¡Puf, Qué Pinche Sueño!

I

—¡Mueran los explotadores del pueblo!

—¡Mueraaann!

—¡Muera el mal gobierno!

—¡Mueraaa!

………………………………

—¡Viva don Artemio!

—¡Vivaaa!

Todo comenzó, en la capital chiapaneca, aquel metamorfósico 18 de octubre de 1955. La mañana era fresca... ¡deliciosamente fresca!... Los endebles rayos solares indecisos apenas se asomaban; cristalinas aguas del pequeño potinaspak, iban, bullangueramente, serpenteando las enormes piedras que a su paso encontraban; detrás de unos exóticos y verdegueantes ramajes, se oía el canto alegre y sonoro de los pájaros que revoloteaban en las copas de los frondosos tapaculos; otoñales mariposillas se posaban coquetamente de flor en flor, ofreciendo sus caricias gratuitas, mientras los chelientos perros callejeros, como traviesos duendecitos, corrían jugueteando con sus críos. El quiquiriquí de los gallos se escuchaba cada vez más lejos. Germinaba un nuevo día.

Los manifestantes, enfurecidos, sudorosos y con agitados ánimos, se agolparon a la entrada del Palacio de Gobierno. Me aparté de la ventana que daba al nuevo parque Dr. Rodulfo Figueroa. El licenciado Efraín Aranda Osorio no llegaba. El tumulto en la puerta se hacía grande... ¡inmensamente grande!... Todavía no hacía yo el aseo de la Sala de Gobernadores, y no me decidía a hacerlo.

—¡Mueran los funcionarios corruptos! —vociferaba, enardecido, el populacho amotinado.

Sentí un miedo atroz, lo confieso. La garganta se me secaba cada vez más; las piernas apenas me respondían, y la mente la tenía en blanco.

—¿Qué hago, qué ...?

De pronto, me hallé saltando la barda del Palacio Federal, pues los anchos portones, tanto el de entrada como el de urgencias, estaban bloqueados, y a nadie se le permitía entrar o salir. Ya en la puerta del contiguo Palacio Federal, no me decidí a correr; pues el pánico hacía presa de mí. Sin embargo, a pesar de mi maldito miedo, tenía yo que dar la voz de alarma a como diera lugar, aún a costa de mi pinche vida. El Licenciado no debería llegar al despacho —pensé—. El peligro por su vida era inminente. Es que don Artemio Rojas Mandujano, orador nato, hombre justo y de una honradez intachable, era famoso enemigo de gobernantes tiranos, máxime ahora como jefe del movimiento popular contra el Licenciado.

—¡Viva Rojas Mandujano! —gritan en estos momentos los seguidores de don Artemio, conocido también como “El Pollino”, por aquello de que todavía creía en las leyes, en la libertad de expresión, en la justicia social... ¡Y vaya que creía!...

—¡El pueblo, unido, jamás será vencido!... ¡El pueblo, unido, jamás será vencido!... —exclamaba, indignada, la muchedumbre.

La bullanga turbaba la paz, la tranquilidad y el “orden”, como decían los incondicionales del Licenciado.

Decenas de mantas y pancartas, con leyendas alusivas a la desaparición de los poderes locales, portaban los manifestantes. Era la primera vez que veía a tanta gente gritando mueras. Para saber lo que deseaban, me acerqué al numeroso grupo que se hallaba frente al portón principal. Fue así como pude darme cuenta de que era el propio don Artemio el que hablaba. Decía palabras bonitas; tan bonitas que llegaban al fondo del alma y todos, como alelados, aplaudían. Tenía miedo de que me fueran a descubrir... Y después de todo —reflexioné—, ¿miedo a qué...? ¿Qué me podía pasar? Nada, si yo también era uno más del grupo de don Artemio. Sí, yo era gente del justiciero, del representante del pueblo, del verdadero pueblo que sufre y llora, que canta y ríe; de aquél que no conocen los altos funcionarios más que cuando van a pedirle su voto; sí, de ese pueblo hambriento, de ese que lleva a cuestas la enorme carga de una burocracia innecesaria, de unos impuestos injustos; de ese pueblo harapiento y descalzo que se gana el pan de cada día con el sudor de su frente y que lo resiente cuando algún mierda funcionario novel, cuando un iluminado de esos que tardan un sexenio, mete las cuatro. Por todo eso, y por más que no me atrevo a decir, es que no iré con el chisme al Licenciado. ¿Después de todo qué? ¡Nada! ¡Que venga, que venga a ver lo que ha provocado con su estúpida altivez, con su estúpida y arbitraria administración gubernamental! ¡Sí, sí, que venga, que venga a sufrir las consecuencias de sus pendejadas!

II

—Y day Don Cándido, ¿qué cuenta ‘sté de nuevo?

Estaba yo tan ensimismado, tan adentrado en mis pensamientos que no sentí la llegada de Florencio López.

—¡Eh...? ¡Ah, eres tú, Florencio! ¡Qué susto me diste!

—¿Por qué es que viene ‘ste chenqueando, pues?

—E-es que... me caí.

—Ah, ¿Y ‘onde sedio’ste el somatón, pues?

—Me lo dí al saltar la barda del Palacio Federal.

—Ah, qué viejitío tan arrecho, ¿Y qué’staba’sté haciendo, pues?

—Estaba yo haciendo el aseo cuando ustedes se amotinaron. Me dio tanto miedo que salté hacía el Palacio Federal.

—Mmmm... Oiga’sté tío Cándido; qué bien´stá jablando el compa Art., ¿verdá, ho?

—Sí, ya lo oí; está arengando a la gente para que se junte.

—¡Shsst, oiga ¿ste; si ‘sté quiere vamos a saludarlo.

—No, ahorita no; al rato.

—Adió jodido, ño Cándido; ya ni se le puede jablar... y como no quiere ´sté ir, me voy solitío. Adiós, pues, tiyíto.

—Adiós, Lencho.

Pobre Florencio, no sé lo que pensará de mí; pero ahorita no estoy de buen humor para platicar burradas.

III

Hace tres años conocí al Licenciado allá en Copoya, mi pueblo natal. Llegó con motivo a su campaña política. Era candidato a la gubernatura del estado. En esos aciagos días, mi situación económica y moral era angustiosa, desesperante; hacía ocho semanas que no encontraba trabajo y dos de mis hijos estaban gravemente enfermos, la renta de la casa vencida y nuestra reserva de maíz escasa. Profundamente abatido, con el espíritu cabizbajo y con los ojos húmedos por el llanto contenido, le planteé mi problema al Licenciado, y él, con toda calma del Sumidero, me dijo:

—“No se preocupe, don Cándido, si llego al gobierno le daré empleo”.

Ya con esto, vi las puertas del cielo abiertas, recobré los ánimos perdidos y una nueva esperanza me nació. En aquel tiempo frisaba yo los sesenta años y cuarenta de casado. Desde hacia varios días había estado bajando a Tuxtla en busca de trabajo; pero... ¡Oh, desilusión! Ni en las obras de construcción ni en la policía municipal ni en el servicio de limpia había trabajo para mí. ¡El obstáculo era mi puta edad! ¡Nadie quería emplear a un vejete como yo! Más bien —pienso— ¡Nadie quería aprovechar mi talento! Con la llegada del Licenciado al gobierno de Chiapas tuve nuevamente un trabajo digno, como corresponde a un personaje como yo. Desde entonces desempeño el alto cargo de ejecutivo “V” (ve por las tortas, ve por los tacos, ve por los refrescos) en el Palacio de Gobierno del Estado. Sinceramente estoy muy agradecido por lo que el Licenciado hizo por mí; pero mi agradecimiento no llega al servilismo. No; antes de servidor público, soy ciudadano y como tal exijo también mis derechos. No se piense, pues, que soy un ingrato. Vendo mi trabajo, no mi manera de pensar.

IV

El tiempo corría lentamente (no más de cinco kilómetros por hora). La gente se amotinaba cada vez más. En realidad muchos no sabían lo que estaba pasando; ni el porqué de tanto escándalo. Apenas hacía unos días que don Artemio había invitado al pueblo tuxtleco para que formáramos un Comité Pro Dignificación Ciudadana. De esta manera podríamos defender nuestros sagradísimos derechos ciudadanos contra los constantes abusos del Licenciado. Este comité, según se nos dijo, se encargaría de canalizar las inconformidades de los chiapanecos contra su gobernante, y tendría como objetivo principal la desaparición de los poderes locales. El comité se formó a raíz de la matanza y decapitación de campesinos del municipio de La Trinitaria; y entre otras cosas: “Por el abandono de la soberanía del Estado en manos de la empresa Aguardientes de Chiapas; por las constantes violaciones a la Constitución Política y a la Ley de Monopolios; por la creación de Alcabalas; por la dilapidación de los fondos públicos; por la venta de presidencias municipales; en fin, por su pésima y arbitraria administración gubernamental”. Cosillas insignificantes, pero de gran valor para los chiapanecos.

V

Qué tristes y amargos recuerdos del Licenciado vienen a mi memoria. Es el único gobernante chiapaneco que no ha tenido el apoyo y respaldo de su pueblo, por haberlo defraudado cuando apenas lo comenzaba a conocer como jefe del Ejecutivo Est...

—¡Muera Aranda Osorio! — una voz interrumpió mi pensamiento.

—¡Mueraaa!

—¡Mueran los explotadores del pueblo!

—¡Mueraaann!

..................................

—¡Viva Ruiz Cortines!

—¡Vivaaa!

Los alharaquientos gritos se hacían cada vez más insoportables.

—¡Viva el Glorioso Ejército Mexicano!

—¡Vivaaa!

—¡Bravo... bravo.. bravísimo!”... ¡Clap, clap. Clap!...

En ese momento, don Artemio Rojas pidió la palabra, y después de una prolongada arenga se detuvo súbitamente, y con marcado énfasis, dijo:

—“Si el señor Presidente de la República o el gobierno federal no declaran desaparecidos los poderes locales del estado de Chiapas, éste se segregará de la República Mexicana y ello serviría de claro ejemplo a los otros estados que integran la federación!”

Y, tras brevísima pausa, agregó:

—¡Estamos condicionalmente con Ruiz Cortines!

—¡Clap!... —¡clap!... —¡clap!... —la prolongada ovación — unánime — fue cerrada, compacta.

—¡Qué discursazo! —comentó embelesado el imberbe y lamido de Arturo Sánchez. —: ¡Conciso, pero macizo!

Sin embargo, estas simples palabrejas bastaron para que pacíficos ciudadanos chiapanecos fueran acusados del delito de Disolución Social. El artículo 145 del Código Penal Federal fue convertido en artera arma para ahogar en sangre la libre manifestación de las ideas, de las inconformidades, del repudio que sentía el pueblo chiapaneco hacía el Licenciado. Con la aplicación del 145 se eliminó de un plumazo toda clase de oposición, toda clase de movilización y libre expresión del pensamiento... ¡Y esto sucedía en el régimen democrático mexicano!...

VI

La abanicada noche era clara; tan clara que los serenos aún dormían. El resplandor de la luna emitía un brillo extraño, enigmático; tan extraño y enigmático que sin duda presagiaba algo, algo; pero, ¿Qué...? Pronto, muy pronto lo sabría.

VII

En toda la noche no pude cerrar los ojos. Esta se me hacía larga y tormentosa. Levanté la vista hacía el palacio: el reloj marcaba, apenas, las tres de la mañana. La madrugada era fría, oscura; el silencio, denso, espeso. Sólo se escuchaba el aterrizaje de las hojas que a suaves latigazos el viento lanzaba de los altos flamboyanes. La oscuridad había envuelto con su negro manto a la capital chiapaneca (el milenario cerro de Mactumactzá ya no se distinguía). Y aquel maldito silencio sepulcral me tenía inquieto, muy inquieto. La rasposa lengua del miedo me lamía todo el cuerpo. Me sentía temeroso y, ante cualquier leve ruido, me sobresaltaba. ¡Definitivamente no podía yo dormir, los pinches párpados se negaban a cerrarse!... De repente, aquel silencio maldito fue roto con la estrepitosa llegada de soldados del ejército nacional.

—¡Soldados! ¡soldados! —gritaba asustada María Elenita Ruiz— ¡Vienen muchos soldados! ¡Aaayyy!..

—Todos quedamos estupefactos, inmóviles, pálidos, sin saber qué hacer. ¿Y qué podíamos hacer un puñado de hombres desarmados ante las demoledoras fuerzas militares? Nada. Intempestivamente, en un intento suicida —digno de admiración— don Artemio Rojas se interpuso para que la soldadesca no penetrara al Palacio de Gobierno que teníamos rodeado desde la mañana. Fue entonces cuando uno de los oficiales, con las facciones descompuestas por la ira y sin medir las consecuencias, desenfundó su pavoroso revólver y...

—¡Cuidado con él, no le disparen! —Ordenó el general Agustín Mustieles, y añadió en tono severo—: ¡Jamás se asesina a un valiente! ¿Está claro?

—¡Sí, mi general! —repuso, cabizbajo, el oficialillo acelerado.

—¡Oh, Dios eterno, líbranos de estos salvajes! —dijo, santiguándose, doña Cuquita Tondopó.

No obstante al ruego de doña Cuquita, a bayoneta calada y por la fuerza fuimos desalojados. La luna fisgona apareció de nuevo, para después ruborizada y llena de horror, por la espantosa escena, cubrirse con un velo de nubes negras. Los somnolientos pájaros, que habían dormido plácidamente en los gajos de chucamay, huyeron asustados; los perros, como si fuesen cobardes lobos, empezaron a aullar lastimosamente. Una tenue llovizna matinal rasgó el oscuro paisaje, haciéndolo más sombrío... ¡y tenebroso! Un repugnante escalofrío recorrió mi esquelético cuerpo.

—¡No! ¡No! ¡Ay!... ¡Por piedad, ya no nos golpeen más! —suplican los más cobardes, como si fueran viejas.

—¡Dios mío, qué brutalidad la de estos soldados! —dijo una señora— ¡Qué manera más desalmada de desalojarnos!...

El llanto de las mujeres y los niños no se hizo esperar. A mí me temblaba todo el cuerpo. Por primera vez, en mi angustiada vida, tuve cerca de mí los macilentos y descarnados labios de doña Muerte; su fétido aliento era penetrante, al grado que la cabeza me iba a estallar en mil pedazos. En cada guacho la veía yo representada, sólo que en lugar de la guadaña traían bayonetas. Y es que, la mera mera verdad, era la primera ¡y última! vez que yo me metía en esto.

—¡Órale, cabrones, a echar pulgas por otro lado! —nos dijo en forma insolente un caca raso, al tiempo que nos daba un puntapié en el trasero; como si éste fuera culpable de nuestro amotinamiento. A partir de entonces, el tuxtleco pueblerino, que ni se apechuga ni se acongoja ante las bayonetas, realizaba manifestaciones de protesta y repudio en contra del sátrapa Licenciado. Después de las 18 horas se escuchaban incendiarios discursos políticos en los parques Dr. Rodulfo Figueroa y Benito Juárez, en los que se manifestaba la repulsa al entonces amo y señor del solar chiapaneco. ¿Quién podía impedírselo?...

—¡Contra las bayonetas nada y nadie! —exclamaban mis compañeros.

Las armas del pueblo, para su legítima defensa, que en mala hora fueron confiadas al ejército nacional, se utilizaron en su contra, por el solo, único y simple hecho de haber manifestado su descontento, su desagrado, al gobernante tirano. El enojo del chiapaneco llegaba a su cúspide. Pronto, muy pronto, este movimiento de repulsa fue secundado por otros valientes hermanos de Tuxtla: Chiapa de Corzo, San Cristóbal de Las Casas, Comitán de Domínguez, Tapachula, Villaflores, Villacorzo, Arriaga, Tonalá, Cintalapa, Copainalá, Motozintla, Terán...

—¡Contra las bayonetas nada y nadie!...

El movimiento de protesta alcanzó magnitudes gigantescas, insospechadas. Los simpatizantes se sumaban abrumadoramente. La prensa callaba por miedo, por solidaridad (con el Licenciado) o por conveniencia propia. Los que se atrevían a alzar la voz, que era la misma del pueblo, eran acallados brutalmente. A la prensa independiente: Chiapas Libre, El Combate, El Alacrán y El Cometa, se le amenazó, se le persiguió, se le clausuraron sus imprentas. ...¡Pues qué se habían creído éstos!...

—¡Contra las bayonetas nada y nadie!...

La eterna bala del tiempo siguió su curso implacable, inflexible. La represión hacia los manifestantes se recrudecía cada vez más. Recuerdo todavía como un día primero de diciembre de 1955, cerca de las doce horas, llegaron a nuestras oficinas elementos de las fuerzas federales para atacar a los que simpatizábamos con el movimiento político tendiente a derrocar al Licenciado. Destruyeron la propaganda “subversiva” y los útiles de oficina. ¿Era, acaso, el principio de lo que nos esperaba? ¡Aún no lo sabía!... Ese nefasto día es inolvidable. ¡Nos bañamos en lágrimas los chiapanecos! Muchos de nuestros compañeros, verdaderos luchadores sociales, se quedaron durmiendo para siempre en los eternos brazos de la muerte; otros, golpeados y encarcelados; y algunos más, tan sólo magullados para el resto de sus días. Desde entonces, el nítido cielo chiapaneco se pobló de negrísimos nubarrones; los pájaros, antes alegres y llenos de vida, callaron su canto; los ríos, de tanto llorar, se secaron; las flores se marchitaron, perdiendo así su hermosa lozanía. ¿Y la marimba? No se volvió a saber más de ella.

Entre el puñado de ciudadanos detenidos, por haber ejercido sus derechos cívicos, estaban Héctor N. Utrilla, brillante orador e intelectual de valía; Ernesto Mendoza, fotógrafo profesional y entusiasta simpatizante; Domingo González Lastra, incansable propagandista y contumaz enemigo de las dictaduras; Desiderio García Maturena, general retirado, pero ardiente defensor de la causa del pueblo chiapaneco; Eustaquio Sánchez, valiente impresor; Florencio López, modesto simpatizante y legal amigo; Noé Díaz Hernández, periodista combativo; y Artemio Rojas Mandujano, jefe indiscutible del movimiento popular.

Los líderes fueron acusados de los delitos de “Disolución Social, Daño en Propiedad Ajena, Amenazas, Resistencia de Particulares contra Funcionarios Públicos, Uso indebido de la Bandera Nacional y Ataques a las Vías Generales de Comunicación”.

Y estuvieron privados de su libertad durante 18 meses, todo por haber tenido el valor de expresar su descontento, su inconformidad, en contra del Licenciado, y por haber mencionado, al calor de la oratoria política, la separación del estado de Chiapas de la federación mexicana. Verbosidad que deseaba ser tan sólo un medio de presión para que el gobierno central nos escuchara y atendiera. ¡Pero el Supremo Jefe de aquel entonces estaba demasiado lejos para oírnos y las preocupaciones que tenía (tomar el café, la siesta, atender extranjeros) eran más importantes que las simples demandas de un miserable pueblo de indígenas ignorantes.

VIII

El célebre jefe de aquella memorable pléyade de valientes ciudadanos, hoy lamenta, como novia provinciana, su fracaso, su tiempo perdido, al grado que, de aquel Rojas Mandujano del 55, no queda más que su sombra, que su miedo, que sus recuerdos. Y, como un demente, balbucea durante horas enteras:

—¡Mañana..., mañana será otro día y entonces...!

—¡Rííínng!... —(interrumpe el timbre del despertador).

—¡¿E-eh? ¡Aaah! Es el despertador. El bendito despertador que me vino a sacar de mi maldita pesadilla...

—¡Ah! Ya sé: ¡La cena, la cena creo que me hizo mal! ¡No vuelvo a cenar en noches de luna llena!...

—¡Puf, qué pinche sueño!... En mi pueblo no ha pasado nada... ¡nada!... ¡¿nada?!... ¡Ja, ja, ja, ja!...