Panadería “Josefita”, cuatro décadas de sabor y tradición
En sus inicios la panadería era tan conocida que ni siquiera tenía rótulo. La panadería de “doña Chepita” decía la gente. Elio Henríquez / CP

Doña María Josefa Asunción López Urbina, quien falleció el pasado 5 de septiembre en San Cristóbal de Las Casas, se dedicó durante 60 años a la elaboración de pan, una de las delicias de la gastronomía coleta. 

Más conocida como doña Chepita, disfrutaba no sólo de hacer el pan sino de comerlo con café varias veces al día, recuerdan sus hijas Yesenia y Josefa del Carmen Maldonado, quienes han decidió continuar con la tradición de su madre. 

“Mi mamá nos contaba que su familia era de escasos recursos. Entonces decidió salir a trabajar desde muy joven como ayudante en una panadería. Pasado el tiempo, en 1965, les propuso a sus papás que pusieran una panadería porque en el barrio de Mexicanos, donde vivían, no había. Como su papá era alfarero, le hizo el horno”, y a partir de entonces nunca dejó de hacer pan hasta el día de su muerte. 

Nació el 22 de marzo de 1945. Sus padres fueron Agripina Urbina Vázquez y Fidel López Molina, quienes tuvieron siete hijos, a varios de los cuales involucraron “en el maravilloso arte de hacer pan”. 

Así comenzó la historia de doña Chepita, relataron Yesenia y Josefa del Carmen. Se dio a conocer muy rápido por el sabor del pan de su primera panadería ubicada en la calle Honduras número 11, en el barrio de Mexicanos. 

Contaron que en 1975 se casó con Jorge del Carmen Maldonado Ramírez y se mudaron a vivir a San Ramón, barrio pandero por tradición. “Ella contaba que en ese barrio la gente era muy especial y tenía costumbres un poco extrañas. Al no ser nativa de ahí, las pocas personas que hacían pan se negaban a vendérselo, pero con su carácter, convenció a su esposo para que construyeran un horno para hacer su propio pan. Que en teoría sería para su autoconsumo”. 

Cuando se estrenó el horno, dijeron, “el olor del pan invadió la zona, por lo que varios vecinos preguntaron si vendería. Y ella dijo que sí. Así que para el siguiente día hizo más porque la primera horneada se acabó. Así fue creciendo, y como no se negaba a venderle a nadie, la gente la fue conociendo en todo el estado”.

A pesar de que enviudó pocos años después, no se detuvo y con la ayuda de su suegra que la apoyaba cuidando a sus dos pequeñas hijas, continuó trabajando para sacarlas adelante. “Siempre se caracterizó por su entusiasmo y trato amable; siempre se daba tiempo de escuchar problemas y dar consejos. Fue una persona que siempre ayudaba a los demás sin esperar nada a cambio”, dijo Yesenia. 

Agregó: “Quizá por eso muchas personas la recuerdan con cariño y dicen que doña Chepita era una gran guerrera. El 5 de septiembre, a los 75 años de edad, nos dejó un gran vacío y un gran legado: su fortaleza, su gran corazón, su entusiasmo por el trabajo, el amor por su familia, el no darse nunca por vencida y por supuesto, su gran orgullo, la Panadería ‘Josefita’”. 

Ella era la mayor de siete hermanos y “empezó a trabajar desde abajo hasta llegar a ser doña Chepita, porque por su nombre, María Josefa Asunción, casi nadie la conocía”. Su panadería era tan conocida que ni siquiera tenía rótulo. La panadería de “doña Chepita”, decía la gente.  

Hasta algunos años una persona que llegó a pedir ayuda se ofreció y escribió en la pared el rótulo que ahora tiene: “Panadería Josefita. Por cuatro décadas, el sabor de una gran tradición nos distingue”. 

Cuando se estableció con su esposo en la calle Prudencio Moscoso número 16, en el barrio de San Ramón, empezó sola y ahora trabajan en la panadería 18 personas, incluida la familia. “Desde las 5:00 de la mañana empiezan las labores. Se hace todo el pan regional: cazueleja, marquesote, repulgadas, pan de fiesta, el de tienda que se le llama el de yema, tortas, roscas de anís. Ella era muy conocida por la cazueleja, porque conserva la tradición de cómo se debe de hacer y sólo por encargo hacía las especiales que llevan almendra”. 

Aseguraron que desde hace muchos años llegan a comprar personas de diferentes partes de Chiapas, de Veracruz, Monterrey y la Ciudad de México, entre otros estados. 

“A las 5:00 llegan los empleados y por costumbre de doña Chepita se les da a todos café con pan a la entrada y luego desayuno, y a los que se quedan hasta más tarde, comida. Muchas panaderías ya no lo hacen, pero ella trataba de ayudar al que podía”.

Casi siempre estaba en la panadería junto a Lorena y a Óscar, encargados de cobrar a los muchos compradores que durante el día entran y salen. Su muerte sorprendió a familiares, amigos y conocidos porque aparentemente estaba bien de salud. 

Ese sábado 5 de septiembre pasado, se despertó y se levantó temprano como de costumbre. Despachó en la panadería y después preparó el desayuno. Preparó café y cuando iba a tomarlo con pan -“eso no le podía faltar: tomaba café con pan cinco veces al día”- se sentó, se quitó los lentes y le dijo a Lupita, la muchacha que les ayuda en la cocina, que se sentía mareada, por lo que corrió, la agarró, pero enseguida se desmayó. La llevaron al hospital, pero ya no fue posible salvarla. Un paro cardíaco fulminante le quitó la vida.  

“A ella le gustaba de todo el pan, pero más mestizos, los tacos de canela, y los pasteles le gustaban mucho. Disfrutaba comer dulces; era mucho de postres”. 

Fue velada en un salón que ella mandó a construir en su casa para las reuniones familiares. Desde luego que no hizo falta el pan, y tampoco el café, para quienes acudieron para acompañar a la familia. Fue enterrada en el panteón municipal.  

Con lágrimas, Yesenia la evocó: “Era experta haciendo el pan de fiesta. Hasta que no vimos ese proceso no nos dimos cuenta de cuánto cuesta. Agarraba un cuchillo, porque se hacen mano. Todos veíamos que lo hacía y nos parecía muy sencillo, pero ahora que nos toca verlo nos preguntamos: ¿cómo ese hace? Es complicado. Ella platicaba y trabajaba”. 

Sin vacilar, las hermanas Maldonado anunciaron que continuarán con la panadería y con la tradición de su madre, que durante 60 años se dedicó a la elaboración de pan en San Cristóbal.