando Méndez mostró pinturas rupestres en acantilados casi inaccesibles. “¿Cómo llegaron hasta ahí? ¿Usaban cuerdas?”, se preguntó, mientras compartía videos grabados con imágenes de constelaciones como Orión y Venus, alineadas con los dibujos.

“Hace 25 años, vinculé estas pinturas con leyendas zoques sobre pactos con el diablo. Hoy sé que representan a Antares en Escorpio, un evento astronómico que ocurre cada enero”, reveló.

Entre sus hallazgos más celebrados está un telar de cintura de mil años de antigüedad, descubierto a 200 metros de altura en una cueva. “Es el primero hallado en su tipo, prueba de que los antiguos tejían como los indígenas actuales”, afirmó. Junto a él, un espejo prehispánico de pirita, con hexágonos perfectos, desafía las nociones sobre la tecnología de las culturas mesoamericanas.

Un legado que urge preservar

Paco Méndez, el hombre que escala paredes para leer en las rocas, deja claro que su labor no es solo aventura: es un puente entre el pasado y el futuro, entre la tierra y sus habitantes. Y aunque el Arco del Tiempo algún día caerá, su legado, como el de las culturas que estudia, permanecerá en cada grieta documentada, cada especie descubierta y cada historia rescatada del silencio de las cavernas.